lunes, 2 de enero de 2017

UN OSCAR PARA LA LIBERTAD"

"UN OSCAR PARA LA LIBERTAD"

PROLOGO



El relato que sigue a estas no bien hiladas palabras trae aventuras contadas dentro de una técnica realista que busca, como dijera Mario Vargas Llosa, “acortar la distancia que separa la ficción de la realidad y, borrada esa frontera, hacer vivir al lector aquella mentira como si fuera la más imperecedera verdad, aquella ilusión la más consistente y sólida descripción de lo real”; tal como le pasó a Miguel de Cervantes Saavedra cuando escribió El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, quizás la más grande novela” que han visto los siglos pasados y esperan ver los venideros”, de tal manera que ahora conscientemente o inconscientemente pensamos que don Quijote anduvo por nuestros caminos terrosos y hasta vino a morir cerca de nosotros como lo imaginaran los poetas Guillermo Valencia y Rafael Maya quienes le “dieron” muerte, sepultura y epitafio en Popayán. Se cuenta que hace años, cuando epopeyas y novelas se leían en las veladas familiares, muchas veces las mujeres lloraban a lágrima viva la muerte o la desgracia de algunos personajes muy bien representados en los libros.
El protagonista y otros personajes de “un Oscar para la libertad” no escapan a lo que afirmaba Milan Kundera ser la novela: “La gran forma de la prosa en la que el autor, mediante egos experimentales (personajes), examina hasta el límite algunos de los grandes temas de la existencia”.
Oscar, el protagonista, es un hombre que ama a todas las mujeres, busca placeres y aventuras, conoce a mucha gente importante, viaja compulsivamente y, luego de sortear múltiples escollos, se refugia en un pequeño pueblo de Colombia, pintoresco, pacífico y complaciente como preámbulo al hallazgo de la libertad, que, al fin, viene a encontrarla en inmensa y misteriosa playa.
Todos tenemos por lo menos una novela, la de nuestras vidas, que muchísimas veces se queda solo en sueños; la fusión del sueño con la realidad es la escritura de la novela, su producción; por eso, todas las novelas se parecen a su autor, a su siquis, a sus aspiraciones, a su habilidad para hacerse captar por los demás; eso hizo decir a Gustavo Flaubert: “Madame Bovary soy yo”. A veces la novela interior asume lugares, tiempos, lenguaje exterior, personas y episodios y resulta entonces la obra escrita que siempre, en lo más íntimo, es una biografía del autor; pero que no solamente dice lo que éste ve del mundo exterior, sino, y principalmente, lo que es su mundo interior, diversamente llamado por sicólogos, filósofos y críticos de todas las pelambres. Cuando el mundo del novelista llega a coincidir plenamente con el nuestro su obra se nos convierte en ídolo y si esto sucede multitudinariamente el autor y la obra son geniales e imperecederos o, en caso quizás trágico, si el entusiasmo suscitado es por corto tiempo la obra será solo best seller. En toda novela la búsqueda del yo siempre terminará en una “paradójica insaciabilidad”. En nuestro caso, Oscar, el protagonista, después de ir y venir, amar y volver a amar, termina, como en el poema de Chocano: “metiéndose a cartujo por ti”; sólo que éste aventurero no lo hace por mujer alguna, como en el poeta peruano, sino por la libertad y, en una “cartuja” (playa en esta obra), cuyos detalles ignoramos. Aquí comenzaría la gran acción del relato, la que está a cargo del lector, y esa es, precisamente, una de las técnicas de la novela: dejarle al lector su finalización resolviendo un gran interrogante que él mismo debe formular y que el narrador, como en este caso, apenas insinúa. Recordemos, además, que como también decía Kundera, “el novelista no es un historiador ni un profeta, es un explorador de la existencia… y un tema es una interrogación existencial”; es lo que, cabalmente, aquí sucede: a pesar de la mención de hechos y personajes históricos no es una novela histórica sino una manera de situar en un ambiente existencial. Si nos satisface una novela es porque, tal como afirmaba Kafka: “Los poetas no inventan los poemas; el poema está en alguna parte; desde hace mucho tiempo está ahí; el poeta solamente lo descubre”. Para el escritor checo el poeta es todo creador literario que halla y expresa lo que tenemos, así sea poema o relato, ya que el hombre y el mundo están íntimamente ligados, como anotaba Martín Heidegger con su conocidísima fórmula: in – der Welt- sein (ser en el mundo).
El narrador del escritor Luis Fernando Orozco Gutiérrez, es, en este caso, omnisciente y habla en tercera persona para que podamos abarcar no solo los variados escenarios en que sucede la acción sino también el papel de numerosos personajes y el largo deambular del protagonista en su labor de coordinador de un ambiente existencial; todo por explorar, una vez más, la condición de la vida humana.



Guido Enríquez Ruiz Ph. D.
Presidente honorario de la Asociación
Caucana de Escritores.






sábado, 29 de noviembre de 2008


UN OSCAR PARA LA LIBERTAD

UN OSCAR PARA LA LIBERTAD



















I


Un sol ardiente abrazaba la extensa llanura. Los gauchos, después de cumplir con las faenas, en su ancha pampa, donde el ganado pastaba perezosamente, regresaban a las estancias, buscando sombra y espacio, para apurar un mate que refrescara su cuerpo y su espíritu estoico, independiente y corajudo. Algunos templaban las guitarras y, en las noches estrelladas, cantaban sus quejas, casi todas de amor; otros, le dedicaban tiempo a sus hijos, leyéndoles el gran poema épico de Martín Fierro, donde ellos aprendían, que “el gaucho es el verdadero representante del carácter argentino”, y a la vez le recitaban a los pibes:

Soy gaucho, y entiéndalo
como mi lengua lo explica,
para mí la tierra es chica
y pudiera ser mayor,
ni la víbora me pica
ni quema mi frente el sol.
”Mi gloria es vivir tan libre como el pájaro del cielo, no hago nido en este suelo ande hay tanto que sufrir y naides me ha de seguir cuando yo remonto el vuelo.”
En la Estancia “Pampa Marini”, don Romani Marini, caballero de origen napolitano, de cabello rubio, y poblado mostacho, al que cuidadosamente le entregaba parte importante de su tiempo, esperaba la llegada de su quinto hijo, fruto de la unión con doña María Paz Stenssori, -bella dama procedente del norte de Italia- de un pueblo cercano de Milán. Estas familias habían emigrado en el siglo XIX, por la época en que Garibaldi vivió en Argentina. La familia Marini Paz Stensorri, no obstante ser la tercera generación en América, no había perdido su marcado acento italiano, pues eran más extranjeros que raizales.

Esta distinguida familia, construyó una hermosa estancia, en cuyas formas no faltaron motivos peninsulares. La primera actividad que se realizaba, era la ganadería. Bellos toretes y vacas hacían parte del hato; su carne era vendida en la ciudad porteña de Buenos Aires, y, en general, en las poblaciones del estuario de La Plata. Además, se ocupaban con cuidado del vino, arte que aprendieron de sus antepasados, en la lejana Italia. Los pobladores vecinos, familiarizados ya con el bouquet de los vinos del señor Marini, decían que nadie los destilaba mejor que él.

Por los frecuentes viajes de don Romani a Santa Rosa, -capital de la provincia pampera- en asuntos referentes a sus negocios de ganado y vino, debía pernoctar en el lugar, lo que le proporcionó muchas amistades femeninas, dando lugar a que se comprometiera sentimentalmente con una bella santarroseña, quien por descuidos-debidos al apasionamiento-, quedó embarazada, naciendo un hijo, por la misma época en que María, su mujer, daba a luz a su quinto heredero, a quien de inmediato le dieron el nombre de Oscar.

Por razones más sociales que de otra índole, don Romani no le dio el apellido a su vástago ilegal, inventando entonces, una rara figura, desconocida en el argot jurídico, que consistió en convertir el nombre en apellido, y así lo bautizó entonces, con el nombre de Hugo, dando inicio al largo peregrinar por el mundo, del apellido Romani.

Mientras tanto, en su estancia, el hermoso niño que llegó a alegrar la familia y al nacer pesara seis kilos, ocasionó que el parto de doña María, -asistida por la partera del pueblo- tuviera serias complicaciones. Por fortuna, las oraciones a la Virgen de Lujan, dieron satisfactorios resultados.

El recién nacido fue bautizado de inmediato, -en la iglesia del pueblo más cercano, llamada Toay- con el nombre de Oscar, ya que a su madre le encantaba ver las películas del cine norteamericano, y por esas calendas, ya existían los premios con que el cine galardonaba a sus triunfadores. Oscar nació muy robusto y fuerte. Cuando apenas balbuceaba las primeras sílabas, en el pueblo se rumoraba que Enrique Carusso, el gran tenor napolitano y muy cercano a la familia de don Romani, había expresado que al niño lo debían enviar a la Escala de Milán, a estudiar canto.

Pero lo más sorprendente del niño, era la gran empatía con las mujeres: todas se peleaban por bañarlo, lo que hacían a veces, tres o cuatro damas a la vez. Esto ocasionó que, desde entonces, el pequeño Oscar creara su afición por las mujeres.

El escenario de las Pampas, fue propicio para el desarrollo del infante, quien se ocupaba de asistir a la escuela y cabalgar por las extensas llanuras, acompañado siempre de sus cantos preferidos. Su madre le enseñó la Malagueña; cantaba Granada antes de que Agustín Lara la compusiera y estuvo en los Coros del padre Cacerolli, curita procedente de Roma, quien aspiraba a ser Papa.

Debido a la cercanía de la Estancia de los Marini, con la Estancia de los Solanet, famosos en la región por las excelentes caballerizas, tuvieron la oportunidad de ser propietarios de los más hermosos caballos “criollos”, raza de yeguas y sementales de origen patagonés, y que por sus condiciones, se presentaban como los más apropiados para desarrollar el trabajo en las Pampas y los Gauchos.

Las familias dueñas de estancias, viajaban con frecuencia a Toay, a comprar sus mercados y a vender algunos productos; era un villorrio de calles empolvadas y poblada, en su mayoría, por inmigrantes italianos. Don Romani Frecuentaba al señor Gugliotta, siciliano de alma y corazón, razón que dio lugar a que la amistad se afianzara y las visitas de las familias, se hicieran permanentes.

Olga Noemí, hija mayor del matrimonio toayano, frisaba los mismos años de Oscar. La familiaridad y amistad llegó a ellos y se advertía un gran amor, motivo para Olga componer hermosos versos, que con timidez, leía a su enamorado.



II


Cuando Oscar contaba con escasos quince años, tomó la decisión que el Tenor Carusso les había recomendado, y emigró a Italia, tierra de sus ascendientes, y donde aún existía familia, para asistir a una de las mejores escuelas de música de la época. Su madre lo preparó como si fuera para un viaje sin regreso. Su padre le dio quince perones, cantidad de dinero suficiente para tan largo viaje.

El día de la partida fue todo un acontecimiento, pues era él, el último de los hijos y el que se alejaría, siendo casi un infante. Hubo mucho ajetreo, lágrimas y recomendaciones por parte de su madre, quien al despedirse en la puerta, le echó la bendición y lo encomendó a la Virgen de Lujan. Fue llevado por su padre al gran Buenos Aires, paso obligado para cualquier desplazamiento al exterior. Allí se alojaron en el Hotel Colón. Su progenitor pronto regresó a las Pampas, porque exigía su presencia para atender los quehaceres de la estancia. Oscar se quedó en la ciudad; después viajaría a Chile a visitar un pariente.

Buenos Aires es quizá la ciudad más europea de la América Hispana. Ha sido construida con armonía, y su inmigración, en especial de italianos, la ha hecho una ciudad cosmopolita. Posee una gran extensión. En lo que corresponde a Buenos Aires, comparada con lo construido, la presentan con una densidad poblacional baja por hectárea; sobresale la cultura, grandes teatros donde se presentan los mejores espectáculos del mundo; fútbol de la mejor calidad, casi se podría decir, que el fútbol nació en la Argentina, o por lo menos, es el país que más disfruta ese deporte, y ha hecho de sus jugadores, los mejores del mundo; puede ser una exageración, pero por lo menos, ellos se lo creen. El argentino es por naturaleza orgulloso y carece en absoluto de humildad; le atribuyen a Aristóteles la frase de: “la humildad, es condición de los mediocres”. El tango, -su mayor pasión- es lleno de sentimiento, y Carlos Gardel, su mayor intérprete y exponente de estas canciones de baranda de permanente, como dicen los chilenos.


La vida de Oscar, por esos días en Buenos Aires, era tranquila; se le veía cantar en el tranvía, llegando por la noche a su habitación a contar las monedas que a cambio recibía de los viajeros, como paga por sus melodías, y que en parte, le servían para recuperar el dinero de sus gastos diarios.

Una noche, deambulando por la Calle Corriente, escuchó que en un sitio llamado Viejo Almacén, cantaban la expresión más popular de la música de ese entonces, en la Argentina: el tango. Entró al lugar y se ensimismó cuando vio el hermoso espectáculo que se presentaba ante una sala completamente llena. Un hombre de aspecto femenino, pero muy varón, interpretaba las más hermosas canciones. De repente se escuchó en el lugar un Do sostenido, que llamó la atención del cantante, y le hizo indagar por el autor. Un muchacho de unos quince años se hizo responsable del hecho. Gardel, quien era el personaje de la función, lo llamó al escenario, y después de un breve intercambio de bajos y altos, con perfecto acoplamiento en sus voces, interpretaron las más recientes canciones del momento artístico: Mano a mano, Cambalache, Yira, Percal, Cuartito azul, Uno, Por una Cabeza…motivo suficiente para que El morocho lo invitara a su gira, que en breve iniciaría, teniendo como destinos New York, México, La Habana, Caracas, Bogotá, Medellín, Cali y luego nuevamente New York, donde debía atender unas películas.

Así tuvo Oscar su primera gran experiencia: actuando con el Mejor. Al terminar la función, Gardel lo invitó a comer en la calle del Abasto. Mientas se desplazaban al lugar, se originó una histórica conversación entre estos dos personajes de la farándula:

-Che, pero que bien cantás…
¿Dónde lo aprendiste?

Oscar respondió que era pampero.

-Mirá, me inicio mi madre, y luego el padre de los coros de la iglesia del pueblo-, agregó Oscar.

-Che, quiero que me acompañés, por las tierras del norte. Son quince mil perones, dinero suficiente para resolver la vida. Que decís...

Oscar lo pensó largamente mientras se comían un churrasco.

Gardel contrapreguntó.
-¿O querés ganarte la vida dándote patadas en Boca?-

Un grupo de hermosas bonaerenses se arrimó a los comensales, a solicitarles autógrafos, pero contrario a lo acostumbrado, casi todas se dirigieron a Oscar.

La charla se interrumpió pronto, pues el empresario de Gardel se lo llevó con urgencia. Oscar le comentó que debía viajar a Chile, y se quedaron de encontrar en Colombia, en la ciudad de Medellín, previo el viaje a Cali. Pero antes de despedirse efusivamente, Gardel abrió su lujosa billetera, y extendió unos billetes de perones al muchacho.

Esa noche, al joven le costó trabajo dormir, porque le parecía un sueño lo sucedido, pero luego de invocar a su querida madrecita de quien decía que lo estaba amparando, se quedó dormido tan plácidamente, que el botones del hotel lo tuvo que despertar, pensado que estaba muerto; y efectivamente estaba muerto, pero de felicidad.



III


Muy temprano, al día siguiente, Oscar ya estaba en la Terminal, ubicada en el populoso sector de Palermo, comprando el boleto para el autobús que lo llevaría a Santiago de Chile. Los viajeros eran, en su gran mayoría, gentes del páramo andino.

El viaje se hizo por una carretera que serpenteaba la montaña. El bus lentamente subía, y cada vez el paisaje era más frío y desolado. En la cúspide, eternos arenales y nieves perpetuas hacían de este paraje montañoso, una hermosa confusión con el horizonte.

Acomodado ya al lado de la ventana, y mientras observaba el paisaje cruzando la cordillera, y rememorando todo lo acontecido desde que su padre lo dejó en la gran ciudad, hizo amistad con el compañero de silla. Se trataba de un cadete de las Fuerzas Militares Chilenas, que pasaba una temporada en Buenos Aires, en una escuela clandestina y donde, -según le comentó a Oscar con mucho orgullo- enseñaban las artes de la tortura.

Había sido enviado por la extrema derecha de su país, a un ciclo de conferencias dictadas por el político e ideólogo americano Macarty, quien consideraba que los próximos gobiernos de Latinoamérica, -con el objeto de preservar la seguridad nacional- debían ser dirigidos por militares. Al menos sus teorías correspondían al pensamiento ideológico del Departamento de Estado Norteamericano, dominado por las políticas del Partido Republicano. La juventud de Oscar le inspiró mucha confianza lo que le llevó a confesarle, que al curso asistían militares de todos los países, entre los que distinguió a Rojas Pinilla de Colombia, Marcos Pérez Jiménez de Venezuela, Onganía de Argentina, Castello Blanco de Brasil, y que estaban convencidos, que la única forma de acabar con el comunismo era desapareciendo a sus militantes. Oscar que no entendía nada de la política, escuchó con atención lo que le narraba su compañero de viaje. Ya en Santiago se despidieron y prometieron encontrarse de nuevo. Augusto Pinochet, que así se llamaba el cadete, le dejó las indicaciones para el posible encuentro.

Oscar descendió del aparato que lo trasladó desde la Argentina y pidió información sobre una habitación económica, enviándolo al extremo sur de la ciudad, a un barrio llamado “La Desesperanza”. Ya ubicado en su nueva residencia, empezó a planear lo que sería su estadía en Santiago.

Después de varios días de estar alojado, observó que todas las tardes llegaban a pernoctar allí dos jóvenes de aspecto extraño, con quienes pronto entabló amistad, pues a decirlo, eran joviales; dijeron ser colombianos, de Medellín, precisamente la ciudad donde Oscar debía encontrarse con Gardel en los próximos meses. También estaban de paso, su destino era Argentina. Uno de ellos, de nombre Gabriel Jaime, enamorado de ese país, añoraba llegar cuanto antes; era tal, que sus compañeros de barrio, en Colombia, le decían el “Che”. El otro joven, más taciturno, se llamaba Julio Alberto, prácticamente era rehén de su hermano. Los hermanos Moncada, -como se apellidaban- llevaban dos meses en Santiago, y para su sustento, el uno vendía periódicos, y el otro, hacía de lustrabotas en el centro de Santiago, por el Palacio de la Moneda.


Cuando los Moncada regresaban a su alojamiento, después de la ardua labor realizada, el dueño de la pensión, de apellido Allende, les prestaba una guitarra que ya tocaban con cierta identidad. Oscar los interrogó y contó de sus experiencias con la música, lo que hizo que desde ese momento, se entablara una pronta amistad entre los clientes del señor Allende. Para iniciar la tertulia musical, que ya estaba preparada a solicitud del dueño de casa, Oscar cantó Granada, mientras los Moncada lo acompañaban. Lo hizo con tanta vehemencia, que rompió todos los vidrios de la casa. Duraron varias horas en manos de los carabineros, tratando de explicar, que no era una asonada contra el gobierno legalmente constituido.

La comisaría se llenó de curiosos, algo típico en los pueblos sudamericanos. En medio de tantas versiones, una señora entrada en años, pero con aspecto de gozosa, en su testimonio dijo, que “una granada había producido la quebrazón de vidrios del hospedaje”. Hubo necesidad -por parte de las autoridades de la zona, de llamar a la Embajada de México en Chile- de indagar por el compositor de la canción Granada, como prueba para determinar la inocencia de los retenidos.

El señor Allende les pidió sus respectivos cuartos, razón por la cual los tres nuevos amigos se hospedaron en la residencia de una viejecita de la Patagonia; allí la amistad se consolidó y a Oscar se le ocurrió una genial idea, que le comunicó a los Moncada: que antes de continuar su viaje a Buenos Aires, integraran un dúo. Ellos asintieron y así lo bautizaron con el nombre artístico, usando el apellido de la mujer patagónica: “Dúo los Visconti”, que por cierto hasta nuestros días han cosechado innumerables triunfos en toda América.

Los nuevos amigos se despidieron en la Central de Autobuses de Santiago, que llevaba el nombre de Colocolo, impartiéndose instrucciones. Los Moncada le indicaron a Oscar cómo llegar a Colombia, vía Valparaíso Buenaventura y arribar a Cali, donde estos le recomendaron una serie de amigos conocidos; ellos, a su vez, fueron invitados para que fueran a Las Pampas a visitar la familia Marini.


IV


En Valparaíso, Oscar debió esperar un tiempo, mientras llegaba el barco del Sur del continente; los días eran fríos por esta época del año. En este puerto del Pacífico se cargarían grandes toneladas de cobre, para llevar a California. Los recursos de Oscar escaseaban, lo que lo llevó a trabajar en infinidad de oficios: el primero fue como mesero de bar, labor que hacía en el día; y luego, por las noches, en las casas de prostitutas, de donde pronto se tuvo que retirar, pues el dueño lo amenazó de muerte, porque se acabó la disciplina en el lugar, ya que todas las empleadas no tenían sino ojos y tiempo para él, dejando de lado los clientes que sí ingresaban dinero al establecimiento. Esto lo llevó a trabajar en el muelle como estibador. Cargaba barcos todo el día, y en las noches cantaba en los grilles y lupanares del puerto.

Por la cercanía de Valparaíso con Viña del Mar, un muchacho, a quien había conocido en los bares donde cantaba, lo invitó para que alternara en su presentación, que hacía en un club de baja estopa del Puerto turístico, dándole un pago que sirvió para aliviar su escasez. El muchacho era del interior del país y se le conocía en el medio artístico, como Lucho Gatica. Con su amigo pasó el resto de días, antes que llegara el nuevo transporte que lo trasladaría a Colombia.

Por fin llegó el barco en el cual debía viajar; se llamaba “El Winnipug”, de bandera sueca. Marineros de raza rubia, con inmensos tatuajes en sus cuerpos, se regaron por todos los bares de Valparaíso en busca desesperada de mujeres; los largos días pasados, confinados en los oficios marinos, así lo exigían. Oscar se hizo amigo de algunos navegantes, especialmente de un chileno que, por primera vez se embarcaba; había huido de su casa y quería ser un trotamundos. Se llamaba Patricio Lagos. Los marineros suecos, dada la asistencia al lugar donde Oscar cantaba, lo hicieron su amigo y le ofrecieron empleo en el barco; este de inmediato aceptó, razón por la cual abordó la nave quince días antes de partir.


En el barco, los oficios del nuevo habitante, eran menores: le tocaba hacer la limpieza de los camarotes y de la cubierta. Rápido se aclimató a sus labores. Recomendado por un viejo marinero, Oscar se hizo un tatuaje; su ilusión era el cuerpo de Marylin Monroe, ubicado en los músculos bíceps y tríceps del brazo derecho; la actriz se contorsionaba cuando movía los músculos.

Llegó el día de zarpar, el barco ya estaba con su carga. Faltaban los pasajeros, en su mayoría chilenos, argentinos, uruguayos y brasileños, quienes debían usar el Mar Pacífico para desplazarse a México y California. Los viajeros ascendieron, uno a uno, de donde se distinguía una bella chica de aproximadamente veinte años, con cabellos rubios y terminados en insinuantes bucles, y que no se separaba de un osito de peluche. Oscar que observaba atentamente la escena de abordaje, se cruzó una mirada interminable con la pequeña dama; luego ella desapareció en busca de la zona de camarotes.

El viaje se inició por un mar en perfecta calma, que parecía más bien, sobre un lago sereno y apacible. Oscar tuvo la oportunidad de hablar con el capitán del barco, Norbey Bergman, quien lo invitó a Suecia para alistarse como navegante de la Flota Mercante de su país.

Después de varios días en el mar, el capitán consideró prudente anunciarle a la tripulación y a los pasajeros, que una tormenta se avistaba y de inmediato impartió instrucciones para afrontarla. De manera súbita, unos vientos con fuerte violencia cruzaron la cubierta de la nave, cuando la gente apenas se preparaba para dirigirse a los refugios recomendados. La chica del osito, lo perdió. Oscar que ocupaba la cubierta, se dio cuenta de la situación y corrió a auxiliarla, rescatándolo, no obstante la furia de la naturaleza, pero cuando se dirigía a entregarlo a su propietaria, cayó perdiendo el sentido, más defendiendo la mascota de la joven, que ya se instalaba en lo más profundo de su corazón; luego, ella misma, en una acción temeraria, se lanzó sobre Oscar, arrebatándole el peluche, lo que hizo que un grupo de marineros tomara su cuerpo y lo llevara apresuradamente a la enfermería, no pasando a mayores. Después de este infortunado episodio, Oscar terminó en un largo diálogo con la rubia argentina, quien le manifestó que viajaba al destierro, pues había terminado enfrentada con la esposa del Presidente, Doña Eva Duarte de Perón, quien por celos, hizo todo lo que estuvo a su alcance para que dejara el país; por eso, ella viajaba a México. Llegaría primero al balneario de Acapulco, donde descendería del barco para luego continuar a la capital federal. Su nombre era Libertad Lamarque, quien dejaba para siempre el país que la vio nacer.

El día siguiente, inició con un sol radiante; el mar parecía un estuario maravilloso; el barco había perdido su rumbo, lo que el capitán restableció vía Buenaventura donde deberían llegar en tres días. Oscar apareció al mediodía, vestido de pantalón blanco, camiseta de rayas amplias horizontales, alternando blanco con azul oscuro, y gorra de marinero. El suspiro de Libertad se escuchó en la cubierta. A partir de ese momento, la pareja iniciaba un inolvidable amor marino, a pesar de la certeza que tenían los dos, que pronto se debería interrumpir, pues sus destinos eran diferentes.

En la tarde, cuando Oscar ensimismado, miraba a lontananza las gaviotas que dibujaban complicadas siluetas en el espacio, pensaba en su destino y en el amor que en breve debía suspender, se le aproximó un joven, que le propuso conversación y le comentó que él era del sur de Chile y viajaba para Yakarta, en el Extremo Oriente, donde se posesionaría en un cargo, en la representación exterior de su país; que estaría algunos años en esas tierras y que a pesar que llevaba en el alma, la preocupación de alejarse de los suyos, también tenía la emoción de conocer nuevos continentes. Agregó que había observado su heróica acción para recuperar el osito de la chica y su condición de marinero, lo que le dio lugar a una inspiración poética, que quería compartir con él, pues lo consideraba el motivo de su iluminación artística.

De forma improvisada y como si retuviera en su memoria las palabras, declamó:

“Amo el amor de los marineros que besan y se van
Dejan una promesa y no vuelven nunca más,
En cada puerto una mujer espera,
Los marineros besan y se van
Amo el amor que se reparte en beso lecho y pan…..”

El joven trashumante se presentó como Pablo Neruda.

A partir de ese momento, en los tiempos que Oscar se permitía de sus labores cotidianas, tuvieron largas tertulias, espacio que se tomó el poeta para concluir la obra dedicada al amor marino.

Buenaventura se avistaba a lo lejos. Una bahía servía de canal de acceso al puerto. El barco arribó entrada la noche, lo que no permitió que las gentes bajaran para conocer y descansar en la ciudad.

A la mañana siguiente, los pasajeros descendieron de la nave en busca de la ciudad. El buque tomaría cuatro días en el puerto antes de continuar su viaje en busca del Canal de Panamá, su próxima parada. Muchos pasajeros, -al menos los más adinerados- se alojaron en el Hotel Estación, bella construcción típica del Mediterráneo francés. Por supuesto, que ese fue el sitio de la breve residencia de Libertad.

Mientras en el barco se ocupaban de las cargas, Oscar escaso de presupuesto, ofreció sus oficios de cantinero en un cómodo y visitado bar llamado “El Suizo”, donde fue enganchado de inmediato. Más de treinta hermosas mujeres venidas del interior del país, ofrecían sus esbeltas figuras a los miles de marineros de todos los países, que necesariamente ocupaban este puerto del mar pacifico. Oscar que ya conocía de los menesteres de bares y mujeres, resultó ser el hombre que necesitaba el dueño del establecimiento. Una joven mujer de Cali, quien allí trabajaba, puso sus ojos en el nuevo empleado, pero en la mente de Oscar, solo estaba la rubia del barco; siempre que a lo lejos oía las sirenas de los barcos, cuando arribaban o partían del Puerto, lo atormentaba la pronta partida de la mujer que lo enamoró.


V


El día llego: “El Winnipug” partió a la madrugada. Desde la cubierta y estrechando el osito contra su pecho, Libertad lloró largamente; le gritó a Oscar, que nunca lo olvidaría y que su amor sería hasta la eternidad. En un extremo, cerca a babor, también un joven de cachucha, con disimulo movía su mano, en ademán de despedida; era Pablo, quien continuaría su búsqueda de vida lejos de su propia identidad. Oscar cabizbajo se perdió por entre las callejuelas del puerto, y en un amplio parque donde el mar desvanecía sus olas, se sentó con melancolía a llorar largamente.

La despedida es un viaje que puede tener resurrección.

La vida en el puerto se pasaba entre atender el bar y conocer la población. Tenía un gran componente de raza negra, vivían en cierto desorden. La ciudad ofrecía inmensos contrastes entre la riqueza y la pobreza. El dueño del bar, un griego llamado Einer Kasansaki, ex marinero, que se desembarcó años atrás y escogió para subsistir a Buenaventura, se convirtió en ducho para el negocio de la prostitución, le ofreció a Oscar el manejo de un burdel en la ciudad mediterránea de Cali, llamado “Moulin Rouge”, del cual era propietario. Este aceptó de inmediato, pero siempre buscando su norte, que era Medellín.

Llovía persistentemente cuando Oscar tomó el ferrocarril. Viajando entre montañas por una difícil vía, podía observa que la ingeniería colombiana tenía infinidad de retos. Mientras el tren subía lentamente por la larga montaña, Oscar rememoraba todo lo acontecido desde que salió de las Pampas, hasta su triste despedida con Libertad.

Llegó a Cali, hermosa y cálida ciudad; recorrió sus avenidas y se impresionó de la belleza de sus mujeres. Seguidamente se dirigió a buscar la dirección donde tenía instrucciones de llegar, la cual quedaba en un populoso sector. Observó una gran casa con hermosas mujeres que deambulaban por el lugar; era la sede del “Moulin Rouge”. Entró, y quien lo atendió, leyó el recado que Oscar le entregó del señor Kasansaki, quien lo recomendaba. Le fue asignada una habitación al final del corredor, que daba con los cuartos de las muchachas. En la noche se estrenó como “Barman”. El éxito del argentino en el sitio, fue inmediato.

Colombia vivía por esos tiempos la llamada “época del Dorado” en el futbol. El país tuvo una inusitada avalancha de jugadores del sur, los mejores de sus ligas pararon en Colombia, la afición era impresionante. Cali tenía tres equipos de fútbol, pero se presentaba un cerrada rivalidad entre dos: El América y el Deportivo Cali. Después de los partidos, el Grill se llenaba, las ventas aumentaban y las muchachas eran felices. Una tarde -en un día de semana- apareció en el lugar un jugador del Deportivo Cali, llamado Omar Lorenzo Tronco- sureño-, y quien tenía una amiga en el negocio. Cuando conoció a Oscar Renato Marini, le hizo una fantástica propuesta, que este no pudo desechar; le dijo que el portero del equipo estaba lesionado y que el domingo siguiente era el clásico, que él lo podría ofrecer como arquero; le platicó sobre la fortaleza de la defensa; esta era tan buena, que no era necesario “Cancerbero”. El solo nombre impresionaba a la fanaticada. Oscar aceptó y al día siguiente firmaba contrato. Un exboca, por tan poca plata y con buena paga.


Llegó el domingo. Los hinchas con sus banderas, celebraban ordenadamente. El estadio “Sanfernandino” se llenó; los periódicos titulaban a ocho columnas:

“¡Marini, un exboca, nos tapará la boca!”, titulaba el diario El País. “¡Por fin arquero!”, aparecía en El Relator. Los asistentes, de acuerdo a su insignia, cantaban; los del equipo rojo gritaban : ! dale rojo¡…, ¡dale rojo¡… Y los del equipo verde contestaban: “Que sí señores, que hay un gran señor, que es antioqueño y muy trabajador; ¿quién es?,… ¿quién es?... ya lo voy a decir: ¡Cali¡,… ¡Cali¡ “. La euforia era colectiva. Las mujeres más hermosas de la ciudad engalanaban las graderías del estadio, de donde sobresalían en especial, Martha Lucia Luna, Leonor Navia Orejuela, Luz Marina Cruz, esta última, una trigueña con espectacular figura, era el centro de las miradas de hombres y mujeres.

El partido se inició, y toda la atención de los espectadores se concentró en la figura de Marini, como era de esperarse; la defensa no era tan buena y Marini salía tanto de su área, que Julio Toker, entrenador del Cali, le pidió “Time” al árbitro, quien lo concedió. Fue donde Marini y le amarró en la cintura un lazo para controlarlo desde la parte posterior del arco Los goles del América, -como un rosario- se fueron dando. A Don Julio se le oyó decir:

“Marini: los que van para dentro, está bien que sean goles, pero no me entres al arco los que van para afuera”. El Cali perdió cinco a cero. A Marini no se le volvió a ver desde ese instante, en el estadio; llegó al “Moulin Rouge”, disfrazado de cura franciscano.

Cuando salió a atender el negocio, empezaban a llegar los hinchas, unos felices y otros con tanta tristeza, que había que calmarla con aguardiente y mujeres. Cerca a las nueve de la noche, llegó Aldo Mistela, un hincha del América, disfrazado de diablo. Pidió aguardiente y entabló diálogo con el cantinero. Cuando se enteró que quien lo atendía era el arquero del equipo perdedor, y sabiendo que el hombre se tenía que esconder antes que lo “lincharan”, le ofreció trabajo en su empresa, laborando para los ingenios de la zona y con sede en Alcalá de los Cipreses, como cortero de caña .Oscar de inmediato aceptó el oficio y en la camioneta de su nuevo patrón salió sin reclamar el dinero que le adeudaban, pero salvando su vida.


VI


Alcalá de los Cipreses, bella y pequeña población, recostada sobre las montañas, ofrecía un paisaje hermoso; el pueblo, de amplias calles y grandes parques, fue su nueva sede vital; cortaba caña, de lunes a sábado, los fines de semana se tomaba sus tragos y departía siempre con amigas, a quienes atendía como a unas reinas. Su fama de cortero se extendió por la región, lo que hacía aumentar sus ingresos, que así mismo gastaba de manera desordenada. Llegó la fama a tal grado, que Don Abraham Cusnier, dueño de la “Casona “, lo contrató y le ponía tareas que él solo realizaba, una vez se despachó “La suerte cuarenta”, en un día.

Don Abraham le vendió a Oscar, una tierrita en “El Amparo”, o más bien, se la cambió por trabajo. Estaba ubicada al lado de propiedades de la familia Marín de Alcalá de los Cipreses; pero el destino de Oscar era Medellín. Dejó la tierra al cuidado de don Pantaleón Marín, a quien conoció por esos días; le dijo que se demoraría un tiempo, pues debía cumplir unos compromisos.

Oscar Salió de Cali, por donde pasó de incógnita y tuvo la fortuna, que nadie lo reconoció. El viaje lo hizo en bus, cruzando el más bello valle que sus ojos hayan visto; luego avanzó por montañas y tortuosas carreteras, que en forma titánica vencían la naturaleza, hasta que finalmente, descendió a Medellín. Las lámparas que iluminaban en la noche, presentaban el lugar como idílico. Se hospedó en una humilde residencia. Al día siguiente, se enfrentó a la magia de la ciudad que conocía. Medellín, una ciudad rodeada de montañas, grandes avenidas un buen orden urbano, hermosos barrios residenciales. Averigüó por Gardel y lo enviaron para una casa que llevaba su nombre; estaba situada en el barrio ”Manrique”. Lo atendió un hombre de aspecto argentino, pero realmente era, -según lo expresó- de Titiribí, un pueblito distante de la ciudad; le manifestó del accidente en el Aeropuerto Olaya Herrera de la ciudad, con todo el equipo de Carlitos, -así se refería a su ídolo- y ya con la voz entrecortada, le comentó de su muerte. Oscar silencioso se alejó del lugar, apuró su pañuelo que llevaba en el bolsillo trasero y secó unas pequeñas lágrimas.

Trabajó en “Lovaina”, sector donde se concentraban los sitios de diversión de la ciudad, en el oficio que conocía tanto y se atrevió a cantar en centros nocturnos, donde su voz se empezó a reconocer. Sin embargo, la situación económica, no era buena; las dificultades lo invadieron y su vida llegó a tal extremo, que para dormir tuvo que buscar refugio en las bancas del Parque Principal, cerca de la estatua ecuestre del Libertador de la Nueva Granada: el General Simón Bolívar, donde estaba ubicada la Catedral Basílica, inmenso edificio construido en ladrillo. Llegaba a eso de las once de la noche para que no fuera hostigado por las autoridades policiales; su compañero de la banca del frente, un joven del pueblo de Amagá, quien de día estudiaba y de noche dormía en el Parque, se le identificó como Belisario Betancur.

Llegó el momento en que Oscar estableció con Betancur, un diálogo en donde lo comparaba con el filósofo griego que vivía en un tonel y tenía una lámpara de nombre Diógenes. Al joven amagueño, le pareció muy tierna la comparación que le hacía su compañero de residencia en la tierra; a veces se amanecían cantando tangos que Belisario le enseñaba a Oscar; el joven pichón de abogado, le leía a Oscar los poemas que componía, este se quedaba callado, pues no le entendía ni pío.

El destino es el destino. Un día, Oscar se encontraba en “Guayaquil”: el barrio de las putas, los músicos y la vida nocturna; tomaba aguardiente antioqueño en una cantina, cuando estableció amistad con un distinguido señor de apellido Echavarría, quien también frecuentaba el lugar, y dijo ser dueño de unas empresas de tejidos, y a quien el argentino le cayó en gracia, ofreciéndole trabajo en una de sus factorías. Oscar laboró en Coltejer varios meses, reuniendo el dinero que necesitaba para desplazarse a los Estados Unidos.

La despedida fue en la casa Gardeliana. Se reunieron para la ocasión: Betancur, Echavarría e invitaron a la bohemia paisa: Arenas Betancur, Débora Arango, Fernando Botero y el Maestro Pedro Nel Gómez. La rasca fue tan tremenda, que terminaron en La Permanente de la Policía; allí conocieron al famoso “Hildebrando”, quien se reponía de la más colosal borrachera, de que se tenga nota en Antioquia.

Después de haber recorrido a Medellín, montado en una aplanadora, que le prestó un amigo de farra, Betancur hizo gala de sus conocimientos de derecho, y fue tal la defensa que hizo para liberar a sus amigos, que los iban era a dejar unos días más allí recluidos, pero en consideración a la dama del grupo, los liberaron después de una larga y tortuosa amonestación.

El grupo debía llevar a Oscar al Aeropuerto Olaya Herrera, pero primero tenían que ir al “condominio” donde Oscar y Betancur vivían, para recoger el equipaje, el cual se componía de dos bolsas de cominos “El gaucho” y una caja de chocolate Luker, desocupada. Cuando llegaron al sitio, ya las bancas tenían contertulios, por lo que fue necesario incomodarlos para poder sacar el menaje.

La despedida tuvo la tristeza de todas las despedidas: lágrimas, chistes, promesas de encuentros. Echavarría le había conseguido a Oscar, un empleo en New York, como ayudante de mecánica, en el Aeropuerto “La Guardia”, trabajando para la KLM.


VII


La llegada de Oscar a New York, coincidió con la de Elvis Presley, razón para que nadie se ocupara de él; fue tal el desorden causado por el arribo del rey del rock, que a Oscar se le robaron la caja que contenía el equipaje. Su lugar de residencia era relativamente cerca, en términos de distancia, para la ciudad: tres horas del aeropuerto. Fue a vivir en una unidad residencial, compuesta por gentes de todo el Orbe, donde, por su apariencia de Italiano, rápido hizo amigos de esta colonia. Pronto empezó a trabajar, y todos los días, por las tardes, después de salir de sus labores, frecuentaba un bar llamado “Al Capone”. Le llamaba mucho la atención, que las cosas allí se hacían sigilosamente; con frecuencia arribaban personajes raros, casi todos escondiendo el rostro tras gafas oscuras, y siempre se dirigían a la trastienda, nunca hubo claridad con la clientela del lugar.

Varios meses llevaba Oscar de vivir en la capital del mundo, y nada nuevo ocurría, que no fuera trabajar reparando los motores de los aviones “Constelation”, pues era su especialidad. El mecánico mayor, le tomó tanta confianza, que ya le daba “pichoneadas”, volando por los cielos de New York. Oscar era un alumno aventajado. Cuando salía del trabajo, concurría a un bar donde se estaba enamorando de una puertorriqueña muy popular, de nombre Cuca Valoy, su nombre no hacía referencia a lo más hermoso que trasportan las féminas en su anatomía.

Una tarde que llegó temprano a su apartamento, observó que en el bar “Al Capone”, estaban estacionadas unas limosinas de color negro; su curiosidad lo llevó al lugar. El Administrador que ya lo conocía ampliamente, lo atendió diciéndole que el bar estaba solo para unos clientes especiales de la casa. Sin embargo, y dada la confianza que Oscar le inspiraba, lo dejó entrar y le presentó a los recién llegados: Sinatra, Corleone y Romano.

El dueño lo recomendó, pues ya lo conocía y lo había oído cantar. No se hizo esperar e interpretó Granada, Malagueña, Oh Sole Mío. Sinatra, en medio de los whiskis que ya tenía en su cuerpo, se arriesgó y cantó a dúo con Oscar, “Begin the Begin”. Fue tan hermoso el espectáculo, que las calles se llenaron de curiosos. Sinatra le propuso entonces a Oscar que realizaran varios conciertos juntos, a lo que este se negó, pues el oficio de mecánico no le daba tiempo para otras actividades.


VIII


El Barco, con lentitud abandonó el Litoral buscando Alta Mar. Los marineros atendían sus quehaceres. En su camarote, Libertad lloraba inconsolablemente; su haya hacía todos los esfuerzos posibles por tranquilizarla, pero todo era inútil; su amor se alejaba en busca de lo desconocido y ella no sabía cuándo sería su reencuentro.


Cuando se acercaban al Canal, Libertad que permanecía sola, sufrió un marasmo que la dejó inconsciente. La alarma en la nave fue general. Por el altoparlante se indagaba si entre los pasajeros había un médico, a quien se le solicitaba de urgencia, pero lo más aproximado, fue un veterinario, con especialidad en caballos, quien de inmediato hizo retirar a todos los curiosos. Examinada con detenimiento, diagnosticó que en el próximo puerto, había que llevarla donde un galeno.

Prepararon una lancha motor fuera de a bordo y un grupo de auxiliares se desplazó buscando el Continente, que ya estaba próximo. Un hospital de la fuerza norteamericana “Army” fue el lugar preciso para llevar a la paciente. Ya dentro, se hicieron cargo dos enfermeras que, con rapidez, la llevaron donde el médico director.

El Doctor Teodoro Rooselvelt la atendió, tranquilizando a los acompañantes, entre quienes había la sospecha que fuera un embarazo, lo que fue desmentido por el facultativo. Sin embargo, era necesario hospitalizarla.

El doctor Teo, como familiarmente lo trataban, era un médico joven norteamericano, graduado en “Mulaló University, nieto del presidente gringo que le arrebató Panamá a Colombia, a principios del siglo, se había enamorado de una mestiza por lo que decidió vivir en el país.

En el hospital, Libertad ocupó una sencilla pero vistosa habitación, que estaba adornada con flores y un cuadro que pendía de la pared, cuyo motivo era una calle parisina de la época de Toulouse Lautrec.

El barco arribó y debía permanecer quince días en el muelle, aguardando algunos de los barcos que cruzaban desde el Océano Atlántico y los ferrocarriles que traían los pasajeros que requerían de esta ruta para llegar a California. Libertad fue visitada en el hospital, por algunos marineros y su capitán Bergmant, quien puso todo a su disposición, lo que le agradecieron infinitamente los acompañantes de la enferma, ya que el Capitán tenía fama de hosco.



La paciente, con los cuidados y la medicina suministrada, evidenciaba una pronta mejoría; sin embargo, no dejaba de llorar, lo que en cierta forma hacía más difícil el proceso de recuperación. Esto hizo que fuera necesario llevarle una psicóloga para que la ayudara. Una informal profesional que hacía una pasantía en el hospital, de nombre Mónica Lewinsky, la atendió; le aconsejó, que su apasionado amor, debía llevarlo con más resignación, que el tiempo y la distancia eran las terapias recomendadas para casos como el de ella, pero que nunca tuviera ideas de suicidio. Se despidió, y el Capitán que estaba atento, tomó a la psicóloga de la mano y se alejaron, lo que dará tema para otra novela.

Dada de alta, Libertad visitó el Canal; conoció las esclusas y su manera de operarlas. Allí fue conducida por un joven militar que muy atento, le enseñó todo lo referente, desde su construcción iniciada por el mismo constructor del Canal de Suez, El Conde Fernando de Lesseps, quien fracasó en este intento. Le contó cómo se diezmó el número de trabajadores por la malaria, la intervención de los gringos y finalmente la terminación del mismo. Comentó que este, estaba bajo la tutela norteamericana. Ella se fijó en la pechera del militar, donde decía que su apellido era Torrijos.

Ya en Cubierta para continuar el viaje, Libertad no se retiraba del sitio donde tuvo sus primeros encuentros con su amado. Allí permanecía horas enteras, deshojando las margaritas que había comprado en el mercado del puerto, y siempre el resultado coincidía: que él la quería. La próxima estación del viaje era Acapulco, hermoso y turístico Puerto Mexicano. Llegaron un sábado. Miles de gentes se apostaron frente al buque, para ver descender a los visitantes.


IX


Los viajeros se alojaron en un lujoso hotel, situado frente al mar y en un piso alto, que ofrecía una hermosa vista, desde donde se observaban los veleros y yates de los magnates que tenían sus mansiones en el Puerto.

La belleza de Libertad tenía que ver con todos los hombres, pues estos obligatoriamente la miraban, mientras que ella no tenía ojos sino para mirar el recuerdo de su Oscar. Siempre que bajaba al lobby del hotel, sus admiradores la asediaban, lo que le hizo perder su tranquilidad. Y cada que regresaba a su cuarto, encontraba tal cantidad de arreglos florales, que finalmente optó por sacar la cama al corredor. Entre las tarjetas dejadas por los pretendientes, encontraba nombres de: Pedro Armendáriz, Agustín Lara, El Chapulín Colorado, la Sonora Dinamita, ante lo cual, ella se limitaba a sonreír. Libertad venía contratada por el empresario Raúl Velasco, con el fin de realizar una gira por todo el país, y su permanencia en Acapulco era larga, ya que debía actuar en todos los centros nocturnos del Balneario.

El “Acapulco Night Show”, estaba colmado de gentes, en su mayoría veraneantes del interior del país, pero sobre todo, de norteamericanos que tenían el Puerto casi siempre como destino de sus vacaciones. Esa noche se presentaba la gran diva Argentina: Libertad Lamarque, la cantante del momento, interpretando un variado repertorio y estrenando las canciones del compositor Pedro Vargas, quien se encontraba asistiendo al debut de la artista. Como telonero, actuaba Cesar Costa.

La expectativa crecía a medida que avanzaba la noche y se aproximaba la aparición de la Diva. El nerviosismo entre las mujeres era mayor, pues le tenían celos por su extremada belleza. Libertad ultimaba detalles antes de salir del Hotel para el centro nocturno, cuando apareció su empresario para disponer del traslado. Ella iba vestida toda elegante de traje negro y un pronunciado escote que disimulaba con una bella rosa, pero que dejaba ver sus hermosos senos.

En el resplandeciente salón que servía de escenario, y colmado de la más distinguidas personalidades, sobresalía una mesa donde departían alegremente el magnate de las telecomunicaciones Mexicanas, Don Carlos Slim, su señora Teresita Casamachin y dos invitados del señor Slim de procedencia colombiana, como eran Doña Martha Pinto de De Hart, Ministra de Comunicaciones, y don Alfonso Gómez, Presidente de las Telecomunicaciones del país sudamericano, quienes reían con ganas del negociado que tenían entre manos para tumbar al pueblo colombiano. La conversación giraba en torno a la cuantía de la comisión, era en lo único que no se ponían de acuerdo, pero el negocio más o menos se trataba de vender a un ridículo precio una empresa próspera y de grandes utilidades. En otra mesa departían amorosamente, Agustín Lara y la bella mexicana María Félix; el galán le escribía en una servilleta lo que parecía ser su próxima composición y le susurraba a al oído: “Acuérdate de Acapulco María bonita María del Alma…..”

Entre aplausos hizo su aparición en el salón la bella argentina. El maestro de ceremonias finalmente pudo hacer su presentación y dar inicio al espectáculo, en medio de apoteósica acogida. Fue tal el éxito, que los asistentes aplaudieron sin cesar, cada una de las canciones que interpretó, haciéndole repetir las de Pedro Vargas.

El magnate mexicano se levantó de su silla y le estampó un fuerte ósculo en la mejilla, haciéndole entrega de unas llaves y diciéndole, que en el parqueadero le tenía un regalo; luego la invitó a sentarse a su mesa, donde compartieron una botella de champagne, Viuda de Cliquot. Libertad emocionada, se retiró con su empresario y se dirigieron al garaje, donde la esperaba un Jeep Willys, adornado con flores en el capó, ideal para una finca cafetera.

La rubia cantó en todos los sitios del centro vacacional, alternando con Puerto Vallarta, donde se presentaba los sábados, hasta que al fin, llena de gloria, se desplazó para la Capital Federal. No había tenido noticias de su marinero, por lo que el olvido ya hacía mella en su corazón.


X


Libertad fue recibida como una reina en la Capital; firmó dos contratos como artista principal en “El Derecho de vivir”, con Ramón Valdez como galán, y en “Aventuras en Acapulco”, con Viruta y Capulina, bajo la dirección de Domingo Soler. Además, se presentaba en El Zócalo, y todos los viernes, actuaba en “La Plaza Garibaldi”.



Viajando por el Golfo de México, cuando se presentaba en Can Cun, se encontró con un marinero del “Winnipug, reviviéndole el recuerdo de Oscar, y emocionada le preguntó por él; pero este no le pudo responder, lo que hizo que su corazón nuevamente se decepcionara y cayera en extremo grado de aislamiento, por lo que fue necesaria una nueva intervención del especialista. Esta vez asistió al consultorio del más afamado terapeuta de la Capital, Sigmond Salinas de Gortari, quien le recetó fármacos para controlar las depresiones y estuvo varios meses en el diván del psicoanalista, pero atendiendo exclusivamente problemas de su psiquis.

Libertad concurría puntualmente al consultorio de su terapeuta, situado en la céntrica Avenida “Reforma”. Los jueves tenía dos horas de consulta, pues el médico consideró oportuno analizarla con más profundidad, de acuerdo a lo recomendado por su profesor de psicoanálisis, cuando estudiaba en Viena, Sigmond Freud, de quien heredó el nombre, pues su verdadero era Porfirio; este nombre le fue puesto en memoria del dictador que gobernó México por casi cuarenta años, lo que le hizo cambiar y fue cuando él resolvió optar por el nombre del galeno Austriaco, esto le ayudó a aumentar de manera desmedida su clientela, pues era el terapeuta de la clase adinerada del país azteca. La afluencia de pacientes era tan grande, que parecía un Centro Médico de los barrios pobres, en las ciudades latinoamericanas. Este afamado, tuvo que variar la forma de atender, y a veces lo hacía en grupos de, hasta cinco personas. El sistema lo patentó en la oficina de Registros y Patentes como “Terapia grupal”.

Pero todo no era color de rosa, ya que a los pacientes se les confundían los problemas del alma: al que era paranóico, resultaba con esquizofrenia y así sucesivamente, al maniaco depresivo se le instalaban las contorsiones de otro.

Libertad progresaba con su terapia, pero el psicoanalista profundizó tanto en su alma, que resolvió instalarse en su corazón; ya las citas no eran solo en el consultorio, sino que se les veía en Plaza Garibaldi, en Chapultepec, en Tahzatupedo, donde comían chorizos y empanadillas.

Un día, la invitó a desplazarse a un Congreso de psiquiatría en Chochaziclán, donde se trataría exclusivamente el tema femenino; ella lo acompañó y allí la presentó como su esposa. Realmente estaba casado con Rosita Echeverría Fox, de las más distinguidas familias del país y hermana de un expresidente, por lo cual el escándalo social fue mayúsculo. -Ruptura en matrimonio de la alta clase social-, titulaban casi todas las revistas de farándula y chismes. Libertad logró olvidar, por un buen tiempo a Oscar, y estableció escandalosa relación con el médico, pero su vida íntima se complicó; ya no era recibida en los salones sociales, y le cancelaron contratos firmados para nuevas películas. Un día que estaba donde el estilista, coincidió con la señora Echeverría Fox y se agarraron a tijera, de manera tan grave, que aún en la calle, continuó la confrontación. La policía resultó insuficiente para resolver el incidente, por lo que fue necesario traer el ejército.

En otra ocasión, cuando regresaban de un Congreso Médico en Puerto Vallarta, en el aeropuerto el doctor fue detenido por la policía. La razón expuesta por la familia de uno de sus pacientes, era que lo dejara como estaba antes de ir a su consultorio, porque entró con una enfermedad y salió con tres. El solo nombre del paciente, daba por si solo para estar deschavetado: era hijo de un expresidente y se llamaba Chapultepec Cárdenas.

Libertad, con este nuevo problema, entró en angustia existencial; ya no sabía de donde era vecina, se encontraba arrinconada, recibía el desprecio social, y con su amante en la penitenciaria.

Una ambulancia recorrió raudamente las calles y avenidas de la ciudad, buscando la Colonia López Mateo, donde estaba ubicado el Hospital Siquiátrico “Pancho Villa”. La pasajera del veloz viaje, era Libertad, a quien un colega de su amante le recomendó recluirse, ya que sus condiciones clínicas así lo exigían. El profesional de turno, doctor Roberto Gómez Bolaños, en razón a la histeria de la paciente, le colocó una camisa de fuerza y le suministró los antídotos necesarios, ya que se trataba de una excesiva dosis de barbitúricos.

Libertad quería poner fin a su existencia. La artista exitosa del pasado, no estaba en condiciones de soportar la vida que llevaba y lo que más agudizaba su martirio, era el ver todos los días en los periódicos, noticias sobre el juicio a que estaba siendo sometido el doctor Sigmond. La defensa se estaba viendo a gatas para defender al inculpado, pues los mejores abogados del país, contratados por las familias de los damnificados, actuaban en forma jurídica de manera brillante, las penas solicitadas por los juristas iban desde la prisión perpétua, hasta la pena de muerte.

Fue necesario aislar a Libertad en una pequeña habitación, por el grado de agresividad manifestado; no veía el sol, su cálida belleza desaparecía y su rostro tomaba el rictus de la locura. Lo más grave era su extrema soledad. La haya que la acompañó desde que salió su país, retornó en vista del rumbo que la vida de Libertad había tomado. Nadie la asistía, los médicos que la observaban en su historia clínica, anotaban que el tratamiento podía ser de años. Un día recibió la visita del Embajador de su país en México, el doctor Arturo Videla Irigoyen. En su larga charla con los facultativos, solicitó llevarla a la Embajada para, desde ese sitio, continuar las recomendaciones de los médicos, lo cual le fue aceptado.

En su nueva residencia, una hermosa casa situada en las afueras de la ciudad, en el sector más elegante, con amplias zonas verdes y jardines, en la Colonia Polanco, Libertad gozaba de un mundo mejor. Su rostro recuperó la frescura de la juventud y cada día se le reducía el suministro de la droga prescrita. Ya podía visitar los centros comerciales, en las cercanías de la Embajada y era objeto nuevamente de las galanterías de los hombres, que la veían pasar.

El hijo del Embajador, con frecuencia la acompañaba, y además la invitaba a dar largos paseos. Sus padres no sospechaban lo que sucedía en los corazones de la hermosa pareja, pero era de imaginarse, que el amor nuevamente habitaba en Libertad. Domingo Rodolfo Videla, estudiaba artes plásticas en la Universidad Autónoma de México. Era un aventajado alumno de Rivera, Orozco y Siqueiros, lo que le daba una preparación de mucha profundidad a su mente; por esa época, tenía el proyecto de diseñar un mural con la figura de Juan Domingo Perón en pelota, para colocarlo en los edificios de los Ministerios en Buenos Aires.

El acaramelamiento de los tortolitos se hizo notar. Doña Asunción Frondizzi de Videla, madre del joven enamorado, consideró oportuno actuar, y resolvió separar a los novios. Sin suministrar información, Libertad fue trasladada sigilosamente, a un convento en Cuernavaca. Domingo Rodolfo no resistió la pena y se suicidó, luego de viajar a Acapulco, y ya allí, desde lo alto del acantilado, se arrojo al mar.


XI


La vida en el convento fue un suplicio para Libertad. La Madre Directora, lo único interesante que tenía, era su calidad en el canto pero, en cambio, aplicaba una crueldad inusitada; Sor Soledad Ortiz Tirado, le hizo imposible la vida a la recién llegada, a tal extremo, que la confinó en un pequeño cuarto, con vista a un minúsculo patio interior, y como única lectura, tenía La Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis.

En las tardes, Libertad tomaba el libro de obligatoria lectura, al igual que los sacerdotes católicos lo hacen con su Breviario, y un día encontró una poesía del poeta mexicano Amado Nervo, escrita precisamente a la obra de Kempis, la que rápido se aprendió y, sola, como una sonámbula, recitaba despierta y dormida; y se le oía:


“Sicut navis cuasi nubes velut umbra
Como las naves, como las nubes, como las sombras
OH Kempis, Kempis asceta yelmo, pálido asceta
Que mal me hiciste
Ah muchos años que vivo enfermo
Y es por el libro que tú escribiste…
Esto irritaba a Sor Soledad, quien para castigarla, ordenaba, que de alimento, solo le dieran agua y pan duro.

A partir de ahí, la obligaban a vestir de hábito y a permanecer hasta seis horas en el oratorio del convento, pero también a hacer las hostias para la celebración del Santo Sacrifico, de la misa que oficiaba todos los días el Capellán, Padre Emiliano Zapata, un sacerdote, de quien decían las gentes cercanas al convento, que ya estaba realizando milagros. Cuando el Santo Varón pasaba por el vecindario, decían: -!ahí va San Emilianito¡-. El Papa de Roma, Su Santidad Pío XII, inició el proceso de Canonización, sin que este hubiera muerto. Cuando fue canónigo en Berlín, durante la Segunda Guerra Mundial, fue la última persona que vio y confesó a Hitler, por lo que se concluía, que el dictador alemán, se había salvado. El Padre Emilianito, llevaba rigurosamente, la cuenta de los pecados que había absuelto a los feligreses que ocupaban su confesionario, -que superaban los quince millones- razón por lo cual fue necesario colocarlos en el libro de los “Guiness Records.”

El juicio del doctor Sigmond, finalmente, se llevó a cabo. El Supremo Tribunal de Justicia del Estado, dadas las graves acusaciones que presentaron los abogados de los demandantes, y la falta de argumentación de la defensa, consideró aplicarle al inculpado como pena, la cadena perpetua, por el delito de atentado contra la salud mental de la Nación.

El doctor Sigmond fue confinado en una prisión, que el Estado había construido paro los criminales de alta peligrosidad. Allí compartió celda con Luis Candela, y otros condenados, por los delitos más graves cometidos contra la sociedad mexicana.

Nunca supo de su amada, pues al delincuente le era prohibido suministrarle cualquier información. Además, -y lo más irónico- era que había perdido su libertad, por Libertad.

Como pertenecía a la más rancia alcurnia, la familia pidió la revisión del juicio, lo que se convirtió en una lucha de poderes de la aristocracia, puesto que los afectados eran de familias igualmente poderosas.


XII


En New York, Oscar ya maniobraba como pez en el agua; asistía a los partidos de béisbol, como buen fanático de los yanquis. Tenía tal afición, que hasta en el trabajo se le veía luciendo el uniforme del equipo Neoyorquino; poseía bolas capturadas por él, en el Yanqueen Stadium y con los autógrafos de casi todos sus héroes; un día se le vio almorzando en el Restaurante “Al Capone”, con Di Maggio.


Los domingos, habitualmente paseaba por el Gran Central Park, comiendo crispetas y algodón dulce, que según decía, era su golosina preferida. En uno de sus paseos, le ofreció un algodón dulce a un infante, que era conducido por su criada, en un cochecito. El niño se lo agradeció tanto que se emperró a llorar cuando su acompañante lo separó, lo que obligó a repetirle la dosis. Luego ya se hizo costumbre, y todos los domingos se repetía la escena, hasta que, un día Oscar los acompañó a su residencia: era la casa de un petrolero famoso, llamado Geoge Bush; el niño tenía el mismo nombre de su padre.

Por conveniencias políticas, Oscar se afilió al Partido Republicano; con frecuencia asistía a la sede del Partido, ya que generalmente, los viernes ofrecían tamales y aguardiente; allí tuvo la oportunidad de conocer a Richard Nixon, y le aprendió su la filosofía de derecha. Como voluntario, se entregó para ir a la guerra de Corea, pero fue rechazado porque tenía pie plano, algo que él ignoraba. Asistió a la Convención del Partido, que eligió como candidato republicano a David Eisenhower, quien durante el día de las elecciones, compró tal número de votos, que le atribuyeron el triunfo.

El partido, para pagarle los beneficios recibidos, le consiguió empleo; lo nombraron ascensorista en la Casa Blanca.

El 20 de enero, Oscar asistió a la posesión del Presidente Eisenhower, le conmovió su discurso, cuando dijo: …“éramos muy pobres, pero lo más fantástico de América, era que por ese entonces, no lo supimos”. Oscar concurrió a muchas de las fiestas que ese día se celebraron en Washington, y muy a las siete de la mañana del día siguiente de la posesión, ya estaba haciendo fila en la entrada, con el personal de trabajadores de la Casa Blanca.

Preocupado por lo que sería su nueva residencia, trató de informarse hasta el último detalle sobre el edificio, conociendo que fue inaugurado en 1800, por el entonces Presidente Adams, a orillas del Río Potomac; que su diseño, igual que el de la “Capital Federal”, se lo había encargado el General Washington, al arquitecto francés Pierre Charles L’Enfant.

En la oficina de personal, le dijeron que los contratos estaban para la firma del Presidente, que debía esperar, porque de esta oficina lo llamarían a la dirección y teléfono que considerara.

Oscar estuvo muy de buenas. En el mismo decreto que nombraban los Secretarios de Estado, lo nombraron a él.
El Decreto rezaba: El Presidente, considerando que debe tener los secretarios que componen el Gabinete, nómbrese:
Secretario de Estado Jhon Estiven Lincon
Secretario del Tesoro, Samuel Roosvelt
……………………………..
Secretario de Defensa, George Albert Adams.
Ascensorista, Oscar Renato Marini.
Comuníquese y cúmplase.
David Eisenhower
Presidente de la Unión.


El Presidente tenía en su agenda, -a las tres de la tarde del día de nombramiento- llevarlo al puesto de labores. Recorrieron toda la Casa Blanca, y no encontraron el ascensor, llamó a sus asesores principales y ninguno dio bola. El sabía que esto podía desatar un escándalo, solo iniciando su mandato. El periodista del Washington Post, ya se la había olido, tenía en primera página, del matutino, un titulo a toda columna: “ELEVATORGATE BEGIN”.


Richard Nixon quien ejercía la Vicepresidencia, viajó apresuradamente de su Rancho al Cielo en California, al Distrito Capital, para ponerse al frente de la situación. Citó a las dos de la mañana, -la edición no estaba finalizada-, al periodista Anthony Power. El lugar de reunión era The Chispas Bar del Watergate Hotel, edificio que estaba localizado en el centro de la Capital y convenció al investigador del diario que saliera la edición alterna del periódico.

Se respiró tranquilidad en los corredores de la Casa Blanca; a Oscar le concedieron una licencia mientras cubrían las recomendaciones de la Suprema Corte, de construir un ascensor.


XIII


Oscar se reintegró a sus trabajos para la KLM; vivía en el mismo lugar y periódicamente visitaba el Restaurante Bar “Al Capone”. Su vida adquirió una parsimonia pasmosa; con ansiedad esperaba que lo llamaran de la Oficina de Personal de Washington, lo que no sucedía; pensaba que se le habían mamado.

Los días eran eternos, aún en una ciudad tan agitada como New York, donde el tiempo no alcanza para nada, pero, para él no pasaba, nada nuevo se presentaba. Visitar algunos bares que frecuentaban secretarias y oficinistas del sector, era su programa favorito.

Los sábados acostumbraba recorrer la Quinta Avenida, y curiosear lo que sucedía en la reconocida vía neoyorquina, le alcanzaba el tiempo para ir a Manhatthan y en las noches, darle rienda suelta a su afición principal, que era el béisbol en los Yankee Stadium.

El que espera, además de desesperar, tiene en su mente que algo debe venir; lo presiente, y por lo general, no sucede. Esa es la condición humana a la que no podemos renunciar, se espera el tren, el avión, el salario.


El Central Park, lo visitaba los domingos, esa era su rutina en la capital del mundo. No volvió a su mente el amor que había dejado en un Puerto del Pacífico, a decir de él, gozaba de total libertad, opinaba con quien establecía algún diálogo, y su tema principal era, que la mayor opresión del ser humano, es el amor.

En las Vegas, ciudad de los juegos de azar del Oeste Americano y donde la noche también parece el día, -según dicen los astronautas, por la infinidad de luz artificial-, Frank Sinatra se presentaba todas las noches en El Casino Royal Palacé, puesto que tenía firmado contrato por seis meses. El edificio era un Rascacielos de habitaciones y salones para el juego, con más de diez mil cuartos, parecía realmente una ciudadela, visitada por todo el mundo, con su mayor afluencia de californianos. Tenía tal la comodidad la edificación, que el primer sótano se había dispuesto como cementerio, para alojar a quienes perdían en las apuestas toda su fortuna.

Los artistas de Holywood, eran los más frecuentes huéspedes de la Ciudad del Juego, como llamaban a Las Vegas; allí distraían sus afanes y calmaban su estrés. Marylin Monroe, todos los años visitaba esta ciudad. Poseía un bello apartamento en uno de los casinos del lugar. Para soportar las noches de insomnio y de crisis, su terapeuta le había recomendado el juego como parte de la terapia, y también le aconsejaba perder plata con moderación, para que no olvidara las raíces de su humilde condición. Ella, en medio de sus visitas al lugar, aprovechaba la circunstancia para verse con su amigo de muchos años, Franck Sinatra.


Un día, durante su estadía en la Vegas, Marylin visitó su casino favorito; en una mesa jugaban desabrochadamente, Marlon Brando, Liz Taylor y Truman Capote. Marylin se integró al grupo. Todos ganaban, como sucede entre los ricos; sin embargo, esperaban a la “Vos”, como por el mundo le decían a Sinatra, pues este actuaba en otro de los prestigiosos casinos del lugar.

Finalmente llegó, vestido de lino blanco, con una camisa negra y corbata amarilla; tenía ya en su cabeza varios whiskys cuando se dirigió a la mesa donde Marylin y sus amigos apostaban animadamente, en un conocido juego de esa zona del país y popularizado en los casinos, llamado “El lulo”. Truman Capote en su lenguaje ácido, murmuró: “llegó el rey del mundo”, en el mismo momento en que “luliaban” a Marylin, con tres acompañado. La “Vos” se acercó a la radiante rubia que lucía un insinuante vestido rosado, lo que la hacía aparecer como una diosa, y le estampó sonoro beso, que fue escuchado por toda la sala. Se sentó a su lado cuando barajaban, por lo que también recibió juego. En secreto y próximo al oído de la actriz, le dijo que un joven senador demócrata residente en New York, deseaba conocerla y aprovechando la amistad de él, le sugirió que la llevara a su encuentro. Ella sonrió, pues ya conocía de la fama de mujeriego y buen mozo, de quien le hablaban; se trataba del senador por Massachuset, Jhon Fitzgerald Kennedy, que ya en ese momento, se rumoraba, tenía la presidencia de la Nación asegurada y a quien siempre se le veía acompañado de las más hermosas mujeres. Marylin asintió positivamente a la invitación de que era objeto, y de inmediato prepararon el viaje para la siguiente semana, cuando concluiría el contrato del cantante en las Vegas.

En su avión privado, la pareja de artistas llegó a New York, allí los esperaba una limusina color negro, él la hizo dirigir al Restaurante de sus amigos” Al Capone”, que ese día precisamente, estaba más lleno que de costumbre, porque se celebraba una reunión de gentes del negocio que trataba íntimos temas. Los recién llegados ocuparon un sitio reservado, destinado a los de más confianza.

Ese día, Oscar salió de su trabajo y se dirigió al bar, porque quería tomarse un Whisky antes de llegar a su apartamento. Allí fue recibido atentamente. Al entrar, Sinatra se percató de su presencia e hizo que los acompañara, presentándole la bella rubia.

Oscar y Marylin se trenzaron en fluido diálogo; el hombre deslumbró a la mujer, quien le tatuó unos labios rojo carmesí en su mejilla. Cuenta la gente, que el tatuaje le duró muchos años. Ella debía ya cumplir la cita con el Senador, así se lo hizo saber Sinatra, pero la locura que se iniciaba le hizo incumplir el propósito que se inicio en las Vegas y prefirió quedarse con Oscar.

Sinatra aprovechó para hablar con Oscar, pues le tenía una propuesta de trabajo, ya que en breve iniciarían la filmación de una película, cuyo título sería “Casa Blanca”. Los actores principales ya habían sido seleccionados. Eran: Humprey Bogart y Vivian Leigh; el papel del actor masculino se lo habían ofrecido a Ronald Reagan, mediocre actor de películas de “Cow Boys “, quien por estar atendiendo cosas del sindicato de actores, no pudo aceptar el ofrecimiento. A Oscar lo solicitaban para actor de reparto, lo que lo haría dejar la ciudad de los rascacielos, para estar algunos meses en Holywood.

Oscar aceptó la propuesta que le hizo Sinatra después de haber quedado prendado de la bella rubia, despidiéndose con tristeza de Marylin, quien quince días después cumplía la cita con el joven político.



XIV


Oscar llegó un día de sol a la Meca del cine; Lo recibió el Aeropuerto de los Ángeles. La ciudad lo impresionó mucho, no obstante venir de otra, igual de populosa. De inmediato se desplazó a los estudios de la Metro Golden Meyer, donde sin mucho preámbulo le fue asignado un cómodo apartamento y le fueron impartidas instrucciones sobre su papel. Le entregaron los textos de los libretos, que debía aprender con juicio. Allí solo se relacionaba con gentes del celuloide. Conoció las actrices de moda; muchas de ellas pasarían por su cama, pero él poseía una gran cualidad, que era ser discreto en sus aventuras con las féminas.

El encanto del sureño era tan formidable, que se convirtió en el galán, no de película, sino de las mujeres del cine. Siempre se le veía acompañado de rubias morenas, pelirrojas, negras. Todo esto a la vez, le ocasionó algunos problemas de celos y se desbarataron varios matrimonios.

Su actuación en “Casa Blanca”, se realiza en la escena final de la película, cuando los enamorados se separan en el aeropuerto de la ciudad Norteafricana, y quien hace de copiloto del avión, es nuestro héroe. Por tan dramática actuación fue nominado al “Oscar”, como mejor actor de reparto, compitiendo por la estatuilla con Clark Gable y Tony Curtís.

Oscar tuvo su primera frustración en Holywood, cuando asistiendo al Kodak Teatro, para la premiación de los “Oscares”, en compañía de Greta Garbo, y estando nominado, no fue galardonado por su origen latino, lo que indicaba una sombra de racismo, hacia su aparición en la sociedad gringa.

Pero no todo fue perdido, porque varios directores de cine le ofrecieron papeles estelares. Muy pronto se le vio en un restaurante de los Ángeles conversando con Cecil B Mille, el extraordinario Productor de cine quien ya le ofrecía el papel de Moisés en la película “Los diez mandamientos”. Sin embargo, su derrota con los “Oscares” lo desilusionaron de tal forma, que no aceptó continuar en el celuloide, y dio un giro tan grande, que decidió, por lo pronto, solucionar su situación económica, cantando en los buses.

Mientras tanto, en la Casa Blanca ya habían construido el ascensor de marca “Ottis”, sin la presencia de Oscar, que con la llegada al poder del nuevo Presidente, había sido nombrado para conducirlo. Doña Hermelinda Kissinger, Jefe de Protocolo, colocó una cinta rosada en la puerta de entrada y se desarrollaron actos protocolarios que contaron con la presencia del Presidente y sus Secretarios. El himno de las “barras y estrellas”, inició la ceremonia, interpretado por la Banda de la Marina. En sus palabras, el Presidente dijo: “….una muestra de cómo la tecnología de la cual nuestro país es pionero, se atreve a desafiar las teorías físicas en el caso que nos ocupa de la Ley de la Gravedad, presentada a la comunidad científica de la época por Isaac Newton, el cuento de la manzana que le cae cuando descansaba debajo, no se la cree ni Adán, que por una manzana perdió el paraíso…”. Una ovación cerrada se escuchó al concluir el discurso, lo que fue seguido por un brindis de licores importados, de entre los que sobresalía, uno en especial: “De la Corte”, importado de Colombia, por “Mataratas Liquors”, de propiedad de la familia Pastrana.

Oscar desconocía de todos estos acontecimientos y que estaba siendo buscado por todo el país para posesionarse en su nuevo trabajo. Como ya no estaba en Los Ángeles, último sitio de donde se tuvo noticias que se encontraba, se convirtió todo un misterio su paradero. Edgard Hoover, Director del “Federal Bourrow Investigations”, abandonó el caso de las Ojivas Nucleares, que construía la Unión de Repúblicas Socialista Soviéticas en Siberia, apuntando al centro de la Unión Americana, y situó los mejores detectives que se ocupaban de este caso, para que se trasladaran todos, en la búsqueda del ascensorista.

Oscar inocente de semejante persecución, continuaba sumergido en su vagancia por las calles de la inmensa urbe Californiana, hasta que un buen día leyó los clasificados del diario “Los Ángeles Post” y, en un apartado rincón, en nota pequeña, encontró que solicitaban personas que quisieran ser Astronautas; Debían presentarse lo más rápido posible en un Centro Espacial, ubicado en Houston Texas, por lo que decidió desplazarse a esa ciudad, pues, según él, era la única oportunidad de trabajo que tenía en ese momento, sin darse cuenta que era buscado por todo el país.


XV


Houston, una próspera ciudad petrolera, donde todo en ella es riqueza, abrió sus puertas para recibir a Oscar. El Centro Espacial localizado en el área rural, con unos monumentales edificios, -como todo lo gringo-, componían el lugar. Allí solicitó información siendo enviado al Centro de reclutamiento espacial, donde fue atendido por el propio Jefe del programa: el científico espacial Aymer Von Braun, quien de inmediato lo admitió para hacer parte de su planta de personal, además, porque era la única persona que había atendido el clasificado.

Oscar no tuvo tiempo ni siquiera, de conocer semejante estructura donde permanecería no sabía cuánto tiempo, porque de inmediato fue sometido al más riguroso entrenamiento: Primero, lo sumergían en el agua sin ningún equipo, y lo sacaban cuando ya se estaba ahogando, prácticamente lo estaban matando; luego, lo introducían en el túnel del tiempo, que hacia funciones de cámara del vacío, lo hacían girar para probar su comportamiento en la ingravidez, de donde salía en tal estado que para recuperarlo, tenían que hacer girar la máquina en sentido contrario, hasta llevarlo al estado inicial de cero revoluciones.

Cuando estaba en semejante preparación para el primer viaje al espacio, Edgard Hoover, quien había destinado todo un contingente para localizar a Oscar, le dio la noticia a la Nación, que sus hombres lo habían localizado en El Centro Espacial en Houston. Así se escapó de una muerte segura.

Perdido todo su entrenamiento, tuvo que regresar de inmediato a la Capital Washington, donde al llegar se instaló en la Casa Blanca.

Allí recibió adiestramiento de un equipo que se trasladó desde Nuremberg, donde estaba ubicada la fábrica de los ascensores, el cual se componía de tres técnicos y sus respectivos intérpretes. El curso intensivo duró dos meses, quedando en condiciones de operarlo. Oscar fue adiestrado hasta para emergencias de actos terroristas. El curso incluyó simulacros con la presencia de los altos jefes de la residencia, que consistía en tiradas al suelo con el ascensor lleno, salidas por la ventanilla de emergencia, de todo el personal que ocupaba el inmueble móvil, y muchas otras. En una de esas ocasiones, y estando el aparato en el lugar más alto, lo desprendieron para caída libre. En esa prueba, hubo que llevar de urgencia a un subsecretario para Asuntos Latinoamericanos, al Hospital Jhon Hoppins, pues en la caída se le aplastó una vértebra y terminó en silla de ruedas; Oscar finalmente recibió un curso de modales, dictado por Doña Anne de Vanderbilt.



Oscar terminó sus entrenamientos y de inmediato empezó a laborar. Todas las mañanas le tocaba transportar al Presidente, quien tenía su oficina en la parte alta de la Casa, por lo que alcanzaba a dialogar con el patrón. Uno de esos días, cuando iban de camino al trabajo, Oscar le notó la cara de trasnocho y le preguntó por su estado de ánimo, a lo que el Presidente le respondió que lo tenía preocupado la situación del Extremo Oriente, los problemas en Camboya, Vietman, Corea, en fin, una colección de conflictos. El se le puso a la orden para un consejo, arguyendo que su mente estaba más tranquila, pues sus problemas eran menores.



A Oscar le tocó presenciar la mayor crisis de que se tenga noticia. Un día que el jefe subía en el ascensor, le notó que le faltaba un botón en la camisa y se lo hizo saber. Él que era tan impecable con su ropa, puso el grito en el cielo; todo el mundo se descompuso; la secretaria privada, de urgencia corrió en busca de botón, aguja e hilo; el Presidente recordó que en un cofre que tenía en su oficina, estaban todos los aditamentos solicitados; cuando fueron a buscarlos, no los encontraron. Esto hizo que al Presidente le diera una crisis, en el mismo momento que le entraba una llamada urgente del presidente de la URSS, Don Joseph Stalin, con el objeto de responder por la Crisis de las Ojivas Nucleares. Su secretaria privada, Amelita Stevenson, le comunicó lo urgente de la llamada, pero el Presidente le mandó a decir, que no lo podía atender, pues estaba resolviendo otro asunto prioritario.


Oscar se convirtió, con el paso del tiempo- en confidente del Señor Presidente, quien lo ocupaba en horas de descanso, invitándolo a jugar parqués a su apartamento privado, ubicado por la oficina oval, donde daba instrucciones que no lo perturbaran mientras se entretenía, a Oscar le daba pena comérselo por lo que se hacía soplar.


Con motivo del día de Acción de Gracias, el Presidente realizó una fiesta en la Casa Blanca, donde fueron invitadas las personas más sobresalientes de la sociedad Americana, como políticos, empresarios, científicos, artistas del celuloide. Para los preparativos de la reunión, convocó a sus más cercanos colaboradores asignándoles tareas a cada uno. Las esposas de los Secretarios realizaron servicios de entrodería, los Secretarios inflaron las bombas de colores blanco, azul y rojo, distintivos de la bandera, y las colocaron en todos los salones; el Vicepresidente se encargó de los jardines y oficios en la cocina, y todo estaba cumplido a cabalidad a la llegada de los invitados.

Marylin Monroe, se encuentra coincidencialmente con Oscar en el ascensor. La sorpresa fue grande y la emoción de la pareja desbordante; Oscar que ya le conocía las mañas al aparato, lo bloqueó estando adentro, con la dama de “Dos Evas y un Adán. Hicieron el amor hasta el amanecer, pero cuando ya la impaciencia colmaba en los pasillos, llamaron a un técnico para arreglar el equipo, mientras la gente afuera confundía los lamentos y quejas del amor, con una crisis de claustrofobia de la despampanante hembra. Solo al amanecer llegó el experto y lo logró abrir. Encontraron a la pareja totalmente dormida con un rictus de felicidad en sus rostros.





XVI



Oscar permaneció en su cargo, durante los dos mandatos del Presidente, porque este fue reelegido. En su primer gobierno la gente votó por él, pues era el héroe de la segunda conflagración universal y quien le dio el triunfo a los aliados sobre el Eje, comandado por Hitler y Mussolini. En el segundo mandato, su política fue la paz y la prosperidad de América, y a fe que lo estaba logrando.



Al iniciar su segundo gobierno, el Jefe consideró darle funciones de más responsabilidad al ascensorista, ya que su desempeño en el empleo, fue destacado, pues en medio de todo, le encargaron hasta misiones secretas. A su retiro, el Presidente lo condecoró con la Medalla Casa Blanca, en el grado de ayudante menor.



Por su cercanía con el Presidente, y en general, por el conocimiento de la residencia del Jefe de Estado, Oscar fue nombrado como Director en la Oficina para Prevención de una Guerra o un Desastre Nuclear, nombramiento que debía ser confirmado por el Senado, el que estaba profundamente dividido en ese momento, por los temas de la seguridad nacional.

La hoja de vida de Oscar, enviada al Cuerpo Legislativo, contenía toda la información sobre el candidato, con énfasis en aspectos referentes al puesto para el cual había sido seleccionado. Ya tenía su carta de naturalidad, condición necesaria, de casi cinco años de contacto permanente con La Casa Blanca. En la hoja de vida no faltaban detalles, decía inclusive, hasta cuando Oscar estuvo presente en crisis como la del “Botón”, donde fue casi fue protagonista de una confrontación por el caso de las “Ojivas Nucleares. Sus conocimientos eran ya muy amplios, porque a diario escuchaba a grandes personalidades, que tenía que transportar en el ascensor, sobre todo, temas de carácter internacional.

La división en el Senado se veía venir; la oposición virulenta del Senador de Massachussets, Jhon F. Kennedy, como vocero de la mayoría de los Demócratas, parecía que daba al traste con las aspiraciones de Oscar. Fue necesaria la intervención del Vicepresidente Nixon con el Senador, para establecer unos compromisos de carácter económico, consistentes en el nombramiento de los Inspectores de Policía del Este del país, con candidatos pertenecientes al Partido del Senador Kennedy.



El Congreso confirmó a Oscar como Director de la Prevención de Guerras y Desastres Nucleares, oficina autónoma y dependiente directamente del Presidente. Con esto, el Partido Republicano se anotaba un éxito inobjetable.



Su residencia inicial, era en la ciudad de los Álamos en Nuevo México, donde funcionaba un enclave Nuclear y se concentraban las investigaciones Físico Nucleares. Pero justo cuando llegó a su nuevo cargo, se estaba realizando un experimento con una Bomba Atómica, y ante la magnitud del peligro le tocó refugiarse debajo de su carro, el cual perdió los vidrios cuando la explosión se consumó en el campo de pruebas, ubicado en un desierto.




Con el objeto de familiarizarse con la “Ficción Nuclear” y la “Mecánica Quántica”, Oscar debió asistir a “Princeton University”, a un curso con el físico Albert Einstein. Solemnes edificios del más clásico estilo componían el Campus Universitario; era la sede del más destacado físico del Siglo XX. El padre de la teoría de la “Relatividad”, lo recibió con su acostumbrada sencillez. Lucia un añejo sweater, tejido a mano por las madres de las victimas de Hiroshima y su descuidada cabellera, que le daban un aspecto de genio del bien y la sensación de que un peine nunca había recorrido sus largos y canosos cabellos. Tenía un pequeño cubículo, en el área de ciencias del edificio correspondiente a Física nuclear, un escritorio y sobre él, los libros que más utilizaba, donde se destacaba el Algebra de Baldor. Recibió de buenas maneras a Oscar y le preguntó por su vida y experiencias con las matemáticas. Al advertir una ignorancia supina del candidato a adiestrar, le indicó algunas lecturas que debía realizar antes que él entrara en materia. Una vez este atendió y puso en práctica las recomendaciones del profesor, pudieron continuar.

Oscar mostró una sabiduría cimarrona, lo que abrevió el aprendizaje. El científico laureado recibió magnificas ideas de Oscar, como cuando le rebatió la fórmula E=mc2, la que consistió en multiplicarla por una variante, que dependía del buen o mal genio del Presidente de la República, o del número de veces que sonara el teléfono rojo de la Casa Blanca; en fin, de una serie de condiciones, para lo cual era necesario construir una matriz; ante esta situación, entre los dos elaboraron una detallada tabla para aproximar la fórmula. Esta debía estar contenida en todos los ensayos y aplicaciones de la “Ficción Nuclear”, por lo que la fórmula siempre fue aleatoria.

No obstante las dudas de la fórmula y lo complejo de la matriz, entre los dos se idearon aproximar la variable a uno y así el problema quedó solucionado.



Ante los brillantes conocimientos demostrados por Oscar, durante el curso, Einstein lo propuso a la Dirección de Investigaciones de la Universidad, como profesor invitado, lo que no pudo darse, dada las extremas ocupaciones del funcionario.


Dispuesto en su oficina de Los Álamos, Oscar concentró toda la atención en los problemas de su labor; pasaba horas largas en el Laboratorio Experimental, quizás el mejor dotado del mundo. Participó en ensayos, con bombas de las que se utilizan en las primeras comuniones, mejorándolas y creando una nueva generación de estos elementos. En sus pruebas debió asistir a todas las primeras comuniones que se efectuaron en el Estado, por lo que siempre regresaba a su Base con torta y sorpresas.




XVII




Uno de esos días, después de la posesión, recibió una urgente llamada del Presidente, para encargarle una misión, pero Oscar se encontraba asistiendo a las primeras comuniones de la Comunidad Betlemita, vecina a la Base. Primero descargó las sorpresas que había alcanzado de la piñata, y luego respondió al Presidente, quien urgía de su presencia en el despacho, para lo cual había dispuesto de un avión cazabombarderos, colocado en Los Álamos, para su desplazamiento.



Del aeropuerto de la Marina en Washington, se trasladó rápido a la Casa Blanca, accediendo al edificio por la puerta de emergencia, donde los encargados de la seguridad, tenían instrucciones precisas a su llegada. El Presidente que estaba reunido con el Sha de Irán, se disculpó, dejándolo en manos de su secretaria privada, para atender a Oscar. Ella pidió un taxi y lo despachó.



De inmediato ocuparon la oficina privada, ubicada en la parte Este del edificio. El jefe le dijo: “lo he solicitado con urgencia, dadas sus calidades de Director de prevención de desastres y confrontaciones nucleares, pues existe de mi parte una profunda preocupación por el proyecto que adelanta la Unión Soviética en Las Estepas Siberianas, respecto a un enclave de cohetes intercontinentales, apuntando a nuestras principales centros poblados, por lo cual he reunido el Consejo de Seguridad Nacional, pero antes quería hablar privadamente con usted para que me manifieste su opinión, la cual defenderé en esa reunión”. Oscar conociendo ya la filosofía de la misión encomendada, le manifestó que los hombres indicados para el operativo, debían ser sacados de las películas y que su estadía en Holywood, le había dado una amplia experiencia del personal solicitado por el Presidente. Este asintió, en el momento que llegaban todos los miembros del Consejo: Robinson Linhberg, Anatol Frechet, Belarmino Rokefeller, con quienes se discutiría la situación.


El presidente les expuso el programa y dio la palabra a Oscar, quien de manera clara y científica, mostró los pasos a seguir. En vista que era necesario reclutar los mejores hombres, solicitó algunas películas para que los miembros conocieran las personas que él estaba postulando. Iniciaron con “Espartaco”, donde pudieron apreciar la vibrante y valerosa acción de Kierd Douglas, en el papel de esclavo gladiador y su fiereza, siendo escogido por unanimidad. Se amanecieron tomando café colombiano y viendo películas, y así, uno a uno, fueron seleccionando el equipo que quedó compuesto por: Víctor Mature, Steeve Reeved, Silvestre Stalone, Arnold Swasenerger y Yul Bryner, de quien les encantó su actuación en “Siete hombres y un destino”, y la hicieron repetir dos veces. Ya era tal el cansancio, que los asistentes empezaron a desvariar. Pero a pesar de todo, el Presidente solicitó ver las películas del Pato Donald y El Ratón Mikey, y sugirió, para componer el dispositivo, a El Ratón Mikey. Algunos de los miembros lo consideraron una imprudencia, pero por no contradecirlo, lo acataron. El Presidente entre dormido y despierto, ya al amanecer, les agradeció la presencia y su contribución a la seguridad de la Nación.



Al día siguiente, en los Jardines de la Casa Blanca, antes los periodistas y fotógrafos, el Consejo de Seguridad, encabezado por el Presidente, dio una breve rueda de prensa. Los miembros del Consejo se despidieron y Oscar empezó, en el mayor sigilo su tarea; le asignan un avión cubriéndole su retirada, para que nadie se entere de su destino.



XVIII



Anchorage, es la ciudad más importante del Estado de Alaska, sitio de concentración de los hombres que conformarán el comando operativo de la secreta misión, diseñada por la Oficina de Desastre y Guerras Nucleares. El sector rural, en una vieja fábrica de producción de hielo, para las heladerías de la región, es el lugar de adiestramiento. Uno a uno, van llegando los miembros seleccionados.



Oscar recibe un curso extrarápido de ruso; su figura es objeto de retoques con el ánimo de modificarle algunos rasgos y hacerlo aparecer, en sus características anatómicas, semblante de eslavo. Se cambió su identidad; a partir de ahí, se llamaría Oscar Dimitriv Marinov, igualmente se hizo con todos los componentes del equipo.



Grandes extensiones de tierra se hay que cruzar para llegar al lugar asignado. Deben realizar una escala técnica en la frontera en Nome, ciudad situada en la garganta que une los Mares de Bering y Mar de Chukchi, sitio donde se construyen los cohetes intercontinentales y funciona el más sofisticado laboratorio de energía nuclear soviético; igualmente están destacados los científicos nucleares rusos de más alto conocimiento, y está ubicado en las amplias estepas siberianas, equidistante entre Pevek y Sokol, muy al norte de Moscú. Aunque también habían identificado bases de cohetes más al interior del país, en Dudinka y Vorkuta, próximas a territorios Norteamericanos, pero ciudades populosas, donde sería imposible el éxito de un operativo de control de estas siniestras armas.

Un avión Hércules, con su carga consistente en dos helicópteros, mimetizados con emblemas de la Fuerza Aérea Soviética, -aunque naturalmente de fabricación Americana-, cargaron los alimentos y avituallamiento para una jornada de, por lo menos-, para un mes, que se consideraba por los programadores, el máximo tiempo que debería durar el operativo.



En Alaska tuvo lugar el entrenamiento durante dos meses. Como ya existía una previa experiencia de los hombre, la instrucción era relativamente sencilla; lo más duro, fue una práctica de supervivencia en el extremo del Polo, por lo que se hizo necesario, sacarlos con urgencia, pues la hipotermia estaba haciendo mella en los organismos; solo Oscar resistía el ataque del frió. Para poderse habituar a las condiciones climáticas, la dieta consistió en comer helados todo el día y permanecer largas horas desnudos en el hielo.



Todo estaba listo. Antes de iniciar el viaje, el Presidente consideró importante hablar con los hombres, ya que realizarían una misión, que la Nación entera, cuando lo supiera- los elegiría como los salvadores de la Unión Americana y de la libertad del mundo, frente a la opresión del Marxismo Leninismo, ”la peste de la humanidad en el siglo XX”.

Les habló de la misión tan delicada e importante para la humanidad, en especial para el mundo libre, “que no podría caer en la férula del comunismo despiadado, el que después de la segunda guerra mundial, se venía consolidando en la geopolítica universal, cautivando la ingenuidad de los pueblos tercermundistas”, que ”las sofisticas teorías iniciadas por Marx y Engels, en el siglo pasado, y puestas en práctica por Lenin, Stalin y Mao, en el presente, eran una afrenta contra la libertad de los Pueblos”, y que “América, como guardián de la democracia internacional, no podía pasar impertérrita ante el desafió marxista”. Después de hacerles toda una exposición sobre la situación, les comunicó que el Vicepresidente Nixon, de manera secreta, los acompañaría antes de iniciar la aventura, en procura del mundo libre. Luego los despidió, deseándoles todos los éxitos, pues confiaba en el liderazgo de Oscar y en la buena preparación del Comando.



Oscar cabizbajo se retiró al aposento; se sumió en el sueño de su vida: recordó las Pampas de su infancia, su querida y lejana familia, con la que había perdido todo contacto; rememoró su travesía por América, en busca de su norte, que era La Escala de Milán, y lo lejos que estaba de ella, no solo física, sino ideológicamente. Vino a su mente la distante Libertad, de quien en viaje marino, se había enamorado, creyéndola para toda la vida, y pensó en lo variables que eran el amor y el tiempo; redescubrió que siempre la había querido y que la llevaría eternamente en su corazón. Los nervios hacían presa en su mente; el mundo desconocido que en breve iniciaría, lo pusieron a pensar únicamente en la muerte; creía que ya era su fin, y se despedía como si así fuera. Pero pronto tuvo que volver a la realidad, pues en esos momentos lo llamaron, porque en el Salón principal estaban el Señor Nixon y los demás hombres.


En su discurso, el Vicepresidente con cálidas palabras, los puso como los salvadores de la humanidad, y les dijo: “Si no detenemos este vertiginoso avance de las ideas socializantes, el Siglo XXI, será el siglo de la esclavitud política, donde seremos los pueblos de la tierra gobernados por una banda de ambiciosos que en aras de la igualdad de los seres humanos, lo que buscan es el poder, para con él, realizar las más siniestras maniobras contra los derechos inalienables del hombre: La libertad, la igualdad, la vida, la prosperidad y la propiedad”, termina diciendo el Presidente. Las palabras fueron recibidas con entusiasmo ante el nerviosismo que imperaba en ellos. Como el inicio de la operación debía ser al amanecer, pues todos las acciones del programa eran nocturnas, el jefe ordenó la hora de despedirse del Señor Vicepresidente, agradeciéndole todas sus manifestaciones de éxito.


El comando se prepara, el avión Hércules que los desplazará a las Estepas Siberianas, está listo; uno a uno van ingresando los hombres, sus nervios alterados no se ocultan; el reloj da las 3 de la mañana; los motores se encienden; la suerte está echada. La nave con velocidad gana la pista y se va elevando, perdiéndose entre una noche nublada, que hace que quienes lo despiden, pierdan rápido su vista. En breve ceremonia, donde solo se escuchó el Himno de las Barras y las Estrellas, ubicados en el aparato, los hombres no escatiman esfuerzo en preparar lo que será esta inolvidable acción.



Ya en la nave, al fondo se escucha un murmullo, y a medida que se acerca, se hace más notable: es el llanto de un hombre; se trata de Swansenerger, que no soporta lo que está sucediendo. El pánico se ha apodera de él. Oscar, con sus nervios templados para ese momento, acude en su ayuda, y efectivamente, lo encuentra absolutamente descorazonado porque ha sido presa de la tensión y los nervios. Oscar acude a todos los métodos por él conocidos, para situaciones similares, pero le es imposible hacerlo reaccionar. Solo le queda una opción: su maletín secreto, donde carga los aditamentos de última emergencia. Allí rebusca, hasta hallar un biberón de bebé para calmarle el llanto, le toma la cabeza y se lo da; el hombre se calma y duerme como un niño recién nacido. Oscar se lamenta de la sensible baja, porque se trataba de un hombre bien preparado.



Una llanura se avista en el horizonte, no es una pista pero es el lugar escogido para aterrizar, no se ve nada en la inmensidad de la estepa. El avión se posa sobre este espacio inconmensurable, y lentamente reduce su velocidad; es conducido a una guarida natural. Los hombres descienden, menos Swansenerger. Oscar dice para sí: “nos hizo falta una niñera, pero será para una próxima oportunidad”. Todos lucen uniformes camuflados del ejército ruso, y en sus pecheras se lee: Marinov, Molotov, Malenkov, Kasparov, Karpov, Korsakov, en el avión solo quedaba Marikov.



En el Ártico, cada vez las capas de hielo son más delgadas, debido al calentamiento global; de continuar el descongelamiento, gran parte del hielo que ha coronado al planeta, durante millones de años, podría desaparecer.

Presurosamente se cubren en un lugar cercano, parecido a un cafetal; allí esperan, mientras de la bodega del Hércules, sacan el helicóptero. Toman algún tiempo en desayunar, son las cinco de la mañana. La odisea debe continuar al anochecer, por lo que adquieren posiciones de avanzada. Como consideran que el día es largo, buscan comunicarse con la Base de Comando.


Aló, Aló, Aló
Habla Rasputin 4, Rasputin 4
Base, Base, escuchen.
Contesta Kruschov, Kruschov, los escucho
Llegamos cafetería La sultana, bien
Pidan kumis con polvorosa.
Entendido
Marikov, con desmayos
Tienen toallas sanitarias
OK, cierre,
Más tarde té a las once.



Desde sus guaridas, ven pasar una flotilla de cinco cazabombarderos Migs, que vigilan el espacio aéreo. Sin levantar sospechas, juegan cartas todo el día, esperando que llegue la noche. Oscar pasa el tiempo, leyendo el manual de instrucciones y las revistas de Mikey Mouse, que le recomendó el Presidente. En vista de la ausencia de Miky, buenas eran sus memorias. Desayunan enlatados y preparados de Mc Donald, empresa que se asoció a la misión, donando todos sus alimentos, fue tal la cantidad, que quería con esto darse gran despliegue; tanto que el día del inicio de la operación, fue necesario detener la edición del New York Times, pues quería publicar un aviso en primera página, anunciando su patrocinio a la “Misión Secreta”, y como no fue posible, demandó ante la Corte Suprema, alegando “limitaciones a la libertad de prensa e información del ciudadano”.

Así pasaban los días, sin mayores sobresaltos. Stalone coge algunas hojas de cafetos de la zona y hace un brebaje parecido al café colombiano, el que a algunos duerme y a otros despierta ese es el misterio del café, que depende de la persona que lo toma, las reacciones son distintas.


Es luna llena, son las 9 P.M. Oscar da inicio a la segunda fase, toman el Helicóptero en un vuelo de 30 kilómetros, hasta llegar a las proximidades de la Base Rusa, el vuelo es sereno. En quince minutos están descendiendo. El lugar es un espeso bosque de chiminangos. Allí buscan sitio apropiado para descender y ocultan el aparato y se esconden en el bosque, a lo lejos se ven las luces de la base, llaman al avión y nadie contesta, por lo que se imaginan que el “bebé” se cansó de llorar y duerme con tranquilidad.

Toman por un sendero y avanzan hasta las edificaciones que están encerradas por una malla eléctrica. Cerca está la puerta de acceso, donde el vigilante haciendo honor al cargo, duerme profundamente. El comando llega a la puerta y saluda, él responde muy respetuosamente y sigue en brazos de Morfeo.

Nuestros hombres acceden al interior de la Base, investigando cuál es el área que deben ocupar, recorren todas las edificaciones, las que tienen sus respectivos avisos de identificación, encontrando uno que dice: zona restringida. Stalone concluye que debe ser allí, pues el Manual así lo indica: “capítulo 4 titulo 3, artículo1: Si hay un letrero que indique área restringida, es que el área puede ser restringida, y a la gente hay que creerle, todos los vigilantes duermen, por lo que las cosas se facilitan, pero necesitan un código y su tarjeta de ingreso al cuarto, cuyo letrero dice: “Zona Secreta”. En ese momento llega Valenkov, jefe de seguridad de la Base, y les pregunta que a dónde van, recibiendo como respuesta lógica, que a la Zona Secreta. Kerd Douglas comenta: “estos militares rusos se parecen a los soldados alemanes de las películas producidas por Judíos”. Valenkov les abre y cortésmente se despiden. Ya en el interior, encuentran todos los planos y códigos de investigación que señalan el grado de avance de la cibernética y ciencia nuclear soviética, en otra oficina están reunidos los más grandes investigadores, así por lo menos da la impresión.


El comando americano, con nombres ruso, accede al lugar y se presenta como la “Comisión de Investigaciones de la Fiscalía del Soviet Supremo”, y que su función es investigar por un peculado que se está presentando en la Base. Les responde Washington Gagarin, Jefe de la Base, con funciones de Científico Nuclear:”la acusación es la desaparición de miles de toneladas de hielo”. En principio alega deshielo por una pequeña estación de verano. Uno a uno se van presentando los ocupantes de la Zona, y de acuerdo a las investigaciones hechas antes de iniciar la misión allí estaban reunidos los más grandes científicos del tema de cohetes nucleares.



Un diálogo tenso se establece entre los americanos y los rusos donde se tratan temas de interés social, pues los primeros, preguntan por Marylin Monroe, Natalie Hood, de quien alega Petronkov, estar enamorado y para confirmarlo, lee algunos de los poemas que le ha escrito, sale y de su escritorio trae una foto de ella, cuando trabajó en “Esplendor Bajo la Hierba”; los rusos continúan el interrogatorio, y les preguntan a qué sabe la Coca Cola, y si de verdad es tan rica como dicen, en fin, el diálogo se torna interminable, pero los visitantes responden a todas las tonterías que los rusos les preguntan.



Oscar les dice cual es el objetivo de la misión, entre ellos deben llevar el grupo de científicos de más alto grado. De inmediato, todos dicen ser el científico de más alta graduación. El operativo se complica, porque los ocupantes de la Base saben que están siendo rehenes de un comando Americano, sin embargo, todos se quieren ir con el comando; inclusive, se oyen gritos de “abajo el comunismo”, “abajo Nikita Kuschov”, “viva el Mundo Libre”. Ante esta situación, Oscar decide que es imposible llevarlos a todos, pues la base tiene dos mil habitantes, y el cupo disponible en el helicóptero, es de apena diez sillas, por lo que se propone una rifa, reservando cinco cupos para los científicos de avanzada.


Gagarin ofrece un avión asentado en la base y con capacidad para cien personas, este debe volar hasta Nomo sin lograr ser descubierto por la Aviación Soviética. Cuando inician el regreso de acuerdo a las indicaciones de los americanos, al helicóptero y el avión, a este último le costó trabajo decolar, pues las gentes se le pegaron por todas partes, hasta en el fuselaje de las naves, algunos de los ocupantes arbitrarios, cayeron de las alturas.


Oscar antes de desalojar la Base, se dirigió a los presentes, hablando de las bondades del mundo libre, de la importancia de la democracia en la dirección de las políticas de los países y como el único instrumento gubernativo para lograr las satisfacciones de los gobernados, hizo énfasis en que “el comunismo es un sofisma de distracción para lograr que una clase política burguesa tenga todas las prebendas”, y que “el cuento de la igualdad es un cuento para engañar bobos”. Dicho esto, los invitó a “desintitucionalizar el país, en procura de un Estado democrático, del mismo tenor de occidente”.


El Director de los proyectos balísticos y con ocasión del Día de Navidad, dirige todos los cohetes del orden de 600, encaminados hacia las principales ciudades de Norteamérica y de los países de Occidente, con alineación a la estratosfera, y los activa en la más hermosa fiesta de navidad de la era contemporáneo. Aquí se inicia la operación de regreso a la Base de Anchorage, pero cargados de fugitivos de un régimen atroz y sanguinario con su pueblo, que tuvo precisamente en las estepas, los más horrorosos campos de concentración, para el castigo a los disidentes del régimen despótico imperante.



La llegada a Alaska, fue el acontecimiento más faustuoso de que se tenga referencia en el país del hielo. El Gobernador Jhony O”Coró, prestó las instalaciones de su gobernación para realizar el festejo. Sobró el Vodka Kruskaya, en atención a los rusos, para que no desacostumbraran sus gargantas y gustos. El Vicepresidente Nixon hizo su aparición hacia la media noche, con un elocuente mensaje del Presidente, donde les daba el calificativo de “Héroes del Mundo libre”.

Recibieron congratulaciones de los mandatarios de todo el mundo, inclusive los gobiernos suramericanos; de Colombia, La Junta Militar que ejercía el mando al caer el Dictador Rojas Pinilla. Su Santidad de Roma, Pío XII los bendijo, y como algunos eran de otras devociones, le dio la doble religiosidad, instrumento pontificio que nunca había sido empleado por La Curia Romana. El Alcalde de Alcalá de Los Cipreses en Colombia, a nombre de su pueblo, les dio el Titulo de Ciudadanos de Honor y los invitó a visitar su municipio para que se bañaran en el Río Desbaratado. El Mundo en pleno se volcó en admiración y festejos en nombre de los hombres que habían liberado al Mundo de la mayor catástrofe Política y militar de la historia.

En viaje con el Vicepresidente se dirigen a Washington en el avión presidencial, son recibidos un primero de enero. El guayabo cunde por los pasillos y salones del edificio; hay sobredosis de Alkaseltzer. El Presidente se viene preparando para el saludo de Año Nuevo a la Nación, el que será trasmitido por radio y televisión en la noche, algunos de los invitados continúan bailando en los salones, y a pesar de estar ya bastante descompuestos por el trasnocho, se resisten a irse a descansar, pero habiéndose agotado el trago, irremediablemente desalojan la Casa.




XIX




El Presidente, elegantemente vestido de camisa caribeña, que lo hacía parecer más un músico cubano, por los colores arrebolados, que remataba en un bolero amarrado a la cintura, y pantalones de impecable blanco, como si lo hubieran lavado con el más publicitado detergente, le habló a la Nación comunicándoles un inusitado optimismo. Les rindió un informe por el triunfo del operativo “Mundo Libre”, el cual había concluido con un éxito sorprendente; uno a uno fue presentando los héroes de la Libertad Mundial. Swanseneger todavía con el chupo con que fue dotado en las Estepas Siberianas, pero como el Jefe de la Base, Gagarin le regaló un Osito de peluche, él se lo mostró a los casi doscientos millones de habitantes. Terminado este informe, las gentes salieron en sus carros a pitar y beber por todas las calles de las ciudades, encaramados en las cubiertas y capós de los vehículos; fue toda una fiesta, similar al triunfo de los beisbolistas o jugadores de fútbol americano.



La máquina de los bomberos de Washington fue insuficiente para albergar el comando, que recorrió las calles de la ciudad, terminando en el Cementerio de Arlington, donde una ofrenda floral se realizó con Te Deum incluido, para recordar los héroes anónimos del país, sacrificados en las guerras donde la Unión participadó. En su recorrido, la gente histérica los desnudó, con el objeto de tener un souvenir del Día de la Gloria.



Cuando terminó el espectáculo y cada cual tomó el camino a sus hogares, la policía arrestó a los héroes acusándolos de escándalo público, por andar por las calles desnudos, pues no los identificaron con los hombres valientes que acababan de mostrar. No sirvieron las gestiones del Secretario del Interior para sacarlos del calabozo, razón por la cual permanecieron por días, o lo que duraba el puente de inicio del año. Como el FBI no se dio cuenta del arresto, por la desinformación, como consecuencia del guayabo, realizó una cacería de brujas y fueron detenidos y confinados en “Alcatraz”, los principales líderes de izquierda del país, atribuyéndoles la desaparición del Comando Liberador. Estos permanecieron durante todo el mes de enero, retenidos en la Inspección de Policía de la ciudad, ya que la atención se había concentrado en las noticias de prensa, que anunciaban la desaparición de los héroes. La única persona que sabia del paradero de los hombres era el Secretario del Interior, al que por esos días le dio una trombosis, siendo hospitalizado de urgencia, y por consiguiente, prohibidas las visitas para verlo.

Los detenidos desnudos en el calabozo, permanecieron varios días. El Inspector de Policía encomendó a su estafeta para que les comprara ropa, pero coincidió con que los almacenes estaban cerrados por motivo de las fiestas, y cuando se recuperó la normalidad, no encontró tallas en Washington para los hombres; las máximas eran cincuenta y el de menor talla, era cincuenta y cinco, el único que se pudo abrigar fue Oscar ya que era el enano del grupo.





XX



Oscar fue destinado a la Misión Americana en las Naciones Unidas, a sus funciones de mensajero, pues en la Hoja de Vida, había colocado su residencia y conocimiento de la nomenclatura de la ciudad de la Manzana. Este desplazamiento lo reconcilió con la urbe que más quería y añoraba de los Estados Unidos. Sus cuitas en el Gran Park, en Yanke Stadium y el bar restaurante “Al Capone”, volvieron a ser comunes; siempre en sus desplazamientos se le veía acompañado de bellas damas, era la constante en su existencia: las mujeres, las que además gozaban de su compañía por la extrema generosidad. “A las mujeres hay que darles para recibir”, decía, y parece que es acertada su filosofía.

Recién reintegrado a su trabajo recibió una llamada del Vicepresidente Nixon, en la cual le solicitaba que lo acompañara en sus aspiraciones a la Presidencia. Lo conocía suficiente y creía que Oscar le sería muy útil en las políticas de Seguridad Nacional, a lo que Oscar no se resistió, pero le solicitó, “que si ganaban, el Gobierno lo enviara de Embajador a su país de origen, La Argentina”. Nixon por tenerlo dentro de su grupo, le aceptó la propuesta. El trabajo era duro, ya que les tocaba enfrentar al joven y carismático Senador por el Estado de Massachussets, Jhon Fiztgerald Kennedy. Las funciones de Oscar consistirían en manejar la campaña en New York, bastión del Partido Demócrata.



La campaña fue recia. Las fuerzas estaban equilibradas, pero el Partido Demócrata hacia dos periodos estaba ausente del poder y el pueblo reclamaba nuevas políticas, pues aunque el gobierno de Eisenhower fue bueno, las gentes jóvenes reclamaban más y mejores oportunidades. El triunfo fue discutido. Los perdedores alegaban fraude en los Estados de mayoría latina, el latino es conocido por su maniobrabilidad y viveza, tan distintos a los gringos de origen europeo, que ecuánimes y fríos. La juventud y programa del Senador, ganaron y se instauró un gobierno de esperanza y optimismo. Los pueblos latinoamericanos llamados “el patio trasero”, por los politólogos, vieron con ilusión y expectativa el programa para ellos: la “Alianza para el Progreso”, consistente en una política de Estado para sus regiones, que dotaría a estos pueblos tan ausentes del desarrollo, de instrumentos para distanciarlos de la extrema pobreza en que se encontraban. Dentro de estos instrumentos, hacían parte de “Los cuerpos de paz”, “Corps of Peace”, muchedumbres de jóvenes norteamaricanos regados por toda Latinoamérica, sobre todo en los sectores marginales de las grandes ciudades, enseñándole a las masas, “a vivir de una manera más lógica”.

Con el triunfo demócrata, Oscar debió alejarse de los tejemanejes de la política y se sumió en el más recóndito ostracismo, durante el gobierno de Kennedy y su sucesor Johnsson, quien lo reemplazó como su Vicepresidente, al ser asesinado por Lee Harvey Oswald, en Dallas Texas, cuando realizaba su campaña para la reelección.


XXI


Con la derrota republicana y el triunfo demócrata, Oscar deambuló por el país sin rumbo ni oficio conocido, las oportunidades eran escasas. Vagando por el Estado de La Florida, conoció un enclave cubano conformado por anticastristas, que se habían reunido en los Estados Unidos y preparaban un contraataque, con el objeto de liberar a su pueblo de la dictadura Marxista Leninista, que se venía instaurando en la Isla.

José “Pepe” San Román, principal líder del recién integrado movimiento, en amplia e informal charla con Oscar, -donde hablaron de lo divino y humano y del principal tema de interés para Oscar: las mujeres-, le platicó sobre la hermosura de las cubanas; le contaba de lo felices que vivían en su país durante la época de Baptista, -su jefe- durante los años anteriores a la revolución de Castro, donde pululaban los juegos de azar, la rumba y las mujeres hermosas, que tenían como trabajo, atender a los miles de turistas gringos, en los grandes burdeles que existían en la isla. La Habana era la casa de citas más grande del mundo, y la prostitución su principal actividad económica, casi que el producto interno bruto de la época, se derivaba de esta actividad.

El anticastrista, valiéndose de la honestidad y sinceridad de Oscar y al conocer de su experiencia en las Estepas Rusas, cuando con un comando dirigido por él destruyó el enclave de ojivas nucleares, le propuso que se integrara a la masiva corriente que se venía constituyendo, para derrocar a Fidel Castro, quien había tomado el poder el primero de enero de 1959, y ya comenzaba a dar señales de implantar un régimen comunista en Cuba, que por ende, seria aliado de la Unión Soviética.


Su antiguo patrón, el Presidente Eisenhower , antes de terminar su gobierno le dio órdenes a la CIA para que prestara ayuda financiera,
-de asesoría y entrenamiento- a determinados grupos que se oponían a Castro, y así surgieron allí campamentos en Centro América, que tenían como base principal, la Brigada 2506 comandada por “Pepe”, protagonista de la invasión a Playa Girón.

Oscar, aceptó la propuesta del líder de la brigada 2506 y se trasladó al campamento creado en Guatemala, donde recibió instrucciones para dirigir un comando especial.

Este comando tenía como misión específica, la función de hombres ranas durante el desembarco, para indicarles a sus naves el sitio de aproximación a la playa. Eran veinticinco hombres, estrictamente preparados en las más rigurosas condiciones. La experiencia de Oscar cuando se alistó como Astronauta en Houston Texas, le fue de gran utilidad. Pepe destacó ante sus seguidores, la importancia de tener un argentino entre ellos.


En improvisada rueda de prensa con sus gentes, el líder anticastrista les expresó: “Si Castro triunfó, teniendo entre los suyos un argentino, -se refería al “Che” Guevara- nosotros también triunfaremos con la presencia del “Che” Marini, este amigo se constituye en nuestro amuleto y señal de victoria”.

Las fuerzas que se entrenaban en los campamentos de Guatemala,
-en esa fecha eran 1.390 cubanos- fue aumentando a medida que se acercaba la hora de iniciar la invasión. Pepe tomó la decisión de incluir gente de Baptista, -tanto militares como civiles- los que al principio se negaban.


Con la aprobación de John F. Kennedy, quien había asumido la Presidencia de los Estados Unidos el 20 de enero, el jefe militar de la Brigada 2506, José "Pepe" San Román recibió la orden de movilizar las tropas hacia Puerto Cabeza en Nicaragua, y así le dio instrucciones a sus oficiales.

El exteniente Higinio "Nino" Díaz, quien perteneciera al Ejército Rebelde de Castro, -en la Sierra Maestra- se presentó una noche con 168 hombres a bordo del buque Santa Ana, por la zona de Imías, en la provincia de Oriente, a unos 70 kilómetros de Guantánamo. La misión de este grupo, era formar un frente guerrillero para distraer a las fuerzas del régimen en vista de la invasión.
El equipo que los iba a recibir en tierra no se presentó, lo que hizo posponer el desembarco. A la siguiente noche, terminando el día 15, fue enviada una lancha para hacer contacto con el grupo de recepción, con resultados negativos. El 16 salió otro equipo para inspeccionar el área, pero a su regreso, -ya el día 17 de madrugada- informó que había gran movilización de tropas de Castro en la zona, lo que hizo cambiar la orden para dirigirse luego hacia la Península de Zapata. Este grupo no alcanzó ni a llegar a la zona de Playa Girón, porque ya la invasión había sido un fracaso.


Ocho aviones B26 de la Brigada 2506, en la madrugada levantaron vuelo de su base, con la misión de bombardear los aeropuertos militares de: Ciudad Libertad, San Antonio de los Baños, y Antonio Maceo de Santiago de Cuba. En este quirúrgico bombardeo, fue eliminado un 40% la aviación militar comunistas.


Al régimen dictatorial de la isla, le quedaron en el único bombardeo realizado a sus bases aéreas, dos Chorros T-33, y dos Sea Fury, que fueron decisivos en la batalla, pues pusieron fuera de combate a dos tercios de la aviación de la Brigada, y hundieron los dos buques que eran suministros.

Oscar hizo parte de los mil cuatrocientos exiliados cubanos que componían la brigada 2506, y que fueron depositados en bahía de Cochinos por un barco de transporte, habilitado por la CIA para la ocasión.


Los barcos de carga, conduciendo a los miembros de la B2506, con las lanchas de desembarco, se presentaron frente a Bahía de Cochinos. Pasado unos minutos del día 17, los hombres ranas marcaron los lugares para que desembarcaran los batallones con el equipo.Previo a ese momento, cuando los barcos pasaron a la altura de Cayo Guano del Este, el operador del faro notificó a tierra el cruce de los navíos.
Aprovechando la ventaja táctica de la sorpresa, combatieron con habilidad, contra los veinte mil soldados de Castro que cercaron enseguida el lugar, y por un momento, pareció que podrían alcanzar la victoria. La derrota no se perfiló hasta que los hombres de la 2506 se quedaron sin municiones. El motivo fue que el carguero Río Escondido, que llevaba municiones para diez días de combate, había sido hundido por la fuerza aérea castrista, y los otros tres barcos de apoyo, -el Houston, el Atlántico y el Caribe- tampoco llegaron al lugar, sin motivo conocido. La falta de municiones hizo que la situación en Bahía Cochinos empeorara rápidamente. La brigada 2506 estuvo a punto de ser rechazada hacia el mar por las tropas castristas, mientras los sitiados en la playa, clamaban por municiones.

La lancha de desembarco que lleva a Oscar y su equipo de hombres ranas, fue arrastrada por el mar a unos arrecifes donde zozobró, arrojando a sus tripulantes; Oscar recibió un golpe que lo dejó inconsciente, es decir, con el mismo grado de conciencia que tenía, cuando aceptó la propuesta de “Pepe”, con la suerte que las olas y la proximidad de la playa, lo dejaron fuera del alcance de las ondas marinas. Allí permaneció en ese estado por varios días, cuando recobró la normalidad. Al volver en sí, sobre el cielo que veía, observaba unos señores vestidos de oliva militar y aluengas y oscuras barbas: eran los barbudos del régimen Castrista, que ya habían dominado la situación del desembarco de las fuerzas invasoras.

Oscar fue esposado y transportado en un camión rastra donde muchos de sus compañeros murieron por asfixia; el panorama de la playa era desolador para los invasores: muertos tanto en la playa como cadáveres flotando en la bahía.

El destino de los prisioneros fue la cárcel del Cuartel Moncada, ubicado en Santiago de Cuba. Al llegar, la multitud abigarrada sobre la vía les gritaba: paredón.., paredón…, paredón.

En su nueva residencia, fueron hacinados en minúsculas barracas y sometidos a inhumano tratamiento, -realmente se lo merecían- la osadía que habían cometido para las fuerzas revolucionarias así lo calificaban.

Días después, les comunicaron la noticia que su final sería el paredón de fusilamiento, sin asistir a ningún juicio; realmente la defensa era imposible, lo que no ameritaba juzgamiento alguno, y más, tratándose de un régimen que por su filosofía había siempre conculcado las libertades ciudadanas, ya se conocían experiencias como la de Stalin, en la Unión Soviética, donde miles de ciudadanos no afectos a su política, debían purgar inmensas penas en las estepas siberianas.

Oscar en la soledad de su minúscula celda y sometido a una ración de pan y agua, lo único que aparecía en su mente, era la imagen de Libertad, la pequeña niña que en algún momento de su vida se le cruzó en el camino. Pensaba en el fin tan siniestro de su existencia, por una absurda decisión, fruto de la desesperanza.

El presidente Kennedy, quien fue muy indeciso respecto a la operación de invasión, una vez conoció el fracaso, se apuró en ordenar el rescate de los brigadistas que estaban perdidos en el mar; además inició conversaciones para liberar a los presos de las cárceles del régimen comunista.

Oscar ante la inminente desaparición del mundo terrenal y recordando su formación familiar, -de profundo cristianismo- solicitó a sus carcelarios, la presencia de un sacerdote de su religión, lo que le fue negado. El triunfo de la revolución castrista, había proscrito todo tipo de fe en Dios, en el territorio dominado; se trataba de implantar un sistema ateo materialista y los pastores y sacerdotes habían sido expulsados de la Isla.

En La Habana, de todas formas se inició un juicio a los prisioneros, imaginándose los resultados del mismo. Conocido el censo de los brigadistas detenidos, las autoridades del régimen detectaron la presencia de un argentino entre ellos, comunicándoselo de inmediato al “Che”, quien solicitó le fuera llevado a la Habana. Oscar y el resto del grupo, que hacían parte de la dirección de los insurgentes, llegaron a la capital de la Isla en plena celebración del triunfo de las huestes fidelistas.

El comandante Guevara, visitó previamente la celda, donde solitario, se había dispuesto confinar al insurrecto argentino brigadista.

Con ceño adusto lo saludó, recriminándole su acción, argumentándole sobre cómo un latinoamericano se había prestado para semejante felonía, a lo que Óscar respondió, -no obstante su estado de indefensión- que su formación no permitía que un pueblo libre fuera sometido al yugo del comunismo, que si por eso tendría que sacrificar su vida, con gusto lo haría, porque para él, era más importante la libertad que cualquier otra cosa.

El Che, desconcertado con la respuesta de su compatriota, bajó el tono airoso con que le reprochaba su procedimiento, e iniciaron una amena charla, hablando de su país, de la pampa, de sus familias, del poder, y luego terminaron cantando a dúo: “Adiós muchachos compañeros de la vida, barra querida de aquellos tiempos, me toca a mi hoy emprender la despedida….….. “, copiosas lagrimas rodaron por sus mejillas.

“El Che” se despidió de su paisano, diciéndole que era poco lo que podría hacer por él. Le dejó unos habanos para que manejara su soledad y prometió darle unas mejores condiciones de confinamiento.

Cuando “El Che” regresó a su batallón, se encontró con Fidel, quien ya conocía de la presencia del paisano sureño y le comentó la decisión que había tomado, frente a la propuesta del presidente Kennedy, para la liberación de Oscar:

Cincuenta y tres millones de dólares y un tractor, sería el canje por los brigadistas, -le comentó Fidel-.

“El Che” contrainterrogó: ¿ y un tractor por qué ?
Fidel respondió: -por tu paisano-.

Oscar fue cambiado por un tractor.

“El Che” aceptó la propuesta del canje, por dinero diciendo:
-“Esos gusanos brigadistas, totalmente arrodillados a los lacayos imperialistas, por lo único que se pueden cambiar es por plata, y mi paisano que redima sus culpas mientras nosotros con el tractor nos ocupamos de la agricultura”-.

Cuando despuntaba el alba, en forma silenciosa un avión decolaba con los brigadistas para llevarlos a Miami, donde el Presidente Kennedy los esperaba en el Estadio Orange Bowl. El recibimiento fue una fiesta que duró hasta bien entrada la noche.

Oscar aprovechó la llegada de la penumbra, y sin que nadie se percatara, se perdió entre la multitud.






XXI




Nuevamente el californiano, doctorado en Duke University, de abogado, aspira a la presidencia de la Unión, esta vez con éxito. Nixon llama a Oscar, pero no para darle la Embajada en su país, sino para asignarle una tarea muy especial: los Estados Unidos saben de la siembra indiscriminada de coca y marihuana en Colombia, y especialmente, en una región llamada La Provincia del Cauca y su pie de monte de la cordillera Central, Nixon por charlas con Oscar, sabía de la propiedad que este tenía en el Municipio de Alcalá de los Cipreses, precisamente donde se debía localizar la acción de identificación de los cultivos. Lo nombra en La CIA, Central de Inteligencia Americana, con funciones en Colombia, a solicitud del Presidente colombiano, López Michelsen.



La despedida en los comedores de la casa Blanca, revistió demasiada intimidad: solo los dos hombres hablaron de lo divino y lo humano. Oscar fue franco con Nixon, y no le aceptó lo que estaba haciendo en el Hotel Watergate, lugar sede del Partido Demócrata, para espiar los movimientos de sus adversarios, en la próxima campaña, y que correspondía a su reelección.

Oscar abandonó el país con suma tristeza, ya que el cariño y amor que tenía por él, superaban sus sentimientos. Además, pensó que no volvería a ver tantas gentes con quienes disfrutó los mejores momentos de su vida, lo que hizo que sus ojos se encharcaran de lágrimas y un nudo se estacionara en su garganta.


Nixon lo sorprendió con una bella noticia: le dijo que por los servicios prestados a la Nación, había decidido crear un Cuerpo Especial de Patrulla en las Fuerzas Militares, y que para honrar su memoria, se llamarían “Los Márines”, evocando su apellido. Estos hombres rigurosamente preparados, serían la vanguardia de la Marina, en las distintas invasiones que el Estado Norteamericano tenía preparadas, sobre todo, para controlar la seguridad nacional en los países Latinoamericanos. Oscar quedó inmensamente agradecido con tan profundo homenaje, y pensó que bien valió la pena vivir en el país de la libertad. Se despidieron con tristeza, una etapa de su vida había concluido.


En New York, se alistaba para iniciar la nueva aventura. Como disponía de exceso de equipaje, lo reunió y se fue para Manhattan, allí se lo regaló a los pobres y menesterosos, que deambulaban por Wall Street. Ese fue su último contacto con la Gran Ciudad.



Con nostalgia se despidió de toda la gente que había conocido, durante su permanencia en la ciudad; estuvo en Yankke Stadium, “Al Capone”, su bar predilecto, recorrió la Quinta Avenida y los Museos donde fue ocasional visitante. Lo último que hizo antes de embarcarse, fue ir al Gran Central Park, donde se le veía los domingos en su estancia neoyorquina. Se despidió de todas las mujeres que habían inquietado su vida, lloró largamente y con amargura, parecía que se estuviera despidiendo de la vida misma.






XXII




En el Aeropuerto “La Guardia”, dejó lo último de la urbe que lo había enamorado: sus multitudes, sus mujeres, su cultura, sus amores; Tomó un vuelo de KLM, la empresa que lo recibió y le brindó estabilidad económica. Su aspecto era el de un turista gringo que viajaba al Sur de América; solo él sabía de la delicada misión que lo llevaba a ignotas y extrañas tierras, que sin embargo, él ya conocía, pues en su viaje hacia el norte, le había tocado permanecer unos meses en Colombia; además, era propietario de tierras. Su próximo destino sería Bogotá, capital de la joven república bananera, a decir de los gringos.



Llegó en un verano a la fría y flemática ciudad. Lo recibió un Aeropuerto, cuyo nombre recordaba la codicia de los conquistadores de estas tierras: “El Dorado”. Un taxista muy conversador, lo llevó hasta el Hotel Tequendama, lugar escogido para realizar los contactos que requería su nuevo oficio. Cómodamente se hospedó en una lujosa habitación, a decirlo, el hotel presentaba unas elegantes características. Solicitó servicio a su alcoba, y el botones le llevó la agenda que contenía los sitios de interés de la ciudad y del hotel. A Oscar le llamó la atención, que el bar ofrecido, tenía el mismo nombre del bar que alguna vez visitó en Washington: “Bar Chispas”, del Hotel Watergate. Se dirigió allí, se sentó y pidió un Whisky en las rocas, y así empezó lo que sería su nueva vida.


Durante su permanencia en la ciudad capital, se convirtió en contertulio (tertuliante) habitual, del ameno establecimiento de licores del hotel; allí empezó a coleccionar amigos, la gran mayoría políticos y periodistas, además de hermosas modelos y mujeres de sociedad que recurrían al lugar. En esos momentos, Colombia iniciaba lo que se llamó “El Mandato Claro”, encabezado por Alfonso López Michelsen, un hombre de la más rancia y perversa oligarquía colombiana, hijo de otro hombre que, dos veces ocupó la presidencia, y nieto de un banquero, quien fue el iniciador de la inmensa fortuna de la familia López, la cual hizo, vendiéndole armas a los combatientes, en las interminables guerras civiles de que fue objeto el país, durante el Siglo XIX. López, al iniciarse tardíamente en la política, le vendió el cuento a las masas desfavorecidas de riqueza, que él era un revolucionario, y fundó el Movimiento Revolucionario Liberal MRL, un coctel de ideas que iban de la extrema derecha, a la extrema izquierda; en él cabían: Don Manuel Marulanda, un legendario líder de las guerrillas que han azotado los campos y pueblos de Colombia, luchando por la liberación nacional, y Don Julio Mario Santodomingo, el hombre más acaudalado del país, y pariente cercano de López Michelsen. Sin duda, era compleja la maniobrabilidad del político revolucionario: convencer a “Tiro fijo” -así se le llamaba al líder guerrillero- de que la revolución era posible en Colombia, y convencer a Santodomingo, que las cosas no se modificarían, que estuviera tranquilo, que él no sería “tan pendejo como para desaprovechar sus privilegios”. Con ese ideario, cautivó una legión de despistados, y cuando ya vio la oportunidad de acceder al poder, renunció a las ideas izquierdistas, y cómodamente se alojó en el Partido Liberal; fue el más acérrimo crítico del Frente Nacional, una política que sirvió para unir los partidos liberal y conservador. Una vez cayó el dictador Rojas Pinilla, se unieron los dos partidos para asaltar sin controles el botín del presupuesto y alternar el ejercicio del poder.

Oscar, enterado de la situación política, se sonrojaba del espectáculo, pero igual se le pareció a lo que ocurría en el país de donde venía. Decía: “la política como que es lo mismo en todo el mundo, convencer a la gente de que se le está sirviendo, cuando el único que se está beneficiando es uno”.


En Bogotá hizo todos los contactos indispensables; recibió instrucciones y se alistó para su nueva residencia. El viaje lo hizo en avión, llegando al Aeropuerto de Palmaseca de Cali, donde, de inmediato rememoró los incidentes en la ciudad: cuando fue arquero de uno de los equipos gloriosos del lugar; de su trabajo de barman, en el Cabaret Moulin Rouge. Como venía bien presupuestado, se alojó en el Hotel Intercontinental, y muy pronto conoció la zona aledaña, donde hermosas mujeres ofrecían sus esplendores a los viajeros.




Permaneció algunos días allí, las instrucciones así lo determinaban. Además, su futuro lugar de trabajo tenía como la ciudad más importante a Cali, por lo que era necesario conocerla muy bien y aprender sus costumbres y cultura. Como su vida era taciturna, por la soledad que llevaba, se le vio mucho en los bares y casas, donde las mujeres eran frecuentadas por los galanes, así disfrutó de los encantos de las féminas del lugar, en su gran mayoría, chicas de los pueblos cercanos, que no tenían otra forma de subsistir, más que vender sus cuerpos. Oscar pensaba en la función social tan importante que cumplían estas mujeres, sacando a los hombres de apuros, pero también en lo hábidas de amor y de ilusiones que estaban, lo que hacía que muchas de ellas, enamoran a sus ocasionales clientes. Oscar no fue la excepción, pues allí encontró una hermosa trigueña, llamada Evelyn, a quien invitó para que lo acompañara a una tierrita que tenía cerca, la mujer le indagó por el lugar, y él le comentó que era en. Alcalá de los Cipreses, respondiéndole ella, que la conocía, y aceptó su invitación.


XXIII





El viaje a Alcalá de los Cipreses se realizó por entre sembrados de caña y chimeneas de los ingenios de la zona. Oscar tenía un acento entre argentino y gringo, y esto encanta a las colombianas. Evelyn viajaba transportada por el galán, que en sus atenciones, incluía visitas a las más elegantes joyerías, dejándola que escogiera las mejores piedras preciosas. Lo mismo ocurría con los almacenes de marca, de ropa femenina, donde siempre estaba la pareja. A él le apasionaba comprarle ropa interior, porque no hay nada más fascinante –decía-, que comprarle ropa íntima a la mujer que se conquista, cucos negros blancos o rojos, “es pura poesía”, agregaba.



Alcalá de los Cipreses, es el más hermoso pueblo del Sur; su paisaje es inigualable, es el valle y el contraste de las montañas, los ríos que descienden raudos de la cordillera, le dan un encanto especial, y sus aguas, por venir de las alturas, traen en su cuerpo un hechizo que riega en quien la toma o se baña en ellas. Oscar llegó allí con su transitoria acompañante; recorrió las calles que años atrás había transitado y se contactó con la persona que le administraba su tierra en “El Amparo”. Este le rindió informe de la labor desarrollada en los años de su ausencia, y lo acompañó para hacerle entrega de su propiedad. Era una sencilla casa en ladrillo, que se componía de un amplio corredor, donde dos habitaciones y un salón, componían la vivienda. Terminado el inventario se despidieron, y Oscar se quedó a solas con su dama, disfrutando de esa primera noche, que por cierto, estaba intensamente iluminada por una luna llena. Todo estaba dado para pasarla de una manera especial; Evelyn le entregó todo lo aprendido en sus cuitas de amor, entreteniendo a los hombres en los cabarets de Cali. La mujer era todo un volcán, sus hermosos senos hicieron perder el conocimiento al gringo-argentino. Dios creó a las mujeres sin errores, al menos físicamente –pensaba Oscar-, “sus pensamientos son otra cosa, pues Dios las creó para que no las entendiéramos, se vive con ellas primero por locura y luego por bobera”.



Dando las cinco de la mañana, Oscar se levanto y preparó café, bebida que aprendió a tomar en América, pues el mate de su Pampa natal, hacía mucho tiempo que lo había olvidado. Mientras su compañera dormía, recorrió los linderos de la propiedad, toda sembrada de maíz y cerca de la casa, matas de plátano y frutales. Cuando su amante despertó le hizo el amor y luego le dejó tareas. Concretó al hombre que cumplía los quehaceres de mayordomo, y le expresó que viviría allí por unos meses, por lo que era necesario tener las áreas sociales en orden y limpias.


Oscar llevaba solo unos días, y ya le había cogido el rumbo a su nuevo hábitat, rápido se familiarizó con el pueblo, conociendo a sus moradores, muy especialmente a la Familia Marín, de quien era vecino en su campo, por todos los puntos cardinales. Por un lado, Octavio Marín; por otro, Román Marín, en fin, toda la familia Marín lo abrazaba territorialmente, razón por la cual era importante tener unas buenas relaciones, y las tuvo, de manera especial con Frida, uno de los miembros femeninos de la familia, distinguida mujer de exquisitos modales y gran simpatía. Como Oscar se derretía por las damas, allí tuvo una nueva disculpa para ejercer de caballero, lo que hacía con distinción y locuacidad.



Debía ser muy discreto en sus funciones de agente de la CIA, y en verdad no creaba ninguna sospecha. Ya era más bien un nuevo alcaleño. En una noche de farra, con algunos vecinos del pueblo y sus respectivas damas, algo que no faltaba en la mesa que ocupaba, Bárquez un personaje distinguido y de las más rancias familias del lugar, le propuso una idea que Oscar la recibió con simpatía.



Mientras apuraban unos aguardientes, el trago de más consumo y típico del lugar, le dijo:
-¿Cómo es tu nombre completo?, Respondiendo él:
-Oscar Renato Marín Paz Stenssori-
-¿Y eso de dónde es, tan largo y raro?
-Soy argentino de descendencia Italiana.
Su interlocutor le expresó:
-aquí vive una familia de la que usted ya es amigo, es la Familia Marín Paz-
¿Y a qué viene el cuento? –interrogó Oscar.
Sin dolor –respondió Bárquez
-“hágase miembro de la familia, sin tener ni relación familiar ni económica, y queda sin que nadie se dé cuenta, miembro de una de las familias más distinguidas y queridas del terruño”, y agregó:
-“en la Notaria, corra una escritura, realizándole unos pequeños retoques a su nombre, quítele la “i” final al Marini y queda Marín”; “eso del Renato está bien para Italia o Argentina, en Colombia, y concretamente en Alcalá de Los Cipreses, es nombre de marica, y eso no le conviene”. “pues este pueblo es muy chismoso, tiene de la chismografía un deporte municipal, de manera que suprima ese nombre”. Y terminó su consejo, diciéndole:
“El tal Paz Stenssori es muy largo, abréviele y queda en paz con todo el mundo: Oscar Marín Paz, más alcaleño, imposible”.



Oscar madrugó al día siguiente de las copas, y con la idea que le había dado su compañero de mesa, a preguntar por la Notaría., Un joven abogado lo recibió. Era el Notario Segismundo Santander, hombre de buenos modales y muy atento, quien se puso a la orden. Oscar le manifestó su inquietud. El notario le expresó que las Constitución del país lo permitía y consultó un libro para ver el costo de la operación notarial: eran cinco millones de pesos. Oscar aceptó y se corrió la respectiva escritura, cuyo objeto era: retoques al nombre.




Oscar Marín Paz, era el nuevo ciudadano ya colombianizado. Sin proponérselo, tenía los apellidos de una de las más numerosas y trabajadoras familias del lugar; todo el mundo lo confundía y le acuñaron la familia, los que además era sus vecinos.


Terminado estos trámites, Oscar quiso celebrar su nueva personalidad, e invitó a algunos amigos a un lugar muy célebre del pueblo, concurrido por mujeres que venían de otros municipios, llamado “Las Camelias”, que quedaba en la parte alta del trazado urbano. Allí llegaron los contertulios celebrantes, ocuparon una mesa y de inmediato el grupo de mujeres que asistían al sitio, pasaron por su lado, en ademán de exhibición, mostrando sus contorneadas figuras y casi desnudando sus senos. A decir, las chicas estaban bonitas. Oscar sentó en sus piernas una rubia, la que si no es porque, en la raíz del cabello dejaba insinuar un oscuro, mostrando el tinte, habría pensado que era una alemana. La muchacha era oriunda de un centro poblado próximo, llamado “Santa Elena”, con quien Oscar se sintió a gusto, pues consideró haber hecho la mejor elección. Como las finanzas eran buenas, pidieron whisky de marca: “Buchanans”. Para mostrarse como fino catador, Oscar abrió la botella y derramó un poco en la palma de la mano que luego frotó con fuerza, y confirmando que era legítimo, por su olor a roble, se tranquilizó. Seguidamente comentó que, como ya tenía conocimiento que, en Colombia toda la vida habían hecho Whisky “chiviado”, era necesario tomar medidas de control, pues de lo contrario, podría termina: muerto, ciego o intoxicado.


Solicitó un conjunto musical para animar la reunión y le trajeron un cantante que vivía en El Edén, su nombre artístico era “Olimpo”. Interpretaba la música Mejicana a la perfección, incluyendo en especial, canciones de Jorge Negrete, Pedro Infante, Miguel Aceves Mejía y José Alfredo Jiménez. Se despachó cantándolas todas y repitiendo. La fiesta para celebrar la nueva identidad, llegó hasta el amanecer. La rubia terminó en los predios de “El Amparo”, como dama de compañía.



XXV




Oscar quiso realizarse unos arreglos en su personalidad, pues entendía que sus años en el nuevo lugar serian largos, por lo que debía acondicionar su forma a las costumbres lugareñas; para entonces ya había perdido el acento de extranjero, algo que no le costó mucho. Compró nueva ropa, y con frecuencia viajaba a la ciudad de Cali, allí en el gran almacén de música “Gabrielov, compró todos los aditamentos para tener el mejor equipo de música, pues a él (eso) lo mataba, la música de Louis Amstrong, Beeny Godman, Frank Sinatra su amigo del alma, Nating Cole, Glenn Miller, los portaba en su camioneta y hacía que se los colocaran ante el asombro de las gentes que desconocían la moderna música Americana.


Se aproximaba el mes de mayo, y la costumbre de las gentes católicas del lugar, era celebrar “El Acto de Confirmación”, consistente en la refrendación de la fe, para lo que se requiere de un padrino, en presencia del Obispo de mayor grado en la feligresía regional. Oscar, a pesar de haber pasado hacía rato, por la edad propicia, consideró que debía hacer su confirmación, y para ello debía conseguir un padrino; se acordó de la primera persona que conoció y que lo había salvado de un “linchamiento” seguro, cuando impostó de portero para un equipo de Cali y envió a buscarlo. Quien se lo trajo a medianoche, del lugar donde trabajaba y que estaba disfrazado de diablo, en honor a su equipo del alma, que tenía como emblema un diablo con su tridente- le aceptó el encargo, pero le puso como condición, que sí iría, pero disfrazado de diablo. Oscar en principio aceptó que viniera presentado así, aunque no estaba seguro, por la reacción del clero.




Se realizó una sencilla ceremonia en la iglesia, donde casi todos: jóvenes, hombres y mujeres- apenas alcanzaban los diez y ocho años; el de mayor edad era Oscar. Los confirmados estaban acompañados, por lo general, de un familiar mayor. Rompía el rigor de la ceremonia Oscar, que estaba acompañado por Aldo Mistela, quien lucía de diablo, con un horroroso tridente. El Obispo en el acto debe pegarle una suave palmada en la cara al confirmado, como muestra de sumisión. Cuando le tocó el turno a Oscar para la refrendación, este consideró que la palmada no había sido suave, sino que más bien parecía una bofetada, y su reacción fue tomar el tridente de su padrino y derribar al Obispo, para posteriormente dominarlo con el tenedor, colocado en el cuello. Tuvo que intervenir la policía para evitar una gresca mayor. Allí se terminó el rito, con tremenda bronca. El Obispo, un buen anciano, con olor a santidad, fue llevado de urgencias al Departamento de traumatología del Hospital Universitario, con problemas en la columna, por la caída libre al recibir el garrotazo.

Cuando salían del acto interrumpido, una de las confirmantes miró a Oscar con insistencia y coquetería; él la arribó, y terminaron en un motel del lugar, celebrando la confirmación, cumpliendo las palabras de “Multiplicaos los unos con los otros”.


El incidente de la Confirmación fue comidilla entre las gentes. En los sermones de las misas de los domingos, el cura párroco pedía por la salud del Obispo, y Oscar cabizbajo, pasaba lento por las murmuraciones de los feligreses.



Oscar le había comprado la camioneta Chevrolet, modelo cincuenta y cuatro, a su nuevo amigo, el patricio comarcano don Torcuato Vergara, quien la adquirió nueva en la ciudad de Cali. El vehículo se convirtió en símbolo de la feminidad: siempre una mujer ocupaba el automóvil, cuando menos, pues por lo regular, eran manojos de chicas, no solo en la cabina, sino en el platón; era ya muy fácil identificar el paradero de Oscar, regularmente el coche estaba estacionado en los parrandeaderos de la región, como un perro fiel aguardando por su amo.




Aprendió los quehaceres de la agricultura, su nueva actividad económica; de ella dependía el sustento. Cosechaba de acuerdo a la época, el maíz se lo vendía a la Compañía Americana Maizena, o la caña de azúcar, de la cual se convirtió en experto agricultor, se la vendía a Don Abraham Cusnier, dueño del Ingenio “La Casona” a quien le había comprado las tierras de “El Amparo”. Era frecuentemente consultado por los ingenieros agrónomos de los ingenios, ya que su sabiduría sobrepasaba los conocimientos impartidos por las universidades, o las experiencias con los cubanos o con puertorriqueños. Oscar se volvió muy amigo de Carlos Esparta, quien lo atormentaba a toda hora, realizándole preguntas sobre la gramínea; llegó a recordar a su padre en Las Pampas que decía: “un tonto puede hacer más preguntas en un minuto, que las que un sabio puede resolver en un siglo”. Le ofrecieron cátedras en todas la Facultades de Agronomía nacionales e internacionales y estuvo tentado en irse a las Universidades de Camaguey y de Puerto Rico. Solo lo detuvo un transitorio enamoramiento de una palmireña de ojos verdes, o de lo contrario, las juventudes estudiosas de América, sobre los temas agrícolas, habrían tenido un Maestro de las Ciencias del campo. A él se le deben profundas investigaciones en riego, cuando dialogaba con los campesinos les hacía entender porqué “el agua moja”.



En sus labores del campo, siempre estaba acompañado de una chica, razón por la cual, las mujeres de la región se convirtieron en expertas agricultoras. Se interesó por la agricultura orgánica y como amuleto, se compró un órgano, el que nunca tocó, decía jocosamente: “con tocarme el mío, basta”.



Buen gastador de dinero, ganaba todos los concursos de baile, que los fines de semana programaban en “Agapito”,” en “Juanchito”, en todos las salas de baile de Candelaria, Florida, y Oriente de Cali; se inventó un paso que nadie más pudo aprender y lo tituló el “cuatro por ocho”. Pero así como era para la diversión, era para el trabajo, la metía duro de lunes a viernes pero este último día, más que el resto de la semana, se descomponía. Vestía con elegancia, todos los viernes estrenaba, por lo que las mujeres más lo admiraban. Siempre hizo alarde de su hombría.





XXVI


En Norteamérica aprendió de las políticas conservadoras de ese país, por eso su colaboración con muchos de los dirigentes del partido republicano, conoció de la filosofía de derecha en boca de los grandes líderes de los tiempos actuales y quedo convencido que solo la derecha puede solucionar los problema de la sociedad contemporánea, por estas razones los Estados Unidos son el único Estado viable en la geopolítica actual y considera adecuada la política de este país respecto a Latinoamérica.



Se afilio por lógica, al Partido Conservador Colombiano, sus convicciones así lo exigían. En la campaña de Belisario Betancur para acceder a la Presidencia de la República, y a quien había conocido durmiendo en una banca del Parque de Bolívar de Medellín, se incorporó, y cuando este recorría la provincia colombiana, buscando el favorecimiento del electorado, -en el Corregimiento del Edén, lugar próximo a su hábitat, en compañía de jefes de ese partido, en el Departamento del Valle, entre ellos el Senador Carlos Holguín Sardi, tal vez de los político más corrompidos y deshonestos de la comarca
-que lo son casi todos-, por no decir todos, descendiente directo de unos gamonales que ocuparon transitoriamente el Solio de Bolívar a quienes se les decía: Don Carlos y Don Jorge Holguín Mallarino, y protagonistas de la creación de este despelote que es Colombia hoy en día, Oscar pronunció un vibrante discurso de hondo calado derechista, y exageró tanto, que Belisario que se las daba de “conservador de estirpe social”, le tuvo que quitar el micrófono. Así que hasta ahí le llegó su aparición de orador, pues el Partido consideró purgarlo y confinarlo al aislamiento político, “mientras se le hacían unas refacciones ideológicas” para ajustar mas su discurso a las condiciones tercermundistas, pues su pensamiento era ideal para el medio norteamericano.


Este fiasco, sin embargo, no lo desanimó. Siguió profesando su fe en los principios mundiales conservadores, pero tomó un largo tiempo leyendo a Caro y Ospina, para aprender en la fuente el ideario “godo colombiano”. Se ocupó de leer en profundidad a los grandes patricios del partido como Laureano Gómez y Ospina Pérez. Le llamó mucho la atención un líder prematuramente muerto, y quizá la reserva más grande de la derecha colombiana: Alzate Avendaño, de sospechoso parecido anatómico a Benito Mussolini, creador del fascismo italiano y amigo de aventuras de Hitler.



Oscar guardaba en su billetera, en vez de fotos de mujeres, -que debería ser lo lógico-, las de Laureano Gómez y Richard Nixon, y lo de no creer: la de Carlos Holguín Sardi. Sus incursiones políticas no llegaron muy lejos. Le preocupó la forma de ejercer esta en Colombia. “Aquí todo es corrupción” –decía-, “los políticos son los dueños de los contratos de obras públicas y los contratistas, la mayoría de los casos correspondientes a ingenieros, actúan con testaferros o simples mandaderos de estos”, concluía Oscar. Por eso se alejó temporalmente de este oficio, y continuó con la agricultura.




XXVII



La familia Marín Paz gozaba de buen crédito en las instituciones bancarias y financieras: Román y Octavio, quienes con frecuencia recurrían al Banco de Crédito Rural, en solicitud de dineros para trabajar en las labores del campo, visitaban a su gerente, Señor Absalón de la Peña, funcionario de carrera de la institución y asignado años atrás a la Oficina de Alcalá de los Cipreses, quien les ordenaba los desembolsos. Como las gentes de la región creían que Oscar era miembro de la familia Marín Paz, este aprovechaba esa circunstancia para presentarse con mayor regularidad a los bancos.


Oscar aspiraba a obtener un préstamo grande del banco, y por eso, apeló a las costumbres de los colombianos, de lo que hay que hacer, cuando se requiere un crédito. Indagó por los gustos del gerente de la sucursal. Le comentaron que gozaba como un niño comiendo el tradicional plato típico del lugar, que era el famoso “Sancocho de gallina”, y de las mujeres, que no pueden faltar en ningún jolgorio. En vista de eso, contrató una experta cocinera y mandó a Pantaleón Marín en su camioneta verde para que le trajera todas las muchachas de las mejores casas de citas de Florida; adornó la finca de “El Amparo” con bombas y festones, e invitó al Gerente, quien casi tiene que pedir vacaciones para atender al cliente. Don Absalón llegó solo, fue recibido con suculento plato de sancocho y repitió tantas veces que hubo que enviar a comprar todos los “Alka Seltzer” de Alcalá de los Cipreses, para calmarle el malestar estomacal, y luego ver a cuál de las damas que le ofrecía el anfitrión, había que complacer. La fiesta duró una semana, y Don Absalón todas las noches tuvo una mujer distinta. Fue tal el consumo de espermatozoides, que para tener vigencia en el futuro, le hicieron una transfusión de semen, facilitado por el dueño de casa. Cuando a la semana siguiente regresó a su oficina, le tocó hacer hasta lo imposible para que no lo declararan cesante, por abandono del cargo. Lo salvó un certificado médico del Doctor Hipócrates, el más prestigioso galeno del lugar.

Las autoridades de la Oficina Principal del banco, le iban a declarar negativo el crédito a Oscar, por lo que tuvo que “aceitar” a un “duro” de la principal.



Se hizo popular en Alcalá de los Cipreses, que para parrandear con Oscar, había que pedir vacaciones, pues desde la fundación del pueblo, a fines del siglo XIX, no había habido un mejor anfitrión en los contornos del Norte. Su sitio preferido era la “Minifuente de Gertrudis”, ubicada al frente del teatro del pueblo. La música la suministraba el cliente. Por sus preferencias, Oscar interpretaba a las maravillas, las canciones populares y clásicas de Enrique Carusso, Mario Lanza, Luis Ángel Mera y Carlos Julio Ramírez, entre los criollos. Todo el mundo acertaba en decir que las interpretaciones de Oscar, eran mejores que las de los titulares. El mayordomo de su propiedad en “El Amparo”, situada a quince kilómetros del bar, lo alcanzaba a escuchar y dormía levemente. Cuando se acallaba la voz, era porque ya estaba de regreso; entonces se disponía a realizar sus labores, para que el patrón lo considerara un buen trabajador.

El Pueblo todo, firmó una “queja” ante las autoridades en el más participativo acto comunitario, solicitando que a Oscar le proscribieran cantar, pues como resultado de sus fiestas, se rompían los vidrios de las ventanas y los tímpanos de los vecinos. Los únicos que no firmaron el memorial fueron: “el sordo Bermúdez”, los miembros de La asociación de Vidrieros Municipales y un médico recién llegado al Centro Médico del Doctor Hipócrates, con una especialización en Otorrinolaringología.



Interpretaba las canciones de Ray Connif, Montovanni, Nating Cole y le enseñó a la gente del lugar, el buen gusto por (de) la música, ya que solo escuchaban a Olimpo Cárdenas, Julio Jaramillo y el Caballero Gaucho. Con el fin de satisfacer su melomanía, contrataba a Doña Peregrina, mujer famosa por la elaboración del mejor “Sancocho”, para que le cocinara, e invitaba a más de diez comensales, a quienes no les costaba nada, ni la comida ni el licor, lo único era el riesgo de quedase sordos con sus cantos, lo que solucionaron con la idea de un Ingeniero Mecánico de “Industrias INCA”, quien les recomendó unos tapa oídos que había conocido en una fábrica, cuando realizaba una pasantía en Detroit, lo que hizo que, a partir de ahí, sus comensales no lo escucharan, pero sí pudieran comer y beber.


Por su conocimiento en el cultivo del plátano, labor que hacía en su finca, recibió el remoquete de “platanera”. El decía que nadie conocía tanto del plátano como él. Con Martha, hija de la dueña de una cantina, aprendió a hacer el amor entre las plataneras y lo volvió costumbre; fueron muchas las doncellas que vieron por primera vez las estrellas, en las noches de verano, en las plataneras de “platanera”, por sus posiciones boca arriba.


Eran tantas las maromas creativas, cuando hacía el amor, que el “kamasutra” se volvió un libro para recrear niños, similar a Pinocho o Blanca Nieves, y patentó en la “Asociación de Posiciones para hacer el Amor” con sede en Roma, varias situaciones. El Almanaque sexual del horóscopo, es una idea copiada y se queda corto, con las que todavía la humanidad desconoce, la pirueta llamada “la sesenta y seis”, es una burda copia de la “Serie Oscar” pero escasa de imaginación.



Las chicas que visitaban su estancia en “El Amparo”, tomaran la idea de bautizarla, y por consenso la nominaron “El Gozo”. La historia dice, que las fiestas en “El Gozo” solo pueden ser comparadas con las de los romanos en épocas de Nerón, Calígula, Mesalina y Popea. Las mujeres que la, visitaban quedaban plenas de orgullo y eso les daba un status especial. Las estadísticas se quedan cortas en la relación del consumo de espermatozoides, fue necesario escribir a La Confederación de Ciencias y Matemáticas con Sede en Palo Alto California, para que les enseñara a los del “Dane” a escribir el numero decimal que indicaba el referido consumo.

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XXVIII



Oscar aparecía con distintos hobbys: fue adicto a las armas, y aprendió de ello, en aquella misión que comandó en la Siberia rusa; conocía de marcas y estilos, disparaba de manera inimitable; jugaba tanto con estos peligrosos aparatos, que dejó sordo a una veintena de vecinos. Fue tal su afición, que fundó el Club de Caza de la zona y lo puso San Huberto, me imagino que debe ser el patrón de los cazadores. Antes de iniciar una jornada de cacería, le rezaba un rosario al Santo, y el Patrón le recompensaba la devoción, haciéndole prolífica la expedición sonora. Cuentan en Alcalá de los Cipreses y Florida, los más importantes centros poblados de la región, que quien más personas ha dejado sordas, es Oscar; si no era con sus cantos, era con las escopetas. Por esta razón recibía un gran regalo en la navidad, de la academia médica de especialistas en el oído, para compensar las grandes ganancias obtenidas. Su puntería se volvió proverbial, disparaba desde la Plaza de Alcalá de los Cipreses a un mosco ubicado en la torre de la iglesia de Florida y acertaba, a pesar de que estos dos sitios no se alcanzan a divisar, el uno con el otro. En una ocasión, le puso manzanas en la cabeza a diez niños, y se las tumbó de un solo disparo. No pudo acompañar a la Delegación Olímpica de Colombia en los Juegos de Munich, Alemania, por su naturaleza argentina. Le vendaban los ojos para someterlo a pruebas de destreza, y lo hacía mejor, que viendo los objetos; lo contrataba los cosecheros de maíz para eliminar las palomas depredadoras de este fruto.




Con frecuencia se deleitaba fumando pipa, las que coleccionaba. Vivía muy orgulloso de un ejemplar que le regalaron los estibadores del puerto de New York, afiliados al Partido Republicano, en la época que trabajó descargando barcos, y que estos se la habían curado. Se escribía con el Príncipe Inglés, Alberto, fumador consuetudinario y objeto del mismo regalo de los obreros neoyorquinos, por lo que los dos pertenecían a la Cofradía de Fumadores de Pipa. En las paredes de la biblioteca de su casa, colgaban un número indeterminado, incluyendo la que fumó Búfalo Bill, para sellar la paz con el Cacique Piel Roja, en territorio americano. Se convirtió en todo un profesional de este oficio: hacía pruebas con el humo y creaba hermosas figuras, que eran el gozo de los niños, pues hacía caballos y cualquier tipo de figuras que estos le sugerían. Era tal vez, el único fumador, que entrando humo por la boca, lo sacaba por el ano. Esta prueba la hacía, obteniendo primero el respectivo permiso de las autoridades municipales.



Fue invitado por los cazadores de la República vecina de Venezuela, a un torneo de caza de venados, organizado por el Club Juan Vicente Gómez, y casi extermina la especie, los que no mató, los sacó del país, por lo cual fue deportado. Realizaba las más sofisticadas pruebas de balística, sirviéndose del Presidente del Club San Huberto, señor González Caicedo. La experiencia consistía en: ponerle una bala en el ombligo, la que colocaba a una prudente distancia y luego disparaba. La bala terminaba lentamente su recorrido, aposentándose en el ombligo del dignatario, sin herirlo.



En la historia amatoria de Oscar, Elsa Mireya ocupó un puesto de privilegio. La conoció en Florida, durante sus muchas andanzas con diversas mujeres. Ella era campeona de baile, lo que hacía de manera magnifica, por lo cual se estableció una gran empatía en la pareja, prácticamente se conocieron bailando. Una de tantas noches, lo hicieron de una forma tan exagerada, que Oscar acabó con unos zapatos Walkover, comprados a un mormón que vendía su religión puerta a puerta. Primero terminó la gruesa suela de cuero y luego las medias, que se le “comieron”, bailando paso doble. Finalmente se estaba ya despellejando la planta del pie, cuando cerraron el cabaret donde danzaban.



A Elsa Mireya le hacía el amor bailando y nadie se daba cuenta, solo ella. Sé trenzó un amor con tanta furia, que Oscar no volvió a comer, solo bailaba, bailaba, y hacia el amor. Descuidó los sembrados por su compañera. La recogía a las cuatro de la mañana y a esa hora, un buen cantinero amigo, le abría el salón para que bailaran. Era tan desmedida su forma de danzar, que los discos de la época, de 33 y 78 revoluciones, que contenían por cada cara una canción, iniciaba la de un lado y la repetía tanto que terminaba bailando la canción de la otra cara, se ganaban todos los premios, por lo que fueron declarados fuera de concurso, para evitar celos con la clientela.



Elsa Mireya era una tromba en la cama. Diseñaron miles de formas, que no se conocen en las artes amorosas, y como se dice en el lenguaje amatorio: se “encoñó” de la princesa, que es tal vez lo peor que le puede pasar a un hombre, perdió 20 kilos, o más bien, los transformó en amor, porque como dicen los científicos, la energía no se pierde, se transforma.





XXIX





A Alcalá de los Cipreses, arribó también un joven de procedencia Siria, que se hacía llamar “Kafir”, por su ciudad origen en el Oriente Medio, pero realmente venía de Tuluá, en la provincia del Valle del Río Cauca, donde había nacido en el Barrio Alvernia. Su juventud, y todavía lo era, la había gastado trabajando en el almacén de un árabe, este si de verdad, y que llegó a estas tierras americanas, en el mismo barco donde venía un infante, que después fue Presidente de Colombia llamado Julio Cesar Turbay Turbay, quien se cambió el segundo apellido, por uno de origen español: Ayala, para “colombianizar” su origen; él mismo se encargó de regar la historia de que, los Ayalas, sus descendientes hispanos, habían llegado a estas tierras en las Carabelas con Cristóbal Colon.



“Kafir” aprendió todos los secretos del comercio con el patrón árabe, lo mismo que conoció la colonia, compuesta casi toda, por dueños de almacenes de mercancías y que se apoderaron de los comercios de los pueblos del Valle del Cauca. Sus amigos eran: los Gandul, Zarzur, Zaccour, Naskar, Gorayeb, en fin, un sinnúmero de familias llegadas de Siria, El Líbano. Turquía, Irak, Irán, Egipto y que poblaron los pequeños pueblos de Colombia, vendiendo “bergancía barata” y todos, o casi todos, consiguieron dinero y se amalgamaron con la sociedad raizal.


Su padrino, Don Lían Naskar, tuvo severos problemas con el lenguaje hablado, pues se le estaba olvidado el idioma paterno: el árabe, y no aprendió el castellano. Conoció a su arribo a Colombia, muchas familias nativas, entre ellas la de Don Torcuato Jaramillo, hombre de hablar exquisito, buena fortuna y numerosos hijos, quien muy pronto falleció, después de una penosa enfermedad. El señor Naskar, como era natural, fue a darle las condolencias a la viuda, pero en su jeringonza trabada, le expreso: “señora, vengo a darle el besaame por la muerte de don trescuartos”.



Un día, a Kafir se le ocurrió aprender a montar en bicicleta, por las calle del pueblo, y lo hizo en el modelo más inapropiado para un aprendiz: en una bicicleta de carreras, con sofisticados cambios y complicado manejo. En esas cabriolas de iniciante, atropelló a Oscar tirándolo al suelo. Le tocó recogerlo y llevarlo al más próximo centro de salud, donde le hicieron las curaciones, realizadas por el médico de turno, el Doctor Hipócrates. Pero el incidente sirvió para que, a partir de ese momento, se trenzara una cerrada amistad entre la víctima, el victimario y el médico. Del dispensario salieron los tres personajes a la más cercana tienda, para tomarse unas “frías”; esa fue una de las primeras “rascas” del trío, porque después vinieron muchas más.



Oscar le enseñó a “Kafir” a montar en bicicleta, y su afición por este vehículo se convirtió en un problema público.



El nuevo ciclista se profesionalizó, y lo hizo en lo que la jerga del ciclismo se llama “pacista”, es decir, especialista en lo plano, pues era más bien malo para las “faldas”, para escalar, o trepar las cuestas. Se comentaba en los mentideros públicos, que las únicas faldas que subía eran las de su profesora de inglés en el Gimnasio del Pacífico, de su natal Tuluá y, que -dicen las malas lenguas- dictaba las clases sin calzones.



“Kafir” ganaba todas las competencias que se programaban en el pueblo y los sitios vecinos. Oscar dándose cuenta del entusiasmo que tenía entre las gentes, el deporte de las “Bielas”, -como también se le llama- y que el héroe nacional era un “escalador” antioqueño llamado Ramón Hoyos, y ante la obstinada insistencia del ciclista local y “de que él estaba en condiciones y preparación, para ganarle al ciclista paisa”, tomó la tarea de patrocinarlo.


Para llevar a cabo su propósito le puso a disposición su camioneta, y en Cali, donde Umaña, una vieja gloria del deporte que tenía un almacén de bicicletas, compró tres, que habían sido: una de Oscar Salinas, legendario competidor de La vuelta a Colombia y que además, estaban rezadas por una bruja “para quitarle los maleficios” ya que Salinas fue el que más veces ocupó el último lugar en la historia de la Vuelta. Las otras dos, eran de un ciclista retirado de apellido Alfaro, y que siempre corrió patrocinado por la Virgen del Carmen, la que nunca le hizo un milagro, pues siempre se disputaba el último lugar con Salinas, y la última del “negrito” Lucumí, el único ciclista de origen Afro colombiano que ha participado en una Vuelta a Colombia y que solo veía a sus compañeros de lucha deportiva en las largadas de las etapas.



“Kafir” le sugirió a su patrocinador, que él debía correr con el equipo de Tuluá, ya que conocía a sus integrantes, y a todos los había derrotado en distintas competencias, lo que le daba cierta seguridad, a lo que Oscar atendió positivamente.

La caravana quedó compuesta por Oscar, como director técnico del equipo, y chofer de la camioneta; Humberto Bárquez de mecánico, por sus profundos conocimientos; el Doctor Hipócrates, de médico; el cojo Vergara, de aguatero. Todos se desplazaron a Tuluá, para, de ahí, continuar a Neiva, de donde partiría la competencia. Pero antes de salir, fueron a la Basílica del Milagroso de Buga, para pedirle por la buena suerte del equipo; sin embargo, la cara del milagroso no pronosticaba nada bueno; o estaba de mal genio.



La vuelta partió de la ciudad sede, un día caluroso. La etapa era plana, por lo que “Kafir” picó en punta a los cinco minutos de iniciada; el rutero de Tuluá ya le llevaba diez minutos al grupo, y se sostuvo hasta la llegada final en Ibagué, donde perdió en el embalaje con todo el “pelotón”. La bicicleta de Salinas, se ajustaba a los pronósticos de Carlos Arturo Rueda, locutor del Transmóbil No Uno, quien además, le puso el remoquete de: “Kafir el Ultimo”, por su fisonomía árabe. Por donde pasaba la Caravana, su Colonia Árabe le rendía homenaje y le regalaban cortes de telas para que hiciera camisas, fueron tantos, que con ellos puso un almacén en Alcalá de los Cipreses.



Donde se vio la agresividad ciclística de “Kafir”, fue en las etapas de montaña: siempre al lado de Ramón Hoyos; que, quien lo creyera, por rendirle respeto al Rey de la Montaña, le dejaba pasar para que el “paisa” ganara. Eran instrucciones de su director técnico. Esto era lo que “Kafir” contaba a sus seguidores, cuando terminaba el circuito por todo el país, pero la verdad era otra: llegaba a la meta cuando toda la parafernalia de recibir la etapa, ya se había retirado y se abría paso al tráfico local, por lo que terminaba las etapas fuera del tiempo máximo permitido y entre carros, gentes, motos...



Por sus acciones y merecimientos, Kafir integró el equipo de Colombia en el Tour de Francia, y dice que ganó la categoría de Premios de Montaña, venciendo al temible Bernard Hinaut. Las gentes quisieron comprobar esto, y enviaron a París un investigador, pero encontraron que el archivo del Tour, lo había quemado un abogado colombiano de apellido Santofimio, defensor de Lucho Herrera o Fabio Parra, en el caso del toro que la ciudadanía de un pueblo francés, le había regalado al ganador de la etapa que terminaba en montaña, por lo que obligatoriamente tuvieron que creerle.




Kafir cuando corría, siempre iba tomando cerveza, y a veces era tal la ventaja que le llevaba al segundo, que se paraba en una fonda caminera, a apurarse algunas “amargas”; pero lo más extraño que le sucedió, fue en el ascenso al Cerro de San Miguel, premio de montaña de primera categoría: en esta etapa se definía el ganador de la montaña y se suscitaba una inesperada competencia, pues todos los trepadores tenían opción de coronase “Rey de la Montaña”. Kafir encabezaba el “pelotón, acompañado de Ramón Hoyos, Efraín Forero, Honorio Rua, Francisco Luis Otálvaro, Héctor Meza , Rubén Darío Gómez, Lucho Herrera, Samacá, Niño y Cochise Rodríguez. El llevaba la iniciativa en la escalada, el ascenso se hacía de manera penosa. Mientras recorrían los kilómetros, y la carretera se empinaba más, logró cogerle a sus contendores, una pequeña luz de ventaja, suficiente para coronar de primero la cima. El triunfo ya parecía inobjetable para el corredor tulueño, cuando apareció una señora, que en conmiseración con los sudorosos ruteros, le lanzó, justo a “Kafir”, una olla llena de agua, con tan mala suerte, que se la incrustó en la cabeza; este se precipitó al piso de la vía. Sus colaboradores, con el médico Hipócrates a la cabeza, trataron por todos los medios de quitarle el adminículo, pero fue imposible, viéndose obligado a llegar a la meta en Bogotá, con la olla puesta. De allí lo trasladaron de urgencia a un taller metalmecánico, donde, con un equipo de acetileno, se la lograron quitar.



El Doctor Hipócrates le hizo unos rigurosos exámenes para estudiar el estado del atleta, encontrándolo en óptimas condiciones, y hasta de mejor salud que un muchacho de diez años. Lo único que le alteró en su dieta, fue que le aumentó el consumo de cerveza: cada 30 minutos, “un tarro por prescripción médica”.



Con el incidente, el ciclista había perdido la más bella oportunidad de su vida deportiva, pues en competencias es necesario esperar el final, porque cualquier hecho insólito o común puede cambiar los resultados.



Mientras esto sucedía, Oscar se hizo acompañar por Elsa Mireya disfrazada de mecánico, pues las autoridades deportivas prohibían el acompañamiento de mujeres en la caravana. Sin embargo, viendo el inusitado fervor de las mujeres por los ciclistas, al arribo de estos a los pueblos y el éxito de “Kafir”, despachó para su casa a Elsa, sacándole una lisonjera disculpa que ella creyó, y así pudo, al final de cada etapa, estar acompañado con una preciosa y diferente doncella a las que les prometía integrarlas a su equipo. Esto fue una historia que se repitió por toda la geografía colombiana. Retiró a Bárquez, alegando que siempre vivía elevado y no prestaba atención a su oficio, y lo reemplazó por la reina de las fiestas de un pueblo boyacense, quien los acompañó hasta el final de la prueba.



La llegada de los ciclistas a Bogotá, Capital de la República, fue el hecho más trascendental del año: con presidente, con la bandera de cuadros a bordo y las reinas de todos los pelambres que hay en el país, -y que son tantas- suficientes para llenar el Estadio “El Campin”, sitio para la final de la competencia. De loscien que partieron arribaron ciento diez, pues en el transcurso de la ruta se integraron otros, por disposición de los alcaldes de algunos poblados, que no dejaban salir la competencia si no se integraba el ciclista del pueblo.



Kafir fue premiado como el Rey de la Combatividad, y salió feliz.


Después de este apoteósico acontecimiento en la capital, el Alcalde de Alcalá de los Cipreses, de entonces, lo recibió como héroe nacional; fue necesario reunir extraordinariamente al Honorable Concejo para -de afán-, crear una condecoración municipal, pues hasta esa fecha no existía, y se le creó un grado especial, que solo podían recibir los hijos del terruño que se destacaran máximo en una actividad. En ceremonia especial, con actos honoríficos, se le condecoró con el “Cordón del Libertador”; igualmente a los miembros del equipo acompañante que también se hicieron acreedores a condecoraciones. Hubo una muy especial para el Doctor Hipócrates, y otra para Oscar Marín, por sus servicios a la causa noble del deporte.







XXX



Oscar cumplía años los diez y seis de febrero. Eran un típico acuariano, y los celebraba con vehemencia. Esa fecha, era casi una fiesta cívica en el poblado. Las más entusiastas eran las mujeres, las que además se enamoraban con facilidad de Oscar, y este para premiarles su amor desinteresado, las dotaba de televisor, equipo de sonido, nevera... Cuando en una casa había una chica bonita y demasiadas carencias, los miembros de la familia, de común acuerdo, decidían que “la niña se debía enamorar de Oscar”, y en menos de una semana, la casa quedaba dotada de todos los electrodomésticos del comercio. Sucedía con alguna frecuencia, que no solo se enamoraba la niña, sino que la mamá también. El tenía un sentido especial para darse cuenta a quiénes impactaba.


En uno de sus cumpleaños, departía amigablemente en la Taberna “Pipos”, con todas las secretarias del Centro Médico del Doctor Hipócrates. Mientras se apuraban unos whiskys, en la mesa vecina dos hombres charlaban tomando par de cervezas y comentando sobre la simpatía del cumpleañero, al que ya le habían cantado estruendosamente el “Happy Birhday”. Oscar en un gesto de atención, le indicó al cantinero que enviara dos cervezas a la mesa de los vecinos, entablándose desde ese momento, una entrañable amistad.

Los recién llegados al homenaje, eran un ingeniero del viejo Caldas y un exdiplomático de Itagüí, de la provincia de Antioquia, quien como burócrata, había prestado los servicios al país en el Consulado Colombiano de Caracas, durante ocho años, y gracias a las influencias de su padre, reconocido periodista nacional de filosofía y filiación conservadora, razones que le sirvieron para obtener el puesto para su hijo, -a quien hay que decir- que cuando llegó a realizar el recorrido terrenal, lo enviaron con su disco duro programado en la pereza, y como decía Anita Gutiérrez, “Le tenía consagrada las manos al Sagrado Corazón de Jesús”. En ocasiones, los amigos le debían levantar el vaso y darle el Whisky, porque le daba pereza hacerlo por sus propios medios. A este amigo lo llamaban así nomás: El mçMono Acosta o el flaco. La reunión fue creciendo en tamaño, pues todas las mujeres enamoradas de Oscar llegaron para felicitarlo por su aniversario. Este decidió que el lugar más cómodo era su casa en las afueras del pueblo, ubicada sobre una larga y bella Avenida donde se surtió de whisky y carne, quería probar sus habilidades culinarias y atender muy especialmente a los nuevos amigos. En su Argentina natal aprendió de los asados, del corte de la carne y su punto sangrante. Allí le desaparecía el acento que ya tenía de valluno, y retomaba el de “Che” que estaba dormido en Oscar. Lo más grave de la fiesta era que por respeto al anfitrión cumpleañero, había que soportarle los ruidos y estrépitos que realizaba cantando las canciones de Carusso, Mojica, Domingo, Pavarotti, Carrera, Ramírez y Mera, de quienes él mismo decía, que los superaba ampliamente. El resultado del ágape fue que los concurrentes se emborracharan y comieran, pero quedaran sordos por los ruidos del cantante.




El “flaco Acosta” o “mono Acosta” -por el color de su pelo- como también se le decía, había llegado a estas tierras unos años atrás, después de haber renunciado al Consulado en Noruega, donde lo envió la Cancillería luego de su paso por Caracas. Alegó que le daba pereza aguantar frío. Lo único que trajo a estos lares, fue una camioneta de las que utilizan los granjeros americanos en sus ranchos, pero que en Colombia realizan el oficio de carrozas fúnebres en la mayoría de los pueblos, y un apetito desordenado por el alcohol. Cuando pasaba en su vehículo, por las calles de la región, la gente le preguntaba en qué funeraria trabajaba, ante lo que él resolvió fabricar una respuesta para todos: en la Funeraria “el muerto feliz”.


Por razones del destino, se acercó a los políticos locales ganadores, y en su camioneta les hacia viajes, muy especialmente al Alcalde de turno, él mismo se puso el apellido para que lo identificaran: -Alvarado-, la razón es obvia, se le encontraba en todas las carreteras varado en compañía del Alcalde. Su figura era muy parecida a la del Quijote: -alto, desgarbado y enamorado-. Decía con propiedad filosófica que “hombre que trabaja no piensa”. Allí quedaba resumida su posición ideológica, así mismo nunca aprendió nada, lo que lo defendía de emprender tareas u oficios que representaran un trabajo físico o intelectual. Si una dama le solicitaba una ayuda, -así para atenderlo así fuera a él- respondía que no sabía, y nunca supo nada.



Compró a su cuñado una tierra cerca del río y allí construyó una pequeña pero adecuada casa para su uso. Viajaba al pueblo en su camioneta, portando gafas de turismo y escuchando música clásica. Los campesinos lo observaban como a un bicho raro, y las mujeres del lugar, creían que era un hombre adinerado, lo que le dio para estar acompañado de niñas campesinas en busca del “magnate” que las sacara de las penurias económicas. En su casa, la escasez era total, pero eso sí, menos en los licores que no podían faltar; cuando llegó a esas tierras, era exclusivamente whisky, pues su economía lo permitía, pero terminó bebiendo “chirrinche”, licor de bajo porcentaje en alcohol, que se conseguía en los estancos a bajo precio y era la bebida de los alcohólicos del lugar.




Su granja la bautizó “Maiquetía”, nombre del aeropuerto de Caracas, y en las paredes del establo, lucía los diplomas de solicitud del gobierno colombiano y la aceptación del venezolano, de su nombramiento como funcionario del Cuerpo Exterior, cosas de la estúpida y sosa democracia y a lo que efeumísticamente se le dice “El Agrement”.




Primero fue ganadero, tuvo un pequeño hato lechero y su producto lo comercializaba en el pueblo para su comercializarla, pero las deudas que empezó a contraer, rápido lo dejaron sin el hato. Lo que sobró del negocio lácteo, lo usó para un gallinero de ponedoras y con esto subsistió con inmensas dificultades. Cambiaba los huevos por chirrinche, en cuya dieta no podía faltar.


Hombre de lecturas, camino que le indicó su padre, quien además evitó que fuera chofer de avión y de la Base Militar lo secuestró y lo envió a Madrid, en donde estudio en la Universidad Complutense, lo que menos debió haber estudiado: Administración de Empresas. Sin embargo, todas estas experiencias le marcaron el camino para estructurar un movimiento filosófico, cuya base ideológica fueran el binomio: Pereza-Sabiduría. Leyó -si se puede leer- a Sócrates, y de él extrajo la frase que da contenido a todo su pensamiento:-“Solo sé, que nada se y eso solo escribiré”-.



De estas lecciones fundó el movimiento: “Modernismo Post Socrático” y lo subtituló: “Pereza Estructural o Estructuralismo de la Pereza”, y fueron unos quiméricos representantes los hippies de los años sesenta.

El “mono Acosta” trenzó una sólida amistad con Oscar, basada en la ayuda económica, que el mono requería y que este a regañadientes realizaba. Los dineros de Oscar eran para permitirse sus flirteos con las damas, por lo cual no los distraía en ayudas, a quien consideraba: loco enamorado de la pereza.



XXXI


La vida de Oscar discurría sin afanes. Cuando llegó a Alcalá de los Cipreses, y dadas las coincidencias con una de las familias raizales que soportaba los mismos apellidos Marín Paz, del extranjero, se consolidó una amistad que llegó a la familiaridad. El varón mayor de la familia, lo invitó a compartir su residencia en las afueras del poblado; una casa construida a mediados del siglo XIX, dotada de amplios corredores y extensas zonas verdes a su alrededor, que prestaban el oficio de jardín, donde se ubicaban un bello kiosco y atravesada por canales de agua que sacaban del río tutelar del centro poblado: El Río Desbaratado.


Esta residencia era el centro de un sembrado de caña, principal actividad de la familia. A Oscar le fue asignada una buena alcoba que limitaba con la del jefe de la tribu de nombre Don Román Marín. Además vivía allí una hija del patriarca, llamada Frida , cuya actividad artística era pintar acuarelas y lo hacía con gracia, su tema era el paisaje de los alrededores y las construcciones, casi todas casa viejas del poblado, pasaron por sus lienzos y papeles. La familia tenía otros integrantes que se convirtieron en hermanos de Oscar: Octavio, Román, de características diferentes a las de su progenitor, a decir verdad, Oscar que no era su hijo, se les robó toda la sangre, especialmente, en el campo de las féminas.

Don Román profesó especial cariño por el nuevo habitante de su hogar, con quien tenía infinidad de coincidencias, especialmente, el gusto y admiración por las mujeres; pasaban horas enteras hablando del -eterno femenino- y Oscar le confesó que su padre, de quien hacía muchos años no tenía noticias, ni de su familia, se llamaba-Romani Marini.



De Don Román aprendió la forma más delicada de tratar a las mujeres; descubrió que dándoles cosas, las obtenía. Todas las muchachas lo buscaban para salir de sus aprietos económicos, además, porque él era un hombre de ademanes finos, lenguaje elegante y pausado, que entusiasmaba a sus ocasionales compañeras. Cortejaba a todas las empleadas que trabajaban bajo sus órdenes, no importaba si eran negras, indias, mestizas o blancas; para todas ellas tenía especial galantería, que acompañaba con un regalo, permitiéndole siempre la amistad femenina.

Como vivían solos en la gran casona, -pues las visitas de Frida eran ocasionales- para atender los oficios domésticos requerían por lo regular, de los servicios de una persona, dándose a la tarea de entrevistar a muchas, encontrando finalmente la que llenaba los requisitos. Victoria fue, la que logró tan anhelado puesto. Era una mujer hermosa, de senos grandes y generosos, que atendió por varios años los quehaceres de la casa.

Al principio fue una lucha de titanes, para lograr los favores de la bella dama. Ella se sintió colmada de la más grata rivalidad en dádivas. Oscar de menos años, logró los amores de la empleada y para ello regaló casa, la que ayudó a construir, y allí le estableció negocio. Don Román, viendo el empuje de su huésped, guardó silencio, pero también le ofrecía regalos, que la mujer aceptaba con amabilidad.

Oscar tuvo en esta empleada, uno de los amores más sonados del pueblo. Fueron varios años de felicidad. La hija que esta tenía, le decía a Oscar papá y él, lo tomó con tanta seriedad, que le pagó los estudios, y se apersonó muy en serio, de su papel de padre; pero lo más efímero de la vida, es un gran amor. Este terminó. Victoria debía atender los negocios de la familia y se retiró, dejando a Oscar sumido en el más grande dolor. Debieron pasar muchos años para que Oscar recuperara su sonrisa y optimismo. Sin embargo, la siguió amando por toda la vida.



XXXII


Por los años setenta, Santiago de Cali realizó los Juegos Panamericanos, enluciendo sus calles y edificaciones; las mujeres por miles entregaban su tradicional belleza al evento, haciendo honor al status que les da ser consideradas como las más lindas del continente. Los juegos se celebraron con gran éxito, y la ciudad permaneció invadida por los visitantes venidos de todos los rincones, especialmente los artistas de la música salsa. Desde allí la ciudad tomó el nombre de: Capital de la Salsa. Fueron inolvidables las presentaciones de Richie Rey, Celia Cruz, Gilberto Santarosa; de las orquestas venezolanas, puertorriqueñas, dominicanas,… en fin, una Pléyade de los mejores cantantes e intérpretes del continente.



No fueron menos las presentaciones de los intérpretes de música romántica. Por esos días señalados, se presentaban dos glorias de este género de música, venidos del Sur del continente de la Argentina: Leo Marini y Hugo Romani. Ellos se presentarían en los principales centros nocturnos de la Capital, el entusiasmo entre los seguidores de este género musical era extraordinario; las mujeres a quienes están prácticamente dedicadas todas las canciones en ritmo de boleros, -donde les cantan sus amores, traiciones y desdenes- compraron la mayoría de los boletos para ir acompañadas de sus galanes.




Oscar en un viaje de negocios realizado a la ciudad, se enteró del espectáculo y compró un número de boletas para invitar algunas de sus amigas. Llegó el tan ansiado día y se desplazó con sus acompañantes, para asistir al evento que en esta ocasión seria en el suntuoso Salón Calima, del Hotel Intercontinental, construido para la realización de los Juegos Deportivos.


Su camioneta iba colmada por sus invitadas y amigas del alma. El viaje por supuesto, transcurrió en medio de tal algarabía que llamaba la atención de los habitantes de los pueblos por donde pasaban. Llegaron a la ciudad a las siete de la noche, pero el espectáculo se iniciaba a las nueve. El salón ya lucía pleno en su mayoría, compuesto por mujeres. Actuaba de telonera, la joven y afamada artista caleña: Isadora, interpretando la canción que la llevó a la fama: Llamarada.



A la hora precisa se inicio el show de los artistas argentinos, interpretando los boleros que los hicieron famosos. Marini y Romani, nuevamente se consagraban ante un exigente público. Recorrieron todo el pentagrama musical de los más sonados e inspirados boleros. El delirio de los asistentes aumentaba, a medida que pasaba el espectáculo. Los dos artistas resolvieron invitar a uno de los asistentes, para que cantara; el único que subió al escenario fue Oscar. Con seguridad y talento, interpretó los temas de los sureños y lo hizo tan bien, que se robó el cariño de las gentes, a tal grado que las mujeres asistentes casi lo desnudaron para tener un recuerdo del triunfador.



Leo y Hugo, una vez concluido el acto, lo invitaron a que los acompañara a la cena que les tenían en el restaurante del Hotel, lo que tuvo que hacer semidesnudo. En ameno y trascendental diálogo, los tres “bambinos”, hablaron de su Argentina natal; Leo y Hugo no se conocían. Oscar habló de su Pampa, de su infancia en las llanuras, y recordó con nostalgia a sus padres.



Leo, indagó por el nombre del padre de Oscar, y este le respondió que: Romani Marini. Con sorpresa, Leo le manifestó, que su padre también llevaba ese nombre llevándolos a profundizar la charla, hasta concluir que eran hermanos. Su padre le había hablado de un hijo que se había marchado para la Escala de Milán, a estudiar canto y que nunca más se supo de él. El abrazo se eternizó entre los hermanos, a lo que se unió conmovido Hugo.



La conversación se prolongó más de lo previsto, tomando whisky. Hugo habló de la capital del Estado La Pampa, donde había nacido, le contó que su padre, a quien no conoció, era de un pueblo Pampero del Sur y que tenía el mismo nombre del padre de los dos: Romani Marini; que su padre fue compañero de su madre, cuando Don Romaní viajaba a la Capital, en negocios de ganado; que no le dio su apellido por escrúpulos sociales y más bien resolvió darle su nombre como apellido, y lo bautizó: Hugo Romani.



Los tres contertulios eran hermanos y lo ignoraban.


Cuando la reunión terminó a la madrugada, ya debían partir hacia el Aeropuerto de Palmaseca, para viajar a Bogotá, y desde allí continuar sus presentaciones, porque andaban en una gira por las regiones de Colombia. Prometieron estar en permanente contacto. Allí supo Oscar, que sus progenitores ya habían tomado el camino de la eternidad.





XXXII


Los años pasaban inexorablemente, y a medida que Oscar le aumentaba años a su vida, le rebajaba a las chicas que pretendía, decía que para mantener el equilibrio. Nunca se le vio con mujeres mayores, era lo que se llama en el lenguaje colombiano: sardinero nato, enamorado de las jovencitas.



Los negocios de Oscar y la familia Marín Paz, dada la proximidad de sus tierras, eran limítrofes. Se unieron con el objeto de reducir los costos de producción, tenían un contrato con el Ingenio La Casona, donde despachaban toda la caña que se producía en sus tierras. Cada año religiosamente, el Ingenio cortaba la caña, la pesaba y les pagaba de acuerdo al precio que tenia la tonelada, casi siempre los tumbaban; es costumbre de los poderosos industriales del azúcar, ser ventajosos en los negocios, y como tienen la sartén por el mango, lo hacen de manera fácil, hay que decir la verdad: crean fuentes de trabajo, pero el salario es de miedo, para un trabajo tan duro de por sí.



La industria de la caña, que cubre uno de los valles más hermosos de Colombia y Sudamérica, es regado por el caudaloso Río Cauca. El Valle del Cauca, a mediados del siglo pasado, era un emporio de productos agrícolas: - sorgo, algodón, fríjol- en fin, todos los productos que da la tierra. Pero también, iniciado el siglo pasado, del Valle se fue apoderando solo el sembrado de la caña, de fácil producción y alta rentabilidad, y la región perdió magníficos agricultores, que alquilaron o vendieron sus tierras, a los potentados hombres del azúcar.


A las familias: Caicedo, Reyes, Eder, Seignet, Sarmiento, Cabal, González, raizales del Valle, se les unió después el señor Carlos Ardila Lulle, uno de los más ricos del país, quien por sus negocios, vio la oportunidad de comprar ingenios, para utilizar el producido, y ponerlo al servicio de sus fabricas de gaseosas. Así cubrieron de cañaduzales, el paisaje del Valle, viéndose más hermoso, a la vez que aumentaron su capital a hombros del trabajo de los corteros, humildes hombres de la región, que por sus inmensas carencias, no tuvieron otra opción, que servir de esclavos a estos potentados del dinero.


Oscar desolado por el fracaso del amor con Victoria, merodeaba taciturno por los lugares que visitaban las mujeres, con la esperanza de encontrar una amiga que le calmara su soledad y tristeza. En la vida no hay que tener sino fe y las cosas se dan, -decía-.




XXXIV


Un día recorría las calles del pueblo sin rumbo definido, en su camioneta de color verde año 1954, -vehículo que le compró a su amigo: Don Román Marín-, sucedió lo que le sucede a todo hombre que busca una mujer –Se la encontró-, o más bien, fue ella la que lo halló Carolina, era su nombre -. De aspecto juvenil, no sobrepasaba los diez y siete años, con piel de porcelana, y figura que hace que una mujer sea linda, en épocas en que la moda femenina es ser flaca. Carolina era más bien gordita, lo que la hacía más provocativa para Oscar.



Carolina, no conocía personalmente a Oscar, pero lo presentía en su vida. Sus amigas le hablaban de un hombre maduro, excesivamente enamorado, y generoso con las mujeres; esto le llamó la atención a ella, lo que la hizo indagar más por su perfil, a quien le iba a tender una redada, porque a pesar de su juventud, ya demostraba ser muy experta en esos quehaceres. Le decía a sus amigas: “ese hombre lo ocupo, sin darle amor”.



Un domingo cuando las gentes del pueblo se desplazaban en busca de la frescura del río, para mitigar el intenso calor que hacía, en medio de la romería, allí venía ella, vestida con ropas juveniles y dándole a sus senos un encanto especial. La acompañaban sus amigas, entre las que sobresalía, una de inmensos senos, quien tenía que realizar colosales esfuerzos para no caerse. Una química especial apareció en el ambiente. Oscar andaba en su vehículo sin programa alguno, cuando de repente tuvo que realizar un viraje fuerte, para no atropellar a las veraneantes, que lo hicieron salir de la carretera, yendo a dar, a un pequeño potrero. Las jóvenes causantes del incidente, de inmediato corrieron a favorecerlo y de paso pedirle excusas. Allí, en ese mismo instante, se conocieron; la coartada había dado los resultados, del trabajo minuciosamente preparado.

Desde ese amoroso momento, “los tortolitos” no volvieron a separarse. Ella fue huésped permanente de la camioneta verde, lo que hacía sola o acompañada de su grupo de amigas. Fueron más de tres años continuos, contando los días y las noches. Carolina manejó cautelosamente a su príncipe azul; le ofrecía todo lo que él necesitaba, pero no le daba nada. Así nació lo que en el lenguaje del amor, o más bien, en la literatura romántica se llama “el amor chantaje”. Era un dame sin dar.



Oscar buscando deslumbrar a su dulcinea, se le aparecía en cada cita, con regalos, los que ella con desdén recibía, como parte de su estrategia, para conquistar al despistado “Romeo”. El, siempre creyendo en el loco amor que despertaba en las mujeres, no sospechaba que el acoso a que estaba siendo sometido por la doncella, no era precisamente el de una mujer enamorada, sino que en realidad, se trataba de una mujer habida de poseer cosas. Fueron tantos los regalos, que ella tuvo que construir una bodega, la que luego se convirtió en almacén de electrodomésticos, registrándolo comercialmente con el nombre de: “Electrodomésticos El Novio”.



Ella, -que decíamos era más bien robusta- aumentó dos tallas, debido a que todos los días pedía pollo para sus comidas, a lo que el galante hombre accedía sin tardanza. Igual ocurrió con su toda familia, a quienes sin darse cuenta, Oscar también alimentaba. La familia de Carolina se convirtió así, en la gente más gorda de Alcalá de los Cipreses. Cuando ella requería algo, se le achurruscaba en los hombros, y con voz mimosa le decía que fueran a un supermercado de la ciudad de Cali.



Fue cliente distinguida de todos los centros comerciales. Su presencia se sentía en los: Éxitos, Makros, Carrefour, Ley... llegaba dichosa y tomaba un carrito para llevar las compras y lo llenaba en repetidas ocasiones, -a veces hasta con cosas inútiles-; lo que su espíritu requería era comprar; se convirtió en una compulsiva compradora para que Oscar cancelara; le dolía el dinero en su amado.



A pesar de tantas atenciones, Carolina le ponía sutilmente los cachos, para que él se doliera y aumentara las cuota de dádivas; lo que él realizaba, con el fin de no perder el sueño de su vida. Ella se extraviaba por días, en compañía de sus amantes, pero al retorno, tenían la más tierna reconciliación.



Los años de Oscar con Carolina, fueron felices para ambos; ella porque se llenó de cosas y él, porque creyó en la sinceridad de un amor mentiroso, pues el desdén fue su arma principal para mantener viva esa pasión. El repetía sin cesar, lo enamorada que estaba, y lo decía a sus amigos, mientras ella manejaba con magia la relación con su maduro enamorado. Así, Oscar no se dio cuenta de lo inútil de esos años con Carolina.


Lo bueno no dura. Carolina se extremó en su farsa y Oscar se fue alejando. A regañadientes comprendió el engaño a que estaba siendo sometido. Aunque la situación se debía más bien, a que la economía del varón, desfallecía. Los viajes a los centros comerciales no se volvieron a ver, y las repetidas comidas de pollo desaparecieron. Ya ella tenía en sus objetos una parte muy importante del capital de Oscar.




XXXVI





Alcalá de los Cipreses, tenía unas fiestas que se celebraron con regularidad, durante muchos años, pero el orden público y la beligerancia de algunos ciudadanos, hicieron que las autoridades, con el fin de preservar la tranquilidad, las suspendieran por un largo período.


Luego vino un clima de paz, que hizo rescatar la tradición y continuar con la celebración de tan importante y cívico espectáculo, organizando como evento principal: El reinado popular de la belleza.



En una de estas magníficas celebraciones, las chicas más hermosas del pueblo, asistieron en representación de cada uno de sus barrios. Entre las candidatas a este certamen de hidalguía y galantería, se hizo también presente Honduras, un caserío relativamente cerca de la cabecera, con dos hermosas mujeres de extremada juventud, quienes vivían con su madre. Esta familia, por necesidad, dejó la ciudad de Cali y se alojó en una amplia casa del poblado, que les quedó como herencia de su padre, quien las había abandonado años atrás, pero las apoyaba permanentemente.



En Colombia, la aspiración más sagrada de la mayoría de las mujeres, es ser reina de belleza. Esto ha hecho que los colombianos, para satisfacer las demandas de sus mujeres, se ideen sofisticados reinados. Existen los más extraños e insólitos torneos, dedicados a colmar las ansias de las féminas; en ellos se gastan todos los recursos del hogar; es más importante tener una reina en casa, que comer. Las madres principalmente, creen que una reina las puede sacar de la pobreza, situación que vive la gran mayoría de la población. El Príncipe Azul, es una figura de la imaginación, pero las madres se lo creen y lo imaginan; por eso, todo hogar quiere tener en su casa, esta ilusoria figura. Es la única comida que los alimenta, y la manera más sencilla de tener esta oportunidad: es tener una reina en casa. Los Príncipes Azules se alimentan de mujeres hermosas, y si son reinas, mucho mejor.



Para que las dos beldades hicieran presencia en el certamen, se debió a que la mamá se enteró del reinado y de inmediato, puso manos a la obra. Una de ellas, -por derecho propio- sería candidata de Honduras; vivía en el lugar y era hermosa, pero, y su hermana: ¿cómo ponerla a concursar?.

Oscar ya las conocía a través de la madre, porque a decir de él, ella al verlo, se había enamorado perdidamente.) Este logró acercarse mucho más a la familia, transportándolas a su residencia, que distaba unos pocos kilómetros del centro de la ciudad, aproximación que aprovechó para ser más confidente y allegado.



Así que correspondió a Oscar, idearse la manera para que la otra hermana fuera reina. Por esos días, se presentaba un nuevo barrio; solo existían los planos para expedir las certificaciones que las autoridades de Planeación exigían. No había construcciones, el Barrio se llamaba Pinar del Río. Habló con el gestor del proyecto, y como resultado, una nueva reina irrumpía en el panorama monárquico. Esto hizo que la progenitora, amara para toda la vida al propulsor de los reinados de sus hijas.



El principal evento en la organización del reinado era: El desfile de carrozas, cada reina iría en un elemento de estos, generalmente los Ingenios prestaban sus tractores y plataformas y los fanáticos en los barrios los decoraban con bellas alegorías. Ese día el pueblo se vestía de gala, para asistir al memorable espectáculo de la belleza femenina.



Las patrocinadas por Oscar, debieron desfilar en su camioneta, porque no se logró conseguir apoyo de los Ingenios. Este dispuso de adornos en arcos multicolores y letreros donde se leía: Guatemala y Pinar del Río. Era la carroza más pobre, pero la belleza de las chicas lo disimulaba, ambas adquirieron inmenso favoritismo.


El día de la coronación, un sábado, todo estaba preparado, el pueblo se volcó sobre el escenario donde las reinas, con hermosos vestidos, arrebatan los gritos de sus seguidores. El jurado se vio a gatas para tomar la decisión final; pero era inevitable, estos generalmente deben atender instrucciones externas. El resultado se vio venir, la más hermosa fue elegida reina, pero además era la hija de un influyente Concejal del Municipio. Las dos patrocinadas por Oscar, recibieron premios: una quedó de princesa, y la otra, como ganadora por llevar el vestido más elegante. No quedó ni una, que no fuera galardonada y todo el mundo quedó satisfecho.



La celebración del triunfo se hizo en la casa de Honduras. Oscar llevó comida y whisky, como para emborrachar una caravana de camellos. El sabía que estaban invitados “el flaco Acosta”, El Pintor Moncada, El Concejal Londoño y el Ingeniero, entre otros, por lo que cualquier cantidad de licor era insuficiente. La fiesta estuvo muy animada (se realizó de forma todos estaban felices), y las reinas lanzaban hermosas sonrisas que sus admiradores recibían con encanto. El Concejal, un joven y apuesto caballero, disfrutaba de su puesto político y del coqueteo de todas las jóvenes del pueblo, las dos hermanas se lo disputaban, pero no se quedaban atrás las demás reinas.



Pasaron las horas y la casa fue quedando sola, permaneciendo las dueñas y Oscar, a quien ya los tragos hacían mella en su organismo. Este resolvió invitar a danzar a la madre, mientras las hijas charlaban animadamente, sobre los vericuetos del certamen reinal. Óscar se resbaló y cayó, (al piso), víctima de su borrachera, y en la caída arrastró a la mujer. Los dos, ya en el piso, oyeron los gritos de la lora que tenía la familia, y que decía: “ese hombre quiere violarla, ayúdenla, quítenselo de encima”. Las chicas se levantaron presurosas y se lanzaron sobre el galán violador, -antes su patrocinador- y le dieron tremenda paliza, defendiendo el honor de su progenitora, mientras la lora gritaba: “mátenlo, mátenlo, defiendan la familia”. Oscar terminó inconsciente y las mujeres lo debieron trasladar a la Clínica.



Al día siguiente Oscar sin darse cuenta de lo sucedido, le preguntó (a) a todo el mundo qué había pasado. A partir del incidente, adquirió una cojera permanente, que muestra como trofeo, en la búsqueda incesante, por el amor de una mujer.





XXXVIII


La propiedad de Oscar, dada la vecindad con la Familia Marín Paz, se confundió más, teniendo en cuenta que en asocio, sembraban y cosechaban la caña. Además, durante su larga permanencia en los Estados Unidos, Pantaleón Marín le entregó las tierras a los Marín Paz, y como don Abraham Cusnier, nunca le hizo escrituras, el globo de tierra se integró a la propiedad de don Román, pero este siempre respetó el derecho de Oscar, sobre la propiedad.


Don Román, -hombre de buena salud- que ya frisaba los cien años, le quedaba de su juventud y años maduros, un amor desmedido por las mujeres, una buena propiedad y la pérdida paulatina de la audición. Los herederos reclamaban independencia en el manejo de los negocios, algo que él nunca propició. Era dueño y amo absoluto de todas las decisiones, por lo que sus descendientes, ya entrados en años, nunca tuvieron soberanía sobre las propiedades. (ni independencia).



Por sugerencia de amigos, contrató los servicios del Doctor Ruíz Díaz del Billar, un eminente abogado de Palmira, quien le prestó durante muchos años su asesoría jurídica al Ingenio Central Castilla de las Familias: Caicedo y González. El Doctor Rodrigo, de gran experiencia en titulación de tierras y conocimiento de los negocios del azúcar, puso toda su sabiduría en realizar la división más justa, para que no solo los herederos, sino Oscar, quedaran satisfechos con el trabajo, -que era la distribución de la herencia, de dejaban Don Román Marín y Doña María Paz.



Largas jornadas emplearon los topógrafos para alinderar la propiedad, de acuerdo a los señalamientos del Doctor Ruiz Díaz del Billar, y lo más importante, que todos quedaran satisfechos. En líos de herencias y tierras hay quien quiere sacar ventajas) El trabajo finalizado por el abogado cumplió las expectativas de los interesados. Oscar quedó con trece plazas en “El Amparo”, cuatro plazas en Alcalá de los Cipreses, cerca de la casa solariega, y un título, de los cinco en que quedó dividida la casa.


Oscar ya con propiedad escriturada, alternó su vida entre: la mansión de Alcalá de los Cipreses y su fundo en “El Amparo”. Todos los días habían fiestas y no faltaban sus amigas; sin embargo, la economía se tornó nuevamente precaria; la caña era un mal negocio para él; no podía darse el gusto a que estaba acostumbrado, razón por la que ya no se le veía bien acompañado. Cuando cortaban la caña del el contrato que tenía con el Ingenio la Casona, era más la plata que debía que lo que quedaba para su sostenimiento.






XXXIX



Un día resolvió vender la finca, alegando que le iría mejor con la plata que con la tierra. Fueron muchas las personas interesadas en el negocio. Un vecino le compró el predio de “El Amparo”. Se cerró en ciento veinte millones, a su hermana Frida le había cambiado lo que le correspondió de Alcalá de los Cipreses, por tierra en “El Amparo” y dinero en efectivo y le regaló el derecho que tenía sobre la casa de la Avenida Centenario. Oscar salió de todas las propiedades y quedó con ciento cincuenta millones, dinero suficiente para vivir bien, -con los solos interés podía vivir como un rey-.


Con suficiente dinero en las cuentas de ahorro, y tarjetas débitos, inició el más escandaloso despilfarro. Creía que la plata era eterna y a gastar se dijo; la más beneficiada fue, por supuesto, Carolina. Pero le apareció rival, le decían “María de la guardia”. Era feliz con estos abnegados ciudadanos, que velaban por la vida y honra de sus compatriotas, a tal punto, que “el cuerpecito completo de la guarnición”, fue de ella. Oscar creyó que “María de la guardia”, se había enamorado de él, y empezó la más espectacular colección de regalos. Ella era tan astuta, que a sabiendas del odio que le profesaba Carolina, un día le pidió consejos para que le enseñar la mejor forma de sacarle la plata.



El “gordo Moncada”, salió también beneficiado de la amplitud de Oscar. Todos los días las cuentan le sobrepasaban los doscientos mil pesos, invertidos en comida, que le daba a todo el que se pasara por su lado. “María de la Guardia”, le llegaba al restaurante, acompañada por sus amigas, las que consumían de manea descomunal.



El “Gordo Moncada”, le propuso un negocio, que consistían en que él le arrendaba un local, ubicado contiguo al suyo, para que allí colocara una heladería. Esto lo entusiasmó y lo tomó. Solo en reparaciones locativas y publicidad, que le diseñó el Maestro Moncada, hermano del “Gordo Moncada”, se gastó tanto dinero, que le hubiera salido más económico haberlo construido.



Para guardar memoria de su primer viaje en barco, realizado entre Valparaíso en Chile y Buenaventura Colombia, bautizó su negocio de helados: “Winipug”, nombre de aquel memorable barco, donde tuvo su primer encuentro de amor, con la inolvidable rubia, Libertad Lamarque. Como dependiente o administradora, le pareció lo más lógico, entregárselo a “María de la Guardia”, quien en su primer día de trabajo, se quedó con lo realizado, sin volver a aparecer por el sitio.



“María de la guardia”, quien había sido objeto de todo tipo de regalos, muy especialmente de ropa interior, por la que Oscar manifestaba cierta preferencia, era una ambiciosa liviana, porque optó inicialmente por quedarse con una pequeña cantidad, como fue lo realizado en un día de trabajo, y así continuó, hasta quedarse con todo el negocio. (pero optó por una pequeña cantidad, lo realizado en un día de trabajo) Sus amigas siempre le criticaron esa aptitud. Para dilapidar lo que le quedaba de fortuna a su protector, solo requería paciencia y astucia.



Por esa misma época, Oscar dándole rienda suelta a su buen corazón y como era un buen familiar, dentro de sus allegados prefirió ayudar a Soledad, una nieta de don Román y por quien la familia nunca se ocupó. Ella en compañía de sus dos hermosas hijas, que vivían como judíos errantes, no tenían un lugar para abrigar sus penas y menos sus cuerpos. El entonces, se ocupó de ellas alquilándoles para que vivieran, un cómodo y buen apartamento, situado en uno de los mejores barrios del pueblo, amoblándolo con todo lo que requerían. Esta familia que durante su vida, habían carecido de todo, de repente vio realizados sus sueños.



Soledad entonces, se hizo cargo y manejó el negocio de la heladería, por varios meses. Al principio lo hizo con lujo de detalles; se vendían los mejores helados y todo el pueblo compraba. Pero nunca nada es perfecto; los amores de Soledad, una mujer profundamente enamorada de los hombres, dejaba el negocio desamparado por atender las exigencias de estos, en su mayoría de las veces choferes de buses o sus ayudantes, los que siempre le pitaban, cuando en sus rutas pasaban por la heladería, que ella desde tempranas horas del día atendía.



Los amores de la mujer dejaron tan huérfano el negocio que este se vino abajo, ya no había que rendirle cuentas pues no había cuentas y lo poco que se vendía era para el sustento de Soledad y su bella familia.



Oscar rompió con su íntima amiga y allegada de familia y le quitó el oficio en la heladería. De allí en adelante, se les vio deambular por todo el pueblo, buscando un lugar donde alojar sus muebles, que con tanto cariño Oscar les había regalado.


La gente odia lo que más quiere.


La fortuna de Oscar, envidiada por muchos, (los seres humanos) era una buena cantidad para pasar por la vida sin sobresaltos. Pero él la consideró un estorbo, y se propuso como meta, emplear el menor tiempo posible, para acabar con ella. La operación fue perfecta.




XL





Un día “El flaco Acosta”, le presentó una amiga de origen panameño. La primera impresión que Oscar se llevó, era que ella se habías enamorado de él, lo que hizo que de inmediato naciera una relación entre los dos. (Su primera reacción cuando la vio era decir que esa mujer estaba enamorada de él), Alcalá de los Cipreses se llamaba,( o eran sus apellidos¿¿¿) y entre sus historias asombrosas que contó, dijo que su familia era propietaria del Canal Interoceánico de Panamá. No se sabe en qué negocio turbio Teodoro Roosevelt, o su sucesor, quienes le arrebataron la propiedad de la estructura a Colombia, resultaron negociándolo con la familia Alcalá de los Cipreses.



Esto deslumbró a Oscar. Que la dueña del Canal de Panamá, una rica heredera, se enamorara de un mortal como él, era una historia de amor y riqueza, objeto de todas las revistas y artículos de farándula. Alcalá de los Cipreses, le propuso un día a su enamorado, que se fueran para el vecino país y tomaran los negocios de la familia. La participación que le daba, era que, de cuatro buques que pasaran por las esclusas, los derechos de uno irían a las cuentas personales del galán afortunado.



Oscar rehusó la propuesta. El estaba dedicado a gastarse su herencia en un tiempo record, y para ese propósito, qué mejor que la panameña, quien en realidad lo único que poseía era una pobreza absoluta. Ella resulto viviendo en Alcalá de los Cipreses, porque un tío loco, hospedado en una Clínica Psiquiatrita de Colón, le contó que su familia era dueña de una gran ciudad, que se llamaba Alcalá de los Cipreses ubicada en el Sur de Colombia. Así que ella viajó para reclamar los derechos herenciales, no encontrando ® nada y quedando sometida a las más extrema pobreza. Pero no todo fue en vano, porque Oscar la colmó de regalos, hasta casi agotar su fortuna.






Para tener más seguridad del comportamiento de su dulcinea, habló con el “Gordo” Moncada y le arrendó una pieza de la colonial casa, así él tendría má oportunidades de estar con su amada. Un día se le apareció con todos los muebles e invirtiendo casi la quinta parte de sus caudales. Alcalá de los Cipreses le manejaba la heladería y era una buena trabajadora; si lo hubiera comprendido, hubiera sido (sería) la mejor compañera para sus años adultos.



El amor es lo menos eterno de las pasiones del género humano. Un día, un amigo le comentó a Oscar que la “panameña” tenia enamoramientos con un conocido suyo, y allí se acabó, no solo la confianza, sino el amor.



Con el fruto de las conquistas obtenidas en la relación con Oscar, ella pudo vivir un considerable tiempo sin afugias, luego le tocó, (que) irremediablemente buscar otros horizontes, sin embargo con alguna frecuencia lo llamaba y le ponía en el fondo a escuchar lo que parecía el pito de un barco.









XIL


Oscar y El Gordo, que tenía una amistad inquebrantable y se profesaban entera confianza, un día disgustaron, por cualquier nimiedad, llegando al más absurdo odio de Oscar contra el bonachón gordiflón. Se gastó lo poco que le quedaba del dinero, como producido de sus ventas, construyendo al frente del “Gordo”, en la Avenida principal, una estructura sencilla, que la usó como sede de la Heladería Winnipug, permitiéndose vender licores, lo que en el anterior local, le era expresamente prohibido.



No vendió helados. El punto resultó preciso para el expendio de licore s donde también empezó una etapa alcohólica de Oscar, pues bebía más que los clientes; se volvió -al decir de Frida, su compañera de vivienda-, el hombre más sinvergüenza del mundo. Concluía que para un hombre de setenta y ocho años, edad que cumplía por esos dias esa no era una compostura lógica. Todas las noches los amigos de farra, lo llevaban absolutamente borracho, y lo tiraban en el corredor de la que, en un tiempo fue su casa, y ahora era un mísero inquilino que no pagaba arriendo.

A partir de ahí, lo empezaron a frecuentar los amigotes más extraños que llegaban con sus amigas, y terminaban en Florida o recorriendo todos los metederos más raros del pueblo. No siempre amanecía en su hogar; ya se quedaba en distintos lugares, con las damiselas que visitaban el negocio. Se le veía con frecuencia, (de manera frecuente) primero con la bella india Neiza, -chica de diez y seis años- quien -a decir de Oscar- se enamoró perdidamente de él; luego, le dio la administración del negocio, a una Floridana, -su verdadero nombre Valentina- quien recién había terminado una larga relación, con un negro feo y grande, y ella para escudar su desamor, le confesó a Oscar, que se había enamorado de un hombre maduro y tierno. Esto le causo serios problemas, pues el negro enfiló su artillería contra Oscar, a quien no podía ver. Tuvo que esconderse por unos días, mientras al galán defraudado, se le calmaban los celos.


A raíz de esa situación, Oscar tomó la determinación de alejar a Floridana de su vida, ya que él estaba pasando graves peligros. El enfurecido hombre quería seriamente eliminarlo, así que atendiendo a su instinto y a las recomendaciones de sus más allegados, desistió de este amor, no obstante estar la mujer tan enamorada.


El negocio prosperaba. Inició vendiendo una caja de cerveza, y luego despachando cantidades de cajas. Su clientela era gente de la montaña, donde el negocio principal era el de la coca, lo que hacía una clientela con suficiente dinero, -y a veces en exceso- a quienes se les veía siempre acompañados por mujeres de conducta fácil y habidas de dinero, lo que encantaba a los nuevos ricos.



Más de uno, -de sus nuevos inquilinos en el negocio de licores- le propuso a Oscar, que incursionara en el negocio de los narcóticos,- algo que estaba de moda en el país- lo que le produciría inmensos dividendos. Oscar siempre fue renuente a aceptar; conocía cómo se había sacrificado tanta gente joven, buscando una fortuna rápida y relativamente fácil: estaban muertos, en las cárceles del país, de España, Estados Unidos, o de Panamá; en fin, hacían parte de todas las mazmorras del mundo.


Los ciento treinta millones, - resultado de las ventas- Oscar se los gastó en seis meses. Sus últimos recursos, a gatas cubrieron la terminación de la obra, y quedo faltando plata. Vendió la camioneta que le había servido tanto, para comprar algunos electrodomésticos y cancelar los derechos de la propiedad, donde instaló la heladería; dejó una pequeña parte para surtirla.



Los días pasaban en absoluta penuria; las dependientes o auxiliares que atendían, se quedaban con las utilidades de las ventas; (quedaban con ellas las dependientes o auxiliares que la atendían), ellas no le rendían cuentas. De una vida boyante y de amplitudes, se inició la más severa escasez, al punto, que no le quedaba dinero para sus gastos personales.






XIIL


Por razones sociales o psicológicas, -aún cuando los científicos de la psiquiatría, dicen que la homosexualidad viene desde el útero- un inusitado lesbianismo se apoderó del pueblo. Eran caravanas de mujeres, -entre ellas, unas muy bellas- que acompañaban a unas, que parecían machos mal hechos. Estos seres tomaron como sede de sus operaciones, la Heladería de Oscar. Eran nubes de ellas, y este estaba tan despistado por el fracaso en el manejo de su herencia, que creía que todas ellas se habían enamorado del propietario del establecimiento.


El negocio quedó en manos de María y Tatiana; la primera con aspecto de “arepera” y la segunda una hermosa chica que no sobrepasaba los diez y seis años y se convirtió en la amante de María. La pareja era la envidia, no solo del resto del gremio de lesbianas, sino de los hombres, que veían cómo una mujer sin mucha gracia, compartía su vida sentimental con una mujer tan joven y agraciada.


Las dos manejaron el negocio de Oscar, -de quien jocosamente, la gente decía que ya él era cincuenta y cincuenta- en asuntos sexuales. (pues el cincuenta era para las mujeres normales y el otro cincuenta para las lesbianas) En reunión de la agrupación mujeril, todas de acuerdo lo nombraron Presidente de la Asociación de Lesbianas de Alcalá de los Cipreses, y a partir de ahí, siempre se le veía en su negocio rodeado de mujeres, pero en este caso el no era el centro de atención-



Invariable en su ley, rodeado de mujeres, terminó siendo el primer hombre lesbiano de que se tenga noticias en la historia




Con las arcas agotadas y el negocio manejado por las lesbianas, -que tampoco rendían cuentas, entró en una depresión inusual. Había cometido un error craso. Cuando vendió, no se ocupó de pagar los compromisos con los bancos y almacenes de electrodomésticos. Se sintió acosado por los abogados que lo amenazaban de distintas formas; la del Banco de crédito Rural, le dijo que su futuro era la cárcel. El delito era: estafa y abuso de confianza. El cobrador del almacén de electrodomésticos, lo amenazó con quitarle los muebles, por lo que Soledad los tuvo que desaparecer, y del lujo de mobiliario que orgullosamente mostraba, le tocoo seguir durmiendo con sus hijas en el suelo.




Oscar dormía mal; las pesadillas se convirtieron en sus permanentes (eran sus) compañeras de la noche. Se quejaba de los momentos insoportable que sufría, (Decía que la vida tenía momentos insoportables) porque de una vida llena de felicidad, pasó a una de congoja. Ya no hablaba de mujeres, y estas lo olvidaron.



XIIIL



Los días pasaban sin cambios, hasta que sobrevino, lo que irremediablemente, debía pasar. Sus nervios no resistieron el acoso a que estaba siendo sometido, y llegó el momento en que, no pudo levantarse de la cama. Él mismo se diagnosticó una trombosis parcial. La familia debió acudir al especialista, para obtener otro diagnóstico, pues el de Oscar era insuficiente. Infortunadamente, el paciente estaba en lo cierto: el médico que lo trató, le confirmó su diagnóstico: (Pero era lo de esperar el médico que lo trató, estuvo de acuerdo en que el mal del paciente) era un trombosis parcial.



Sometido a una silla de ruedas, contó con la fortuna de un vecino lisiado, que se ocupó de atenderle todas las necesidades. En la mañana rigurosamente lo afeitaba, le preparaba el tinto; le hacía todas las actividades que él ya no podía realizar por sus propios medios, convirtiéndose en su lazarillo.


Perdió el control de su mano derecha, la que abruptamente se dirigía a su hombro izquierdo, golpeándolo con fuerza. Y para dar fe de su enfermedad, a quienes lo visitaban-, les hacía una demostración movie su pierna inútil, con tanta rapidez, que recordaba a Mahomed Alí dándole a su pera de entrenamiento; es decir, conservaba la movilidad del cuerpo, pero cerebralmente estaba inválido.


Las noches eran largas y trágicas. Lloraba con desespero, y visitaba permanentemente a su médico, el Doctor Hipócrates, quien para tranquilizarlo, le ofreció construir una habitación al lado de su consultorio. A veces, por las noches, era tal el desespero, que alarmaba a sus acompañantes, los que de inmediato lo trasladaban al Hospital. Sin embargo, y a pesar del sufrimiento, Oscar asumió con entereza su condición de enfermo.


Unos buenos amigos, pensando que su recuperación era cosa de prestarle atención, le consiguieron un fisioterapeuta; consideraban que el género del profesional, debía ser masculino, lo que significó un craso error de los mecenas; una mujer desnuda, a una prudente distancia de la silla de ruedas, lo habría aliviado en segundos.



El enfermero inició con una serie de ejercicios sin control, la recuperación de la mano que le golpeaba con severidad su hombro; los resultados se empezaron a ver, pero con tan mala fortuna, que la mano ya le daba en la cara: es decir, se notaba una leve mejoría, pero el remedio fue peor que la enfermedad, ya que terminaba “know out”, por los golpes tan tremendos en su cara. Esto lo llevo a terminar abruptamente la terapia, antes de que el paciente fuera declarado como muerto cerebral.


Su cuadro clínico empeoró. Le sobrevinieron todos los males, de los que había carecido durante su vida: presión alta, diabetes, triglicéridos, pérdida de la memoria…


Hablaba de las mujeres en otro tono. Lo instalaron en el corredor con vista a la Avenida del pueblo, desde donde observaba el paso de las gentes y vehículos; lo saludaban las personas que transitaban por el lugar, y él con ternura, movía la mano, en respuesta de cortesía. Se lamentaba por la ausencia de visitas, a un hombre que tenía tantos amigos, especialmente femeninas.


Sus diálogos se circunscribían a lamentarse de la ingratitud de las mujeres, a quienes había consagrado toda su vida y su fortuna. La vida se le convirtió en una tragedia sin fin, pero no hablaba de la muerte, esto lo asustaba; quería vivir eternamente. Nunca perdió su caballerosidad ni el optimismo por recuperar la salud.


Manejó con destreza el caminador que le llevaron, para que aprendiera nuevamente a caminar, pero terminó realizando ejercicios acrobáticos con el adminículo y solicitó un curso de video de la gimnasta checa Nadia Comannechi, para profundizar su entrenamiento.

En vista de su habilidad con el caminador, - aunque al soltarlo, perdía el equilibrio y se iba de bruces al suelo- el Doctor Hipócrates, (se) lo remitió a un especialista de la Ciudad de Cali, ya que su medicina no estaba al alcance de solucionarle la parálisis.


“El Mono Acosta”, lo acompañó a uno de los principales Centros Médicos de la ciudad. El especialista le recomendó algunos ejercicios y le recetó fármacos. Una vez terminada su cita médica, se desplazó con su amigo a un Centro Comercial al norte, llamado “Chipichape”, bella construcción en ladrillo y arquitectónicamente modernizada, que en el pasado había servido de Talleres de los Ferrocarriles de Colombia.


Se instalaron en un lugar por donde caminaban todas las chicas de la ciudad; desde luego las más hermosas: Desde su silla de ruedas, con nostalgia las veía pasar, sin murmurar palabra. De repente, y de manera extraña, lo saludó un hombre con aspecto de marino retirado: -Pantalón blanco, camiseta a rayas, luenga, y blanca barba, pipa con oloroso humo- quien lo abrazó. Oscar sorprendido, -pues no sabía de quien se trataba- le pidió con cariño que se identificara; el marinero le recordó de su trabajo en “el Winnipug” hacía muchos años, viajando de Valparaíso a Buenaventura. Le recordó el romance con Libertad, la rubia (chica) del osito de peluche que viajaba a Acapulco; de su percance cuando trató de salvarlo de la ventisca, producto de la tormenta que se acercaba por donde navegaban... y así comenzaron su reencuentro.


Tres cervezas iniciaron el recorrido por el melancólico pasado. Patricio le narró que duró embarcado por muchos años, conociendo todos los puertos del mundo, que vivía en Chile y nunca se había casado, pues el matrimonio no era para los hombres del mar. Le expresó, que años atrás y en un viaje por el Caribe, había encontraden Can Cum, con la chica del osito. Ella se (encontraba) hallaba acompañada de un hombre mayor, con aspecto de médico, pero que tan pronto lo vio, se le había lanzado desesperadamente a sus hombres, para indagarle por la suerte del marinero, de quien se había locamente enamorado, sin obtener más respuesta de él, que el desconocimiento de su paradero.


Los amigos, que se encontraban ansiosos de mujeres, porque llevaban mucho tiempo sin disfrutar de sus caricias, tomaron la decisión de buscar un sitio para calmar sus antojos, y se dirigieron a la “Casa Rosada”, donde hermosas muñecas ofrecían sus amores a los hombres carentes de lisonjas.


Treinta hermosas chicas, vestidas con lujo y modernismo, la mayoría jóvenes universitarias, con necesidades para sostener su tren de vida, alistaban sus cuerpos para los amantes desconocidos. Un gran show se presentaba, donde no faltaban las lesbianas, que con sus extremas caricias, excitaban a los hombres y los infaltables desnudos de bellos cuerpos, señalaban los puntos de urgencia: los senos y las vellosidades que enloquecen a los machos cabríos.



Mientras dialogaban con sus nuevas amigas, Patricio le hizo ver a Oscar el parecido que tenía una de las muchachas de la casa, con las rubia argentina, y se trenzaron en interminables recuerdos. Ya siendo la media noche, se despidieron; el marinero debía viajar de regreso a su país.


Oscar de nuevo en su casa, Inició los ejercicios recomendados por el galeno que lo atendió, y empezó a sentir mejoría, que luego lo llevaría al restablecimiento total. Eliminó el caminador; -ya no lo requería- y volvió a la normalidad; sin embargo, algo extraño empezó a tramar por las decisiones que estaba tomando. Puso en venta el edificio de la heladería y algunos cachivaches que tenía en su casa, inicio la consecución del dinero que necesitaba para sus propósitos.


Viajó a la ciudad de Bogotá, para tender una entrevista, que días atrás había solicitado en la Embajada de México y regresó con la visa de entrada al país azteca.





XIVL




La gente del pueblo estaba desconcertada, por lo extraño de su comportamiento. Oscar inició la despedida de sus amigos; lo hacía con tristeza, recogió dinero suficiente de lo vendido y el resto de objetos, se los regaló a ellos.



Todos los días salía de su casa, ubicada en la avenida más importante del pueblo a recorrerla. En su memoria llevaba los sitios hermosos que le habían servido para recrearse, pasó por el Parque de Pinos, -antes sitio para el cultivo de la caña, y qué la familia Cusnier,-por normas urbanísticas-dada la proximidad con el poblado- lo había sembrado de pinos.

Uno de esos días, cuando salió a caminar, lo hizo hasta llegar a la Plazoleta de La Libertad; miró el relieve tríptico, ubicado en su centro -y que nunca había entendido-. Un hombre desnudo se elevaba, ayudado por una mujer, en un fondo montañoso, y buscando un águila en que remataba el monumento. Leyó las placas, recordó al artista de la obra, quien fue su amigo -el Maestro Leónidas Méndez-, quien con frecuencia asistía a este pequeño parque. Su nombre le recordaba a la mujer que había amado, cuando era un joven viajero. Alguna vez intentó descifrar la figura del relieve, y se le ocurrió que era él, ayudado por Libertad en busca de lo desconocido, como máxima aspiración de la humanidad, en su incesante anhelo por encontrar a Dios. Deambuló por toda la ciudad; se despedía de las gentes que le habían profesado amistad y cariño, especialmente por su generosidad de hombre de bien.



Sin embargo, Oscar volvía día tras día, a hacer su recorrido, y cuando regresaba (llegaba) a su casa, (después del recorrido por las calles) se encerraba en su habitación a llorar inconsolablemente, decía que un viaje al que consideraba sin regreso, también era una forma de morir. Vivía enamorado del pueblo, que lo había acogido hacia ya muchos años, donde hizo de sus gentes, unos amigos y hermanos, por lo que despedirse le causaba mucha congoja.



Frida, a quien ya consideraba su hermana, dada la proximidad y el afecto que ella le tomó, viendo las actuaciones de su hermano y sin comprender lo que sucedía, creó una leve sospecha; algo pasaba en el alma de su amigo de muchos días y años. En ella que se suscitaron las pasiones de amor y odio, por las vicisitudes de Oscar, entendió que lo mejor era comprenderlo.


No tuvo fuerzas para despedirse de las mujeres, que tantos momentos habían ocupado su corazón; por ellas solitario, derramó muchas lagrimas.


Decía en sus momentos de soledad:

Dios mío Dios mío,
Yo te ofrezco este amor,
Tú me lo diste,
Se lo robó la ausencia,
Dios mío, Dios mío,
Es lo único que tengo para ofrecerte,
Acéptalo Señor



Un día no se le volvió a ver más en el pueblo.





XVL


De Cali se desplazó a Bogotá, allí tomó rumbo a Ciudad de México, buscando el Estado de Quintana Roo, donde debía llegar a Can Cun, la ciudad donde el marinero chileno le contó de su encuentro con Libertad. La buscó por todo el balneario, indagó en hoteles y residencias, sin encontrar información que calmara su ansiedad.


Pasó días enteros, como un agudo investigador, buscando la mujer de la que no tenía noticias hacía muchos años, pero que sin embargo se había constituido en el amor de su vida, desde que la conoció, siendo un impúber marinero. Todas las informaciones eran inútiles, nadie conocía a la mujer, por la cual, el extraño visitante indagaba.


Un día, después de llevar en el balneario varios meses, meditó sobre lo que le recomendaron en un hotel, que era visitar un lugar donde nunca antes había ido, durante su permanencia y búsqueda. Se trataba de un caserío compuesto por bohíos de paja, y habitado en su mayoría, por gentes de edad, que hicieron del lugar, el paraíso para sus últimos años en sus viajes terrenales. Todos los habitantes del lugar, eran trabajadores retirados del turismo por su edad ( lo que hacía que conocieran de todos los vericuetos del lugar. Los vecinos le señalaron la choza, de quien consideraban el decano de los habitantes del lugar.


Un anciano de ojos azules y tez blanca, de quien se podía columbrar que en su juventud había sido un hombre bello. Lo recibió con dignidad y una fructífera charla se cruzó entre estos amigos. Le contó a Oscar, que había llegado a Can Cun, cuando (esto) era una playa sin edificaciones suntuosas, como lo era en ese momento (ahora). Había contribuido con su trabajo, al crecimiento del mayor sitio de turismo de las épocas actuales, en la Costa Oriental de México, conocía en detalle la ciudad y sus gentes, al menos las que eran habitantes permanentes, la mayoría es población flotante, le decía.


Oscar lo indagó por la rubia, que desesperadamente buscaba, dándole los más exhaustivos detalles, con la esperanza de lograr (alguna) información, que le dilucidara el paradero de la mujer que con ansias perseguía. El viejo hombre empezó a recorrer los pasos andados en su vida y con dificultad le expresó, que años atrás, la ciudad había sido objeto de la visita de una bella rubia argentina, y artista ya consagrada en el celuloide azteca, su nombre era Libertad.


Con emoción, Oscar inquirió al viejo que le hablara más de la mujer, que ya había reconocido; le dijo que era tan bella, que su imagen la conservaba en su memoria, como si fuera ese momento . Ella había permanecido solo unos días en el Balneario, y luego desapareció con su acompañante un famoso psiquiatra de la capital. Oscar le rogó que le diera toda la información, para él poder tomar alguna decisión, que lo llevara en busca de la rubia.


Todo fue inútil, habían pasado ya muchos años desde (de) la visita y su breve estadía en el lugar; sin embargo, le nombró un sitio muy bello, una isla frente al Estado, llamada (su nombre): Isla Mujeres. Decía: un hombre que busca una mujer, no puede descartar ese sitio para encontrarla.


No importa la distancia,
Si el recuerdo es imperecedero,
Y (De) nuestro amor y nuestro cariño,
Está latente todos los días.



Oscar se despidió con simpatía del viejo hombre y tomó rumbo a la marina, donde innumerables lanchas y sofisticados yates se aparcaban. A un hombre que ocupaba el tiempo, dándole mantenimiento a su bote, le preguntó por Isla Mujeres. Este lo miró con sorpresa y le indicó, que ese era un sitio solo para mujeres, que rara vez un hombre llevaba ese destino, ya que la leyenda lo consideraba un misterio para ellos. Le pregunto por la forma de llegar, este le respondió que allí iban solo los viejos marineros de la zona, en sus pequeñas embarcaciones, que era difícil operar un yate o lancha. Sin embargo, le señalo hacia el Oriente; a la distancia se veían las chalupas y pequeños botes.

Un viejo zorro del mar lo recibió ofreciéndole sus servicios, su bote se llamaba “Miosotis”



Oscar y el boga iniciaron el viaje sobre un despampanante mar azul. Con lentitud se alejaban del Litoral, quedando los modernos y lujosos edificios para el goce de los turistas de todo el mundo. Durante el viaje, Oscar pensaba (en ese viaje) si su vida habría tenido alguna utilidad. Desconfiaba de su pasado, entendió de la inutilidad del amor, o al menos, de la forma como él lo concibió. Llegaron al extremo de la isla, un sitio desolado que revelaba la ausencia de seres humanos, y menos mujeres. El boga le indicó, que la isla era una caja de sorpresas.


Oscar se apeó de la lancha; el hombre de la embarcación se despidió, confundido (con confusión) por la rara decisión de su cliente; y mientras se alejaba buscando alta mar, el viajero de lo desconocido se perdió en la inmensa playa.

Buscando a Libertad encontró la libertad.




Orozco de los Chiminangos Mayo del 2006.


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